ÀLAS: UNA VISIÒN DE LOS 90'S.
A MANERA DE PRESENTACION.
¡Despeja mi camino Miguel! Gritó con todo su júbilo desbordado en saliva rabiosa Azrael, comandante en jefe de los ángeles de la tierra; enorme morador de afiladas alas y grandes fauces, Obstinado en no dejar entrar la escolta celestial que, Dios Nuestro señor y único rey de reyes, había mandado para que prepararan la llegada de su hijo Jesús. Y con ello coronar su presencia de las palabras del maná, del cual Azrael, se había apoderado por completo, al tiempo en sometía a Miguel de un duro golpe de su espalda, en una de sus alas.
Corran, yo lo detendré – Gimió Miguel, sabiendo que todo esfuerzo era vano; pero, no demostrando, ni siquiera por un momento, que su valor y fe desfallecían. Momento en que, como ave asesina, Luzbel, estaba encima de mi capitán Miguel quemando su cabello con bocanadas de fuego que escurrían de sus fauces como vomito impregnado de amarga y brillante bilis.
¡Voy a sacarte la tripas mal nacido! ¡ahora si perro, te voy a traer como pollo rostizado: ensartado y dando vueltas, pinche güero cara de taquero. Tú, Miguelito, bien cocido ... voy a dejarte bien doradito! Gritaba Azrael con todas sus fuerzas haciendo que todo a su alrededor se colapsara.
¡Uriel, no. Regresa! – Gritó desesperada, Rafaela, era ya demasiado tarde, estábamos aniquilado, de eso no quedaba la menor duda: Qué nuestra ordenes decían que nos conserváramos, al menos dos vivos, para servir como custodios de Jesús, también era cierto; qué yo estaba en el suelo mortalmente herido, negro y humeante y que Miguel estaba prácticamente acabado luchando contra dos tremendos contrincantes también lo era; pero, qué controláramos nuestras últimas fuerzas y dejáramos morír a los compañeros por seguír una orden. Era casi imposible, al fin de cuentas... éramos, nosotros cuatro, los que hacíamos el trabajo sucio y de una u otra forma, ya teníamos más manchas que un tigre.
Uriel, que aprendió el fino arte del cabeceo de un gran futbolista brasileño del que fue custodio. De un rápido movimiento giro la cabeza con fuerza lanzando su aureola que acertó directamente en la frente de Lucifer, desprendiendo un chorro de negra sangre sobre sus ojos y llevándolo de espaldas al suelo, dio media vuelta en el aire para tomar impulso y su espada ardiente acertó en una oreja de Azrael, diciéndole con su infantil cara de burla: Con tu geta plana y sin una oreja, eres el mismísimo jarrito de tlaquepaque!
Poco le duro la alegría, Misael, el más joven de los ángeles demonios de la tierra, paso volando a gran velocidad y Uriel apenas tuvo tiempo de moverse un poco para que él, no dejara caer su afilada ala directamente en el cuello del travieso, pero logró atorarlo de su pechera y arrastrarlo hasta azotarlo contra una esfinge de viejas nubes. El golpe fue seco y dañino, Uriel retrocedió, levantó una de sus piernas para apoyarse en el pecho de Misael, éste, creyendo que Uriel había fallado en el intento de encajarle uno de los espolones de sus botas, comenzó a reír mostrando sus colmillos en son de victoria. Tan ocupado estaba en crear un gesto digno de la muerte de un arcángel que no se dio cuenta que Uriel encogió sus alas, giró y apoyando el pie en el pecho del ser maligno pudo liberar su cuello de la ponzoña del ángel de la tierra.
Uriel, apenas tuvo tiempo para levantar su mano izquierda para que su aureola volara hacia él y cubrirse con ella su cuello herido, Misael no tardó más de un segundo en caerle encima de nuevo, pero Uriel lo esperaba y volvió a encoger sus ala para rodar sobre el piso dejando los rastros de la espada de Misael que producían chispas y hacían huecos a su paso, a un momento Uriel desenvolvió sus alas con fuerza y con el impulso cayó sobre él enroscado sus piernas en el cuello de su enemigo, comenzó a apretar fuerte, más fuerte, al tiempo que desenvainaba su espada que brillaba del mismo modo en que lo hacían sus ojos ... con odio, con ese odio que sólo conoce semejante intensidad cuando es provocado por la traición.
Llevado por el mareo que le provocaba su falta de oxigeno se acercó peligrosamente a Azrael que no pudo darse cuenta cuando el travieso descargó la justiciera fuerza de su espada sobre él, que se manchaba con el cuerpo de un Miguel calcinado, negro cual portentoso mulato.
Al fragor de la batalla traté de levantarme, mis alas humeaban, como mi cabello. Sentía el profundo carmesí en mi rostro ( y no precisamente de vergüenza) Rafaela trataba desesperadamente de quitarme la pechera ardiente que marcaba todos sus adornos de filigrana en mi torso desnudo. El penetrante olor a plumas quemadas era una especie de amoniaco que me mantenía despierto.
Rafaela mirando lo desigual de la lucha lanzó su bella espada a Miguel, escena última ... última esperanza, la invocación de nuestro Dios al sabernos incompetentes de realizar con nuestras propias alas, perdón, con nuestras propias manos, la misión que él personalmente nos había encomendado: abrír un surco en la inmensa maldad que crece en mil universos. Miguel, con dos espadas en sus manos formó una destellante cruz, símbolo de nuestra fe. Su claridad cegó a nuestros atacantes para intentar huir, Rafaela comenzó a jalar mi cuerpo dolido buscando donde refugiarlo y ayudar a mis ángeles del cielo.
No llegamos demasiado lejos, frente a nosotros; el abismo y detrás nuestro ángeles-demonios sedientos de venganza y cegados de fe. Recordé las palabras de uno de mis custodios, filosofo de grandes vuelos por el cual no pude hacer demasiado. Cuando un humano es lo inmensamente brillante para dejar sin habla las palabras que el ángel de la guarda manda a su corazón y el ser alado comienza a aprender de él, ya jamás lo pude cuidar y mucho menos llevar por el buen camino que este humano, es lo último que desea. Ya jamás lo puede cuidar de los peligros; especialmente del peligro que significa él para sí mismo.
... Y si miras al abismo un largo tiempo, tal vez el abismo te mire a ti.
¡Arghh, mi brazo! Una ardiente espada cruzó mi hombro dejándome clavado al piso.
¿A dónde me llevas perra?, ¡no ves que ese cuerpecito es mío!
Rafaela me soltó. Extendió sus alas y se trenzó de los largos y negros cabellos de Cassiel que al sacar su daga de piedad, voló al instante tratando de cubrirse de los rápidos reflejos de Rafi, que de un patadón le voló la cuchilla. Fue tan sorpresivo el ataque de Rafaela que ella se quedó totalmente desarmada. Como mirarse a un espejo, sus ojos enfrentados sacaron chispas al cruzarse, dos rizados talles, dos hermosos cuerpos, rodaron por el limite del cielo y la tierra; como dos gallos de pelea tratando de clavarse los espolones de sus botas. Sentí a ambas cerca de mí, yo invertía mis últimas fuerzas en tratar de liberarme.
Miguel luchaba azarosamente con dos contrincantes; con una espada en cada mano: dos espadas, dos alas, dos piernas con espolones... ya que para intentar detener la desmedida codicia del mal, se mejor siempre llegar con dos. Miguel tenía la certeza impuesta en los ojos; Esos ojos de pestañas quemadas y cejas sangrantes; esos ojos claros que marcaban un profundo desprecio a sus enemigos terrestres; una boca delgada de la cual no se percibía bien su tamaño por las aberturas que tenía en ambas comisuras, su sangre era tan espesa que podía sentir su sabor en el aire que respirabas. Miguel era de enorme tamaño; de espaldas anchas con majestuosas alas carcomidas por mil batallas; sus brazos largos y fuertes, como un agresivo y poseso director de orquesta, en terminación de puntas ardientes chocaban con la envidia de los ángeles terrestres... Estos perros, a Miguel le temían, y ¿quién no?, si yo hubiera tenido que enfrentarme a él! me hubiera zurrado!
Sus labios se movían en el recitar de un mudo poema, adivinaba el complejo discurso que emanaba de ellos: oraciones, maldiciones, odio petrificado por aquellos que antes fueron sus hermanos, y ahora, el gran Arcángel Miguel estaba ahí, sin perder la esperanza de enviarlos a todos al infierno con impactos de sus colosales nudillos hambrientos de púrpura intenso.
Le gritaba a Luzbel en el ocaso de sus fuerzas: A ver Cabrón, escupe, escupe todo ese fuego helado con el que acostumbras amenazar cuando tienes miedo.
- No me retes Miguel, recuerda todas las veces que té dejé llorando con un chipote en la cabeza, no me vengas con estupideces ahora...
- ¡Cobarde! eso es lo que eres, cada chichón fue pura y absoluta traición, me caíste tantas veces por la espalda que debería darte vergüenza recordar eso.
Misael, era un peligro verdadero, su poca experiencia compensaba con una furia desmedida y sus jóvenes fuerzas, pero en ocasiones como ésta, parecía como si saliera al recreo.
- Hijoles, Luzbelito, quien iba a decir que le tenías miedo a éste babosote y te escondiste detrás de un árbol para darle de palazos.
Luzbel no pudo contener su odio y con mirada fiera lanzo una enorme bocanada de fuego a Misael que brincó ágilmente y desplegó las alas para que no lo quemara... eso si, sin dejar de reírse de Luzbel.
Pero en verdad que estos eran juegos comparados con la furia tan intensa con la que luchaban mis viejas.
Rafaela, mejor conocida como “La Talachas” era una perrucha, el mismo Miguel le hablaba con mucho cuidado en sus días ( de oración, no mamen) sus ojos negros eran; noche de oscuros mares, termino de conjunción de todos los colores, racimo de maduras uvas, sangre molida que producen unos labios sedientos del final de dos cuerpos que piden más ... mucho más.
Era un agasajo ver a Rafaela dominando a Cassiel que era una Ángela de fastuosas proporciones; de caderas frondosas y senos plenos y erguidos. Ella, con sus dedos imposibilitados a separarse debido a una meta común, hundirse una y mil veces en el vientre de su contrincante. La roja boca de Rafaela se incendiaba, y con ella: toda ella. Sus venas despertaban, cuando Rafaela luchaba o hacía el amor. Azulaba. Ella, a diferencia de Miguel... gritaba, toda clase de injurias que parecían sapos y culebras saliendo de su boca, ya mil veces había sido castigada en el colegio de ángeles guardianes por su discurso arrabalero no propio de un guardián, pero era tan coincidente que la Rafi siempre terminaba cuidando a algún maleante en un barrio pobre y peligroso del mundo ¡qué le vamos a hacer! hablaba con todos los tonos, colores y maldiciones que existían, su carita de niña y su bocaza de camionero.
Y yo, en inútiles esfuerzos luchaba por liberarme... la fuerza de mi diestra calcinada fue nula. En un intento final sujete la espada opresora y comencé a levantar mis alas; respiré.... exhalé, una y otra vez, tratando inútilmente de relajarme. Me di cuenta que en esos momentos lo único que me podría sacar de ahí era mi desesperación y mi furia, así que de nuevo, apreté mis alas, éstas, mal centradas se trababan en el punto en que el ariete incandecente me convertía en uno con el piso. Un nuevo esfuerzo inútil, respiré... inicié de nuevo, y justo cuando la espada se comenzó a ceder los cuerpos movedizos de Rafaela y Cassiel pasaron como una locomotora sobre el mío hundiéndola de nuevo.
¡Me carga la chingada! ¡par de histéricas, vaya a reprimir su homosexualidad a otra parte!
La batalla continuaba también el ámbito masculino, Azrael cada vez más enaltecido por su eminente victoria sobre nosotros, los protectores de Jesús, vociferaba sobre mí y mis vanos instintos por levantarme, no llegó demasiado lejos. Sus pasos sobre sus huellas, se toparon con una muralla alada de cabeza ardiente que amenazaba con crearle un nuevo espacio entre las costillas.
- Qué suerte tuviste Gabrielito, te salvaste por una plumita. Solo me faltó acertarte el golpe final, pero aún mejor. Ahora lo puedes compartir con este atajo de pendejos ... cómo me gustaría que te viera tu jefe, tus mil heroicos ángeles del cielo, cómo me gustaría poner esta imagen en una postal y después pegarla en cada rincón del cielo. Que todos vean las vicisitudes que encontraste en esta tierra por siglos repartida, él me dio el derecho de promulgar la ley con mi palabra, ahora: ¡yo soy la ley! Nadie va a arrebatarme el reino del hombre. Ellos y sus pecados son míos, solo míos.
Él tenía razón. Es un gran guerrero, no duda en desprenderle la cabeza a nadie. Su diestra es diestra, su incendiada arma era veinte ejércitos rabiosos, sus alas eran tan grandes que a su despliegue se obscurecía hasta el sol de medio día ... pero si bien lo respetaba, no le temía.
- Lo único que es tuyo es la pinche madriza que te voy a poner en cuanto me levante, cabrón.
El solamente reía. Yo también.
Uriel llegó ante mí. Y tal como Arturo le arrebató la espada a la piedra, sacó el ariete encandécete con todo y yo. El dolor fue intenso pero el alivio, placentero. En atención a las palabras de Azael, se había levantado una pequeña tregua que no se manifestaba del todo en el encuentro de las dos bellas féminas. Ellas, continuaban jalándose y golpeándose dando rienda suelta a su descomunal odio, que a veces me daba la impresión que no era por el arrebato que le hacía Dios nuestro señor del mundo del hombre los ángeles de la tierra, sino, la confrontación de dos hermosos polos de iguales atributos. Rafaela, con sus largos cabellos rubios que se fundían de claro a oscuro, del centro a la punta; una frente amplia que le daba un contorno pleno a la planicie de sus rasgos de los cuales se levantaba una nariz de copos suaves que conducían a dos obscuros lagos azabaches, que como desbocados corceles te atropellaban en un parpadeo danzante; una boca rosa que parecía demasiado roja para la palidez de su piel; sus alas eran blancas, inmaculadas, el filo de los bordes parejos y brillantes como el milenario sable de un Samurai; la redondez y firmeza de sus hombros sostenían dos senos encantadores que se movían ligeramente cuando extendía sus alas para volar o luchar esgrimiendo su pequeña espada diseñada expresamente para ella por Carbajalarius, el maestro forjador de sables más exquisitos y fuertes de todo el cielo, la espada de Rafaela era ligera como el viento; pero, fuerte como una roca volcánica afilada como un silbante cordel que cruza la oscuridad de un lado a otro sin que lo puedas ver, solo sentir como de un solo movimiento desprende la cabeza de tu cuerpo. Rafaela en uno de sus muchas chambas de custodia, “ sombreo” , es decir, no se le despego un solo momento a una bastonera de universidad gringa y aprendió todos los movimientos que hacia con su bastón, lanzándolo con fuerza atrapándolo de su punto de equilibrio, pasarlo por sus piernas, de una mano a otra, girar con el, caer en “split” para esquivar un ataque y hasta tenía una suerte con Uriel en la que él juntaba las manos y ella se apoyaba en ellas para salir volando y atacar con manos y piernas libre a varios contrincante. Ja, no cabe duda que “la Ra-faga” era de las chidas;
Sus piernas delgadas y fuertes; largas, suaves, bellas; sus rodillas despertaban la forma de sus huesos, como una arma que despedía certeros golpes entre las piernas de sus enemigos masculinos. Era curioso, pero a su edad parecía que el cuerpo de Rafaela seguía floreciendo, despertando el volumen donde las manos ansían posarse, donde la lujuria da nombre a los suspiros y los cielos se asombran de todo lo que podemos hacer.
- Atrás Cassiel, suelta a esa ramerita para que escuche claramente mi advertencia y terminemos con ellos para siempre.
Cassiel retrocedió pero Rafaela, giro en un par de vueltas de carro y de un impulso alcanzó a colocarle un buen arañazo que le cruzo su bello rostro a todo lo largo del mismo y muy cerca de alcanzar uno de sus ojos esmeradas. Ella escupió su ira y una mirada asesina a Rafaela, pero dado el respeto inmenso que le profería a Azael, se quedo inmóvil en un silencioso llanto de rencor mientras que, Rafaela, no dejaba de mirarla con su cara de burla haciéndole su mejor repertorio de gestos.
Así, sabiéndose dueño y señor de la situación Azael tomaba poses de grandilocuencia. Extendía los brazos subiéndolos hasta que las palmas de sus manos se juntaban por encima de su cabeza y sus uñas rechinaban al tocarse una con otras. Una vez unidas, comenzaba a baja ambas frente a su cara hasta llegar a su pecho donde se desprendían para quedar paralelas a sus alas en una curiosa tensión, como si no fuera capaz de relajarlas por más clara que fuera su victoria. Su discurso comenzó con el graznar de cuervos.
- La escarpada noche, obscura danza de atormentadas almas será testigo de la costumbre que a través de los siglos se petrifica en ley, llegué a estas latitudes, siglos ... sabiéndome un extraño en tierra extraña, vuelto un campanario catatónico a las espaldas de ese Dios que ahora ustedes defienden, presto a obedecer las más intrincadas misiones, dispuestos a abrir la senda de la historia del hombre a fuerza de golpe de espada de fuego.
Fui fiel al cargo, los alimente, los enseñe a limpiarse y a multiplicarse, amamante a sus crías, conjugué el verbo, palabra activa, que con el pasar de los siglos se transformaron en ley. Acepté a renunciar al cielo, a mi nube, al colegio de ángeles guardianes donde fui benemérito por esfuerzos y disposición a Dios vuestro señor... mío, ya no... nunca más.
Ahora míralos, ahora si son hombres, la obra máxima de Dios es mía, el costillar por si mismo no valía. Había que limpiar la tierra; purificar el agua; mezclarla con cariño y paciencia, moldearla con fuerza y ternura, como si se fuera un panadero que sazona el pan con el sudor de su cuerpo, por más asqueroso que esto pareciera, es la única forma en que consigan un sabor agradable a nuestro paladar, ser el artesano de las almas mismas; en su mismo espacio. La tierra no se controla desde el cielo...!no señor!
Tu Dios es un miserable usurpador que sólo quiere la gloria terminada sin esfuerzo alguno. ¿Quieres qué me retire? ¿Qué deje todo en manos de su hijo? esto es una gran balanza que si bien él la creo, yo la equilibré. No funciona sin uno o sin otro. ¿Sabes que pasaría si llegara su hijo? ¡Lo harían pedazos! Dios está muy lejos de los hombres y ya no los conoce, ya no son las ovejas que caminaban ciegas hacía donde él los condujera, no, ahora son lobos solitarios y hambrientos que caminan a considerable distancia uno de otro por miedo a recibir una mordida a traición.
Tu Dios, ya no entiende de pecados, de traiciones, de orgullo, de ambiciones... yo si, tanto que ahora yo juzgo cualquier posición, Yo vivo aquí, yo los enseñe a jugar al bien y al mal.
Están acabados Gabriel, nunca debieron haber bajado, nunca debieron retarme, subestimar mis fuerzas y las de mis ejércitos de pecadores que ahora somos todos... y todos lanzamos la primera y la última piedra... ¡Bajen Serafines!
Mil y un retumbos cimbraron el cielo y las nubes, a lo lejos truenos aparecían tan mudos que parecía que escaparan para no ser testigo de lo que estaba próximo a ocurrir, a la invocación de su jefe, ruedas de fuego cual monstruosas serpentinas de vivos colores que semejaban mil rostros que gritaban al sentirse arder, se aprestaban a devorarnos, ahora de pie le respondí, en forma clara y contundente:
- Tú discurso hueco y vacío solo es muestra de la envidia que le tienes a nuestro Dios, y el miedo que me tienes a mí cabrón, no me atacaste sólo, porque sabes que las veces que lo has hecho nunca me has podido vencer. No Azrael, no puede tu espada condenarme a un miedo esclavo ni a un febril servilismo. Solo tengo un jefe al que guío mis pasos, mis acciones dentro y fuera del cielo, la tierra y el infierno. Y si tú les has enseñado todas esas porquerías a los hombres, es razón suficiente para que venga su hijo, a enseñarles la verdad, la paz y el amor. Atrás Arcángeles... dejen que el abismo nos mire a nosotros.
La magia, la salida, el escape. Lanzados cuatro cuerpos de cabeza, cerrando los ojos para no mostrar nuestras lágrimas de abandono, de la perdida del preciado paraíso de nubes donde crecimos, una voz resonaba en mi cabeza:
- Ésta batalla no ha terminado Gabriel, te voy a encontrar así tenga que recorrer toda la tierra.
La noche resplandecía aún en mis manos, en intentos extremos de tendones enroquecidos. Arroyo de sangre carmesí en fauces aceradas, la antorcha encendida de mis horas mancas y descalzas. El ahondar en mis faltas en medio de una nada feroz.
- ¡Prueba de nuevo atormentarme! ¡Te lo exijo! Nunca será fácil lanzar la piedra y esconder la mano cuando una cabeza sangra... cuando el suelo (cielo venido a menos) ha sido despojado de una de sus contadas estrellas.
Desde ahora prepárate para la revancha, ring donde sólo existirán dos contrincantes y tus esbirros infernales solos serán esperanzas disueltas del desesperado grito de auxilio que expirará de tu boca antes de que la llene con el filo de mi espada.
Prepárate para mi vuelta cuando las nubes narren la épica de nuestra continua batalla y de nuevo estés aquí...
¡Por Dios! ¡Teme ese día! Te veré en el infierno Azrael.
La caída fue liguera, amortiguada por un destello de benevolencia, que me aceptaba a regañadientes en ese lugar al cual no pertenecía, un cien mil soplidos compasados y mortales me impedían un estrepitoso viaje chocando una y otra vez con las nubes; cascadas aéreas de libres gotas; más suaves que los hielos; más secas que las aguas, caí y golpeaba... una y otra vez. ¿Cómo voy hacía abajo si estaba en las puertas del infierno?, ¿ó era el cielo? ... tal vez esa combinación entre ambas que se llama: Tierra.
¿Cómo no golpeo mi resquebrajado rostro y mis ensangrentadas alas con las candentes y sólidas rocas incrustadas en el centenar de mil pecados? Con dos piernas, con dos ojos, con dos manos... ya que para intentar satisfacer el deseo insatisfecho del hombre, es mejor siempre llegar con dos: dos espadas, dos alas, dos espolones... dos ojos.
¡Señor gravedad! ¿No es así? ... mucho gusto, mi nombre es Gabriel, soy el sub-comandante de las fuerzas celestiales y ahora ve usted por qué me llaman “el ángel del abismo”, ni mi nombre ni mi cargo realmente importan, lo que realmente vale es lo que dice mi frente. Lea usted: ANUNCIACION. Así es, es por eso que siempre llevo conmigo esta trompeta que de momento prende de mi espalda, en el espacio que dejan mis dos alas, como si fuera un nido de un ave en llamas.
Suenas y renueva los cansados ánimos de quien la escucha. Grita en el compasar de sus notas: Levántate y anda... son sus tonos desgarradores y molestos y asonantes para el verdugo, pero tiernos y compasados para el condenado.
A la caída me doy cuenta de que los segundos matices siempre serán los más confiables. Los más nítidos... sobre todo, los más increíbles, solo se puede dudar de lo que verdaderamente se sabe y, ahora sé que muestro mis cartas con la intención de perder la mano, la pierna, cualquier extremidad que se pueda hornear en las llamas del infierno.
Brindo por mi salvación, por esa teta hermosa; promesa de vida eterna, falacia inexorable de esa inercia que intento inútilmente detener en mi caída, después del golpe ansió una mano sobre mi frente, una mano sobre mi hombro, una mano sobre mi mano ... ansío un haz de luz cubriendo mi cabeza. Saberme vivo en la muerte ajena.
... atisbo frente la cerradura el embudo que a sus limites pinta el capullo del que nunca escapé. Ese lugar tibio y jugoso de mil y un manjares que se me descubre todo sobre mis cinco sentidos inútiles, frente a semejante oscuridad intermitente: una y otra vez ... una y otra vez.
Son siete cuerdas las que forman mi red. Son siete filos los que hielan mi cuello, son siete plumas de esas alas que se van desprendiendo de los siete puntos de mi espalda, son siete las gotas que corren por mi rostro. Son siete los brillantes puntos de luz acerada que me cubren de muerte.
Las ráfagas de aire me despojan de mi pesada armadura templada para resistir los siete infiernos menos el que dejo atrás; ahora son seis. La perfección menos uno. Seis pecados, seis deseos, seis faltas ... todo esto que me sucede es 6, 6 y 6.
Gabriel. Anunciación. Qué cae, y al estar tan cerca del piso: teme. Que mejor muestra de que me convierto en hombre.
martes, 5 de mayo de 2009
Capitulo 1
Viernes impetuoso, viernes. Preludio del saber, compromiso con el “no querer saber”. Lleno de deseos vueltos navajas punzantes. Que te ciegan con su brillo mortal; De simbolismos que se revelan; que te incumben, que te son: Insoportables. Y de mujer, mujer incógnita prohibida (dijo Lacan ) continente negro ( dijo Freud). Mujer, el sueño hecho realidad pero al final de cuentas ... irrealizable.
Del viernes de cinco a siete de la tarde, puedo hilvanar millones de historias forjadas a partir de varios enfrentamientos con un espejo, demasiado cruel para ser cierto; demasiado cierto para ser eterno. Simplemente me sumergía en una pecera para descubrir en los vaivenes de unas aguas heladas, contundentes olas que golpeaban mi frente, que me obligaban a cerrar los ojos como el des-mensurado costo de contemplar un océano de bravas aguas. Escuchaba, saboreaba, aspiraba y tocaba fantasmas que nunca sabré a ciencia cierta (en el sentido mas estricto de la palabra) dónde estaban.
Son los acostumbrado seminario referente al fin de análisis. A partir de la basta óptica psicoanalítica, se cuestiona todo lo que el inmenso y brillante mundo de nuestro ponente contiene: Filosofía, lingüística, antropología, literatura o ciencias que parecen tan dispares con las anteriormente mencionadas, como las matemáticas o la astronomía. Todas ellas se daban cita para organizarle una fiesta de bienvenida a la verdad que regularmente nunca llegaba.
Él. Un tipo de una carga emotiva fuera de cualquier contexto que yo estuviera acostumbrado a llamar: Maestro. Cabello largo bien atado por la parte trasera y un bigote espeso ( que realmente investiga). El. Usa estas señas como artículos de su batalla diaria en ésta selva de asfalto moderna, dice: “Como en las tribus primitivas que pintaban líneas en su cuerpo para ir a la guerra, hay que mostrarle falos al enemigo para castrarlo”.
Gusta de vestir, elegantes trajes hechos a la medida que compasaba con botas de minero, mucho antes de que llegara esta moda. A veces redondeaba el “look” con un sombrero propio de los mejores “ Bluesmans” del Misisipi, y una forma de hablar que imitaba la música de estos inolvidables hombres de color: Pausada, bien delineada, melancólicamente cadenciosa, pero siempre clara y fuerte. De pronto, alegre, cínica y cómica, hasta agresiva.
El. Era el maestro Molesto Aguerrido.
El último de los viernes tuvo una particularidad. Me iba a acompañar una hermosa amiga de gran estatura y chispeantes ojos; boca roja y cabello de oro; piernas largas y tierno rostro. En fin, mi Güera, mi pequeña Güerita. Esta niña (que es una niña por más que se empeñe en negarlo) desplegaba su bandera en pos de los mejores colores. Podía pasar de nena consentida de papá guiando una pequeña motocicleta color amarillo, a una mujer fiera y desbordante de ajustado vestido negro y zapatos altos, toda una mujer de mundo. Un día era toda un hippie de “El sapo cancionero” (Peña snob de Ciudad Satélite) y al otro día ya estaba lista de ponerse el mejor “look” de leñadora para quitarme mi cinta de “Pearl Jam” y mover la cabeza a ritmo de los cinco de Seattle !Chale con la Güerita! se probó todas las sudaderas y cuando ya no le quedó más que probarse, se confeccionó la propia.
Y yo ¿ qué diablos hacía en su vida? Pues creo que caí de rebote. Que fui una sudadera demasiado incomoda; demasiado corriente; demasiado gacha. Pero, que le latía. Como esos jeans rotos que te quiere siempre tirar tu madre; pero que te aferras a quedarte con ellos, porque, bueno. Representan tu identidad momentánea fuera del consumismo (el fascismo de nuestra época, según, Pasolini) la forma en que eres; según tú: joven y rebelde.
La vida de mi Güerita tenía muchos ángulos comenzando por el de su casa. Vivía en lo que realmente se conoce como la punta del cerro.
“El día que haya una revolución en este país, la gente pobre va a bajar de los cinturones de miseria que están en la alta periferia que cubres el valle de México, lista a saquear lo que hay abajo, sin imaginar siquiera lo que hay detrás de éstas puertas”
Era la forma en que su padre, explicaba la razón de vivir tan alejados de la mano de Dios. Este señor, alto y rubio, alemán de nacimiento que tenía un curioso acento en su castellano, era todo un personaje. Tenía unos rollos de reencarnación y curación con colores muy espesos, le latía andar en un tractorcito con sobrero de paja a mínima velocidad o en una moto con un brillante casco negro como alma que se lleva el diablo. Andaba con ganas de hacerme un regresión pero como que al final ... nos dio hueva, y mejor nos pusimos a chulear.
Para mi pequeño coche que apenas y se podía mover era un suplico visitar a la Güerita. Se ponía como perro que va a ser llevado con el veterinario, así que después de bajar a menor velocidad aun que el tractorcito del señor, lo puse en la zona más planita que encontré y lo aseguré con dos tabiques grandes, para que no se me fuera a ir de hocico. Fue entonces que comencé a tocar. Como la casa era de estilo colonial solo había una pinche campanita con un alambre que le jalabas cuatro veces y sonaba una, y ahí te tenía la pinche campanita jalelé y jalelé y ni madres que sonaba.
Continuaba el proceso de contraseña a puerta cerrada:
- ¿Quén?
- Buenas tardes ¿se encuentra la Güerita?
- ¿parte quén?
- De Gabriel.
- ¿Cuál Gabriel?
No se si la pinche gatita igualada estaba esperando mis títulos nobiliarios, para presentarme en la sala golpeando su bastón en el piso y tabores a su espalda: TA, TA, TAAAAN. ¡ Sir Gabriel Raleigth de Wiston! Así que le contesté con toda honestidad:
“Si sientes curiosidad por mis progenitores sepa que Lautreamont fue mi padre y Alicia en el país de las maravillas fue mi madre” respondí a la chacha, tan gacha, parafraseando a Robert Irwin. Y, en franca revancha de lo antes dicho, se tardó una eternidad siendo yo, tan noble invitado, victima de la famulita rencorosa e inculta de la literatura contemporánea inglesa.
Dentro, la linda casa y el noble taller que había a un lado, era de un total toque colonial. Apoyada en una exquisita sensación de arduo trabajo en los que se conjugaban y emanaban olores típicos de las actividades que ahí se desarrollan, una curiosa combinación de Thiner, piedra caliza y sobaco de artesano, que pigmentaban las reproducciones de arte precolombino de los lugareños: ídolos de piedra de diferentes culturas entre los que destacaban los Aztecas, como los que puedes comprar en la ciudadela o en las tiendas de las pirámides de Teotihuacan.
Su morada era hermosa. En ella, se conjugaba por igual la pureza de blancas paredes con el folklore de tabique rojo, un sin fin de flores que chisporroteaban frescas y anhelantes de un suspiro; de perfumar de colores las calladas voces que se intuían, estaban alrededor. Y ella, ahí. Esperando esperanzada a la esperanza y el único que llego fui yo (pero ahora no tan tarde)
Me saludó a lo lejos haciendo revolotear su mano, y con el dedo índice y pulgar me dijo que la esperara un ratito. Se metió rápidamente a su casa. Así trascurrieron unos momentos en los que entendí a lo que se refería su papá con: Detrás de estas puertas. A lo lejos escuché sus zapatitos de hippie cantando por toda la escalera. Como siempre su saludo fue apoyándose en mis hombros y con un tierno y fugaz beso en la mejilla. Luego, me invitó un café, cosa que no me dio mucho gusto dado que en la mayoría de las casas mexicanas el café es muy malo, pero me lo chingué, yo no tomo café, ni tengo la menor idea de cómo se en otras partes del mundo.
Llegamos a la cocina que me hizo recordar las famosas tiendas de raya de las haciendas del nuestro antiguo México. Y es que, no se si era realmente que vivía tan lejos o esa extra “modita” de comprar a medio mayoreo en tiendas recién entradas al país; pero, había un sin fin de productos aún empacados. Salió al dominio de la mesa una azucarera muy mona y el tan mentado café soluble. Ella comenzó a calentar el agua y se le quemó (que mamada ... no en serio, se veía que la cocina no era su fuerte)
Así, sirvió dos tazas sacando dos cajetillas de cigarros (una roja y una blanca) dos cucharas, dos miradas; tal como dijo el poeta: “Y fueron dos, ya que sabías de mi voraz apetito, porque para saciar mi hambre de ti, necesito dos: dos ojos; dos labios; dos senos; dos piernas; dos palabras) el ambiente era melancólico y solitario, como un cuadro impresionista francés. El otoño adornaba con sus sonrojadas mejillas y los primeros embates del invierno se dejaban sentir.
Era en este punto. Enlazado al momento perfecto, que se fundían puntualmente todos los colores, que en su bandera, de nuevo quería postrar. De la manera más natural, jugó a brincar la banca y sentarse torpemente con las piernas un poco abiertas, como una pequeña criatura que goza los últimos momentos de diversión ante el tedio que implica para algunos niños sentarse a comer (ése ... nunca fue mi caso).
Inmediatamente comenzó a mover los hombros casi inapreciablemente. Como si una bella sonata brotara de su estomago; como si dentro de ella alguien abriera una cajita de música. Extendió sus largas manos, volvió suya la azucarera mona como si un pulpo atrapara a su presa con sus ventosas en un presto ataque mortal, el juego fue lento y pausado pero; sin detenerse un solo instante. Con la experiencia de una mujer madura, casi una anciana, que conoce la fina rutina del oropel de la sobre mesa por todos los espléndidos lugares que ha visitado y la ha tratado como lo que es: una reina.
Y el gran final. Me miró fieramente. Me sonrió tenuemente; sacó un cigarro con su tan acostumbrada agresiva gracia y lo colocó justo en el filo de sus labios, en el equilibrio perfecto entre el no tirarlo y el no chuparlo. De un rápido y violento movimiento reclinó la cara y clavó sus manos en sus rubios cabellos lanzándolo hacia atrás. Prendió el encendedor del que broto una llama enorme, capaz de incendiar la más fría de las miradas. Acercó el cigarro a prudente distancia y luego aspiró fuertemente como si quisiera llevarse todo el aire para que yo no pudiera respirar, y al soltarlo, en una espesa nube de humo me proyecto sus sensual imagen interior como una cascabel que tintinea sus avisos mortales.
Algo buscaba, era claro. Me miraba intensa, llena de precarias luces intermitentes. Descompasados los sueños que lucían rojos como el fuego que sostenía en sus manos; como mirarse en un espejo, las llamas se contoneaban en su rostro como si se tratara de una bailarina exótica a la que todos gritan: tubo ...tubo ...tubo. Y ella solo contestaba: cuernos ... cuernos ... cuernos. Paso a mi lado revoloteando sus brazos muy cerca de mi cara, mi reacción de automática defensa fue demasiado lenta para el vuelo de su aguijón.
Esa tarde yo no me senté; no tomé café y tampoco fumé.
Así, hablábamos principalmente de ella: de su vida; de su familia; de sus estudios; de sus amigos ( que en algunos casos también eran los míos); pero siempre tuve la impresión que, en sus palabras, había una pregunta inmersa.
¿Así debo hacerlo?
¿Crees que voy bien?
¿Debo volver a intentarlo?
Y en mi silencio también había una respuesta inmersa, preferí, en ese momento, ceder mis cínicas frases a alguien que las sabe todas, un individuo sencillamente vicioso y viciosamente sencillo: “pongamos que hablo de Joaquín”:
“ Que consejos voy darte si ni siquiera se cuidar de mi” pero como: “no soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan por vicio”, a veces, solo decía: “si lo que quieres es vivir cien años, no pruebes los licores del placer, si eres alérgico a los desengaños, olvídate de esa mujer”.
Al mirar que casi terminaba el café le recordé que nos aguardaba un largo recorrido (íbamos al otro lado de la ciudad), así se levantó apresuradamente y me pidió que la esperara. Yo guardé los cigarros y salí a la puerta. Las actividades en el taller habían finalizado y ya se había disipado del ambiente el aroma a thiner y sudor en una nube de polvo que poco a poco se iba apagando con la tarde. Ella llegó con un delicado suéter amarillo y su cabello en la más intensa de las represiones. Yo le supliqué: desátalo no lo aprisiones. No ves que no puede respirar, no ves que no lo dejas bailar a su compás ... ¡qué no ves que lo matas! Pero le valió y salió con los ojos de chinita de tan fuerte que se apretó el peinado (chale)
¡Más cigarros! ¿Qué los vas a usar de tarjeta de presentación?
Abordamos el carro y al encenderlo, le sonreí. Bajé el cristal de la puerta, saqué mi codo, contonee mi cabeza a un ritmo totalmente preparado para la ocasión. Era yo y una copiloto rubia, dueño de la situación, triunfador en el mundo de la realidad, cualquier yupie me hubiera envidiado. En cambio, yo ... me sentía, raro ... inerte, como si no existiera, como si no sintiera, más bien como sino avanzara.
“Hay Gabriel ¿Cómo nos vamos a ir si no le quitaste las piedras a las llantas?
¡Cámara! Me di cuenta de lo difícil que es tener una doble personalidad.
Al ir al bajando del cerro, ella comenzó a husmear en mi caja de casetes sin dejar de hablar a una velocidad impresionante y leer cada uno de los títulos lanzándolos de nuevo al abismo por elementos gachos, o charros, o churros. Hasta que por fin encontró uno chido. Curiosamente no tenía título, así que sin siquiera preguntar, sacó a Fobia de su mundo feliz por lo que a mi no me quedo otro más que protestar airadamente.
Le valió: Espera, espera ... déjame ver! Sin siquiera decir, al tiro! “ manéjese sobre su propio riesgo”: Alice in Chains.
Ella se quedó estupefacta, parecía que los gemidos y esa enorme guitarra llena de distorsión de bulbo de amplificador viejo la había hipnotizado, miraba el estereo, me miraba ... una y otra vez ... no lo podía creer ... parecía que sabía de quien se trataban.
Es Nirvana ¿no?
¡NO, NO! ¡Por el amor de Dios, no! Creo que siempre me ha afectado esa fijación de mis congéneres (por culpa de los medios de comunicación snobs) de abanderar a Nirvana como:
El sello de nuestros tiempos, el sonido Seattle, como los iniciadores de un genero tan desgeneralizado como es el Grunge, como el resumen de nuestra generación X.
¡Basura! Simplemente porque ellos fueron los más fáciles de comercializar no quiere decir que sean superiores, más idealistas, más nihilistas que todos los demás. Basura, basura. Seattle no es un sonido, es una diversidad de sonidos en un solo espacio geográfico. El Grunge nace antes de Nirvana y vivirá después de la muerte de los mismos o de cualquier otro, lo único que pasaría tras la disolución del mito comercial sería devolverlo al lazo cultural donde existen sus verdaderos seguidores. Grandes perros que se atrevieron a sufrir, a entender, a viajar, a gritar. A hacer música un tanto surrealista a pesar de el mismísimo Breton negó semejante postulado.
Alice in Chains, Pearl Jam, Mudhoney y lo grandiosos Soundgarden no viven a la sombra de nadie, porque nadie los ha sacado, ni los sacará de esas obscuras catacumbas donde encontraron su viejo sonido distorsionado. Justo encima de sus hombros.
¿Me lo prestas?
Yo respiré hondo, la miré con ternura y le dije: creo que no.
Cuando llegamos al sitio donde se impartía el seminario, sentí la mirada de todos los asistentes. Era natural, el Chin y yo éramos los más jóvenes, entonces cualquier tipo de compañía y más de esta naturaleza era una novedad.
Tomamos asiento y me dispuse a viajar, y aún más y más. Las palabras modestas eran alas que pegadas a mi espalda me permitían volar. Surcar el cielo y la nube alcanzar y en el preciso instante de llegar, un “Otro” me enfrentaba se reía de mi y de mis vanos intentos de alcanzarle. Lo miraba a los lejos desplazándose a gran velocidad, tan lejos de mi mano que por esta vez me seducía la idea de alcanzarlo; de revolcarme encima de él; de conocerlo, de sentirlo, de golpearlo y sentir que me golpeara. Aletee con todas mi fuerzas, un sudor frío se apoderaba de mi cuello. Continué. Desenvaine mi espada que se encendió al parpadear de mis ojos y justo al tenerlo a la distancia indicada para acertar el duro golpe ...
Bueno, bueno ... torre de control llamando a Gabriel. Y ella muy interesada escuchaba, sin necesidad alguna de ser encontrada, nunca se sintió perdida por más nueva que fuera la situación, se le podía admirar en su altivo rostro una interrogación, como el inicio de una perspectiva más. Otra sudadera que se estaba probando. Sin saber exactamente como desperté en el suelo fuera de mi silla, sintiendo la mirada inquisidora de todos los presentes.
Durante la ponencia observe al Chin con su clásico ademán de: ¿y ahora qué?, ¿qué onda, o qué?, ¿lo madreamos o qué? a mi solamente me dio risa y los dos nos volvimos a concentrar en las palabras del maestro. Estaba cerca, ambos lo sabíamos. Teníamos que estar listo para la batalla.
Al pasar junto a mi. El maestro Aguerrido me miró y me preguntó: ¿le acertaste el mejor de tus golpes? Negué con un lento movimiento de cabeza y se fue sin decir palabra, dejando tras de si una estela de hoyos negros ( que en otra ponencia, el famoso físico lunático Pepe Paperas nos enseño que no eran hoyos, ni eran negros) en el pecho de la mayoría de los presentes. Ese concepto que maneja el Chin en relación a “la falta” como un agujero en el pecho que te devora por un deseo ( todos los deseos son insatisfechos, porque si lo fueran dejarían de ser deseos) han sido piedra angular del entendimiento de algunos problemas de índole amoroso, que tanto me han servido para jugar al doctor corazón, seducir a una mujer o ganarme una lana. Nosotros también nos despedimos porque la güerita tenía otro compromiso.
El camino de regreso tuvo algunos inconvenientes. Nada que una buena dosis de risa no pudiera resolver (o causar). Salimos más rápido que en chinga y a la hora menos propicia para atravesar de nuevo nuestra contaminada ciudad. Así, todo el conjunto de construcciones que circundan el periférico nos acompañaba en la tranquilidad que implican miles de autos antes y después de nosotros.
Le contaba principalmente de mi; de mi vida, de mi familia, de mis estudios, de una amiga ( que en este caso no era de ella) que había visto por primera vez frente a la puerta de la universidad, y que me había impactado tanto que me sentí Juan Diego en contemplación absoluta de una Virgen. (No lo dijo, pero seguro pensó: ¡ay no mames! Yo esperaba que tomara hacia cualquier lado que la metonimia lo llevara), que antepuse mi chamarra para que quedara su imagen impregnada de las flores de su mirada, que me dispuse inmediatamente a edificar un templo en el mismísimo cerro de Lomas Verdes eterno testigo del milagro. Que me dije a mi mismo (al igual que mi música) estaba preparada exactamente para mi ocasión: morenita, peinada de fleco y unos ojos ... chale, “Lindos son sus ojos” cantando la canción de Acosta con mi melodiosa voz. Le conté de la estúpida forma en que la seguí por toda la universidad, como un naufrago en alta mar, como si vagara en el desierto, como perro sin dueño, como estuve a punto de arrollarla y descubrirme tan ágil como un volador de Papantla ( gracias a mis conocimientos del método de danza moderna de Martha Graham haciendo las formas entre el volante y la palanca).
Como esa, eran un sin fin (la modestia no es mi fuerte) de pendejadas que se me ocurrían. No se si fue la gruesa impresión de la ponencia o por que con este trafico infernal, al güera no iba a llegar a su destino; pero, nos causaba una gracia tal que, cuando le comenté que la Virgen del cerrito de Lomas Verdes tenía novio ( y no precisamente José sino ... Sancho)
Pero jamás me había dicho nada de él y seguía aceptando todos mis detalles y jugando conmigo a ver que numero eran sus curiosos tenis, para lo cual tenía que levantar una de sus piernas entre risas y empujones; le dije a la Güera una de las sabias frases de mi abuelo, que (al igual que la música y ella) estaban preparadas exactamente para la ocasión: “Por que una mujer que tiene novio no se anda “retozando” a medio patio con cualquiera.”
Fue al final de la frase en que entendí la importancia del lenguaje figurado, ya que si la Güera me hubiera dicho en serio: Ay. Ya cállate, ¡ya cállate que quiero ir al baño! Con miles de autos antes y después de nosotros, me hubiera vuelto loco. Como si vagara en el desierto, por una vasinica sin dueño. Justo frente a la feria de Chapultepec (hubiera traído por lo menos una taza de las que dan vueltas).
En fin, después del toreo de Cuatro Caminos todo cambiaba. El transito se volvía mucho más rápido y mi dolor de estomago (de tanto verla reír) era más leve. Me pidió que la llevara a su compromiso y yo acepté sin mayor molestia. Total ... ya no llegaba a ver a la pinche vieja, que estaba menos buena que mi amiga, de ninguna manera. La Güera tenía una sesión terapéutica, una de sus tantas sudaderas que parecía que le quedaba a la perfección.
Al llegar al lugar, miré con atención el cuarto en el que había entrado. Era amplio, de color un tanto pálido sin llegar a considerarlo triste, en las paredes, entre un sinnúmeros de carteles que rezaban toda la gloria de creer en ti mismo, en el camino de la felicidad con fotografías de alpinistas en un amanecer nevado, había algo que yo conocía: Una copia de mis primeros textos llamado: Negro Azulado Arlequín. Mi sorpresa fue mayúscula, y mi pluma tan pocas veces honrada o por lo menos respetada. En ese cuarto sintió: las guirnaldas de olivo en el aceite; la alfombra roja de sangre, la botella de Champaña en la cabeza. Todo eso rendido, ante sus palabras, a sus rimas a sus gruesas groserías. Sin importar realmente cómo, cuando o quién lo hubiera leído, sino que ella lo había puesto. Me sentí, ahora si ... la sudadera que toca su piel; que vibra con sus movimientos; que mitiga su sed con su sudor y conserva su horma, su talla, sus formas. Pero aún así, se la quitaría en cualquier momento en pleno acto de libertad sin ser, ésta; un grillete, por el contrario. El apoyo de experimentar nuevas situaciones sin el temor de volver derrotada y además incomprendida. El solapador que te permite hacer lo que quieras, que puede ser tu sudadera:
“O si quieres también puedo ser tu estación o tu tren, tu mal o tu bien, tu pan o tu vino, tu pecado, tu Dios, tu asesino. O tal vez esa sombra que se tumba a tu lado en la alfombra a la orilla de la chimenea, a esperar que baje la marea ...”
Joaquín Sabina.
Viernes impetuoso, viernes. Preludio del saber, compromiso con el “no querer saber”. Lleno de deseos vueltos navajas punzantes. Que te ciegan con su brillo mortal; De simbolismos que se revelan; que te incumben, que te son: Insoportables. Y de mujer, mujer incógnita prohibida (dijo Lacan ) continente negro ( dijo Freud). Mujer, el sueño hecho realidad pero al final de cuentas ... irrealizable.
Del viernes de cinco a siete de la tarde, puedo hilvanar millones de historias forjadas a partir de varios enfrentamientos con un espejo, demasiado cruel para ser cierto; demasiado cierto para ser eterno. Simplemente me sumergía en una pecera para descubrir en los vaivenes de unas aguas heladas, contundentes olas que golpeaban mi frente, que me obligaban a cerrar los ojos como el des-mensurado costo de contemplar un océano de bravas aguas. Escuchaba, saboreaba, aspiraba y tocaba fantasmas que nunca sabré a ciencia cierta (en el sentido mas estricto de la palabra) dónde estaban.
Son los acostumbrado seminario referente al fin de análisis. A partir de la basta óptica psicoanalítica, se cuestiona todo lo que el inmenso y brillante mundo de nuestro ponente contiene: Filosofía, lingüística, antropología, literatura o ciencias que parecen tan dispares con las anteriormente mencionadas, como las matemáticas o la astronomía. Todas ellas se daban cita para organizarle una fiesta de bienvenida a la verdad que regularmente nunca llegaba.
Él. Un tipo de una carga emotiva fuera de cualquier contexto que yo estuviera acostumbrado a llamar: Maestro. Cabello largo bien atado por la parte trasera y un bigote espeso ( que realmente investiga). El. Usa estas señas como artículos de su batalla diaria en ésta selva de asfalto moderna, dice: “Como en las tribus primitivas que pintaban líneas en su cuerpo para ir a la guerra, hay que mostrarle falos al enemigo para castrarlo”.
Gusta de vestir, elegantes trajes hechos a la medida que compasaba con botas de minero, mucho antes de que llegara esta moda. A veces redondeaba el “look” con un sombrero propio de los mejores “ Bluesmans” del Misisipi, y una forma de hablar que imitaba la música de estos inolvidables hombres de color: Pausada, bien delineada, melancólicamente cadenciosa, pero siempre clara y fuerte. De pronto, alegre, cínica y cómica, hasta agresiva.
El. Era el maestro Molesto Aguerrido.
El último de los viernes tuvo una particularidad. Me iba a acompañar una hermosa amiga de gran estatura y chispeantes ojos; boca roja y cabello de oro; piernas largas y tierno rostro. En fin, mi Güera, mi pequeña Güerita. Esta niña (que es una niña por más que se empeñe en negarlo) desplegaba su bandera en pos de los mejores colores. Podía pasar de nena consentida de papá guiando una pequeña motocicleta color amarillo, a una mujer fiera y desbordante de ajustado vestido negro y zapatos altos, toda una mujer de mundo. Un día era toda un hippie de “El sapo cancionero” (Peña snob de Ciudad Satélite) y al otro día ya estaba lista de ponerse el mejor “look” de leñadora para quitarme mi cinta de “Pearl Jam” y mover la cabeza a ritmo de los cinco de Seattle !Chale con la Güerita! se probó todas las sudaderas y cuando ya no le quedó más que probarse, se confeccionó la propia.
Y yo ¿ qué diablos hacía en su vida? Pues creo que caí de rebote. Que fui una sudadera demasiado incomoda; demasiado corriente; demasiado gacha. Pero, que le latía. Como esos jeans rotos que te quiere siempre tirar tu madre; pero que te aferras a quedarte con ellos, porque, bueno. Representan tu identidad momentánea fuera del consumismo (el fascismo de nuestra época, según, Pasolini) la forma en que eres; según tú: joven y rebelde.
La vida de mi Güerita tenía muchos ángulos comenzando por el de su casa. Vivía en lo que realmente se conoce como la punta del cerro.
“El día que haya una revolución en este país, la gente pobre va a bajar de los cinturones de miseria que están en la alta periferia que cubres el valle de México, lista a saquear lo que hay abajo, sin imaginar siquiera lo que hay detrás de éstas puertas”
Era la forma en que su padre, explicaba la razón de vivir tan alejados de la mano de Dios. Este señor, alto y rubio, alemán de nacimiento que tenía un curioso acento en su castellano, era todo un personaje. Tenía unos rollos de reencarnación y curación con colores muy espesos, le latía andar en un tractorcito con sobrero de paja a mínima velocidad o en una moto con un brillante casco negro como alma que se lleva el diablo. Andaba con ganas de hacerme un regresión pero como que al final ... nos dio hueva, y mejor nos pusimos a chulear.
Para mi pequeño coche que apenas y se podía mover era un suplico visitar a la Güerita. Se ponía como perro que va a ser llevado con el veterinario, así que después de bajar a menor velocidad aun que el tractorcito del señor, lo puse en la zona más planita que encontré y lo aseguré con dos tabiques grandes, para que no se me fuera a ir de hocico. Fue entonces que comencé a tocar. Como la casa era de estilo colonial solo había una pinche campanita con un alambre que le jalabas cuatro veces y sonaba una, y ahí te tenía la pinche campanita jalelé y jalelé y ni madres que sonaba.
Continuaba el proceso de contraseña a puerta cerrada:
- ¿Quén?
- Buenas tardes ¿se encuentra la Güerita?
- ¿parte quén?
- De Gabriel.
- ¿Cuál Gabriel?
No se si la pinche gatita igualada estaba esperando mis títulos nobiliarios, para presentarme en la sala golpeando su bastón en el piso y tabores a su espalda: TA, TA, TAAAAN. ¡ Sir Gabriel Raleigth de Wiston! Así que le contesté con toda honestidad:
“Si sientes curiosidad por mis progenitores sepa que Lautreamont fue mi padre y Alicia en el país de las maravillas fue mi madre” respondí a la chacha, tan gacha, parafraseando a Robert Irwin. Y, en franca revancha de lo antes dicho, se tardó una eternidad siendo yo, tan noble invitado, victima de la famulita rencorosa e inculta de la literatura contemporánea inglesa.
Dentro, la linda casa y el noble taller que había a un lado, era de un total toque colonial. Apoyada en una exquisita sensación de arduo trabajo en los que se conjugaban y emanaban olores típicos de las actividades que ahí se desarrollan, una curiosa combinación de Thiner, piedra caliza y sobaco de artesano, que pigmentaban las reproducciones de arte precolombino de los lugareños: ídolos de piedra de diferentes culturas entre los que destacaban los Aztecas, como los que puedes comprar en la ciudadela o en las tiendas de las pirámides de Teotihuacan.
Su morada era hermosa. En ella, se conjugaba por igual la pureza de blancas paredes con el folklore de tabique rojo, un sin fin de flores que chisporroteaban frescas y anhelantes de un suspiro; de perfumar de colores las calladas voces que se intuían, estaban alrededor. Y ella, ahí. Esperando esperanzada a la esperanza y el único que llego fui yo (pero ahora no tan tarde)
Me saludó a lo lejos haciendo revolotear su mano, y con el dedo índice y pulgar me dijo que la esperara un ratito. Se metió rápidamente a su casa. Así trascurrieron unos momentos en los que entendí a lo que se refería su papá con: Detrás de estas puertas. A lo lejos escuché sus zapatitos de hippie cantando por toda la escalera. Como siempre su saludo fue apoyándose en mis hombros y con un tierno y fugaz beso en la mejilla. Luego, me invitó un café, cosa que no me dio mucho gusto dado que en la mayoría de las casas mexicanas el café es muy malo, pero me lo chingué, yo no tomo café, ni tengo la menor idea de cómo se en otras partes del mundo.
Llegamos a la cocina que me hizo recordar las famosas tiendas de raya de las haciendas del nuestro antiguo México. Y es que, no se si era realmente que vivía tan lejos o esa extra “modita” de comprar a medio mayoreo en tiendas recién entradas al país; pero, había un sin fin de productos aún empacados. Salió al dominio de la mesa una azucarera muy mona y el tan mentado café soluble. Ella comenzó a calentar el agua y se le quemó (que mamada ... no en serio, se veía que la cocina no era su fuerte)
Así, sirvió dos tazas sacando dos cajetillas de cigarros (una roja y una blanca) dos cucharas, dos miradas; tal como dijo el poeta: “Y fueron dos, ya que sabías de mi voraz apetito, porque para saciar mi hambre de ti, necesito dos: dos ojos; dos labios; dos senos; dos piernas; dos palabras) el ambiente era melancólico y solitario, como un cuadro impresionista francés. El otoño adornaba con sus sonrojadas mejillas y los primeros embates del invierno se dejaban sentir.
Era en este punto. Enlazado al momento perfecto, que se fundían puntualmente todos los colores, que en su bandera, de nuevo quería postrar. De la manera más natural, jugó a brincar la banca y sentarse torpemente con las piernas un poco abiertas, como una pequeña criatura que goza los últimos momentos de diversión ante el tedio que implica para algunos niños sentarse a comer (ése ... nunca fue mi caso).
Inmediatamente comenzó a mover los hombros casi inapreciablemente. Como si una bella sonata brotara de su estomago; como si dentro de ella alguien abriera una cajita de música. Extendió sus largas manos, volvió suya la azucarera mona como si un pulpo atrapara a su presa con sus ventosas en un presto ataque mortal, el juego fue lento y pausado pero; sin detenerse un solo instante. Con la experiencia de una mujer madura, casi una anciana, que conoce la fina rutina del oropel de la sobre mesa por todos los espléndidos lugares que ha visitado y la ha tratado como lo que es: una reina.
Y el gran final. Me miró fieramente. Me sonrió tenuemente; sacó un cigarro con su tan acostumbrada agresiva gracia y lo colocó justo en el filo de sus labios, en el equilibrio perfecto entre el no tirarlo y el no chuparlo. De un rápido y violento movimiento reclinó la cara y clavó sus manos en sus rubios cabellos lanzándolo hacia atrás. Prendió el encendedor del que broto una llama enorme, capaz de incendiar la más fría de las miradas. Acercó el cigarro a prudente distancia y luego aspiró fuertemente como si quisiera llevarse todo el aire para que yo no pudiera respirar, y al soltarlo, en una espesa nube de humo me proyecto sus sensual imagen interior como una cascabel que tintinea sus avisos mortales.
Algo buscaba, era claro. Me miraba intensa, llena de precarias luces intermitentes. Descompasados los sueños que lucían rojos como el fuego que sostenía en sus manos; como mirarse en un espejo, las llamas se contoneaban en su rostro como si se tratara de una bailarina exótica a la que todos gritan: tubo ...tubo ...tubo. Y ella solo contestaba: cuernos ... cuernos ... cuernos. Paso a mi lado revoloteando sus brazos muy cerca de mi cara, mi reacción de automática defensa fue demasiado lenta para el vuelo de su aguijón.
Esa tarde yo no me senté; no tomé café y tampoco fumé.
Así, hablábamos principalmente de ella: de su vida; de su familia; de sus estudios; de sus amigos ( que en algunos casos también eran los míos); pero siempre tuve la impresión que, en sus palabras, había una pregunta inmersa.
¿Así debo hacerlo?
¿Crees que voy bien?
¿Debo volver a intentarlo?
Y en mi silencio también había una respuesta inmersa, preferí, en ese momento, ceder mis cínicas frases a alguien que las sabe todas, un individuo sencillamente vicioso y viciosamente sencillo: “pongamos que hablo de Joaquín”:
“ Que consejos voy darte si ni siquiera se cuidar de mi” pero como: “no soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan por vicio”, a veces, solo decía: “si lo que quieres es vivir cien años, no pruebes los licores del placer, si eres alérgico a los desengaños, olvídate de esa mujer”.
Al mirar que casi terminaba el café le recordé que nos aguardaba un largo recorrido (íbamos al otro lado de la ciudad), así se levantó apresuradamente y me pidió que la esperara. Yo guardé los cigarros y salí a la puerta. Las actividades en el taller habían finalizado y ya se había disipado del ambiente el aroma a thiner y sudor en una nube de polvo que poco a poco se iba apagando con la tarde. Ella llegó con un delicado suéter amarillo y su cabello en la más intensa de las represiones. Yo le supliqué: desátalo no lo aprisiones. No ves que no puede respirar, no ves que no lo dejas bailar a su compás ... ¡qué no ves que lo matas! Pero le valió y salió con los ojos de chinita de tan fuerte que se apretó el peinado (chale)
¡Más cigarros! ¿Qué los vas a usar de tarjeta de presentación?
Abordamos el carro y al encenderlo, le sonreí. Bajé el cristal de la puerta, saqué mi codo, contonee mi cabeza a un ritmo totalmente preparado para la ocasión. Era yo y una copiloto rubia, dueño de la situación, triunfador en el mundo de la realidad, cualquier yupie me hubiera envidiado. En cambio, yo ... me sentía, raro ... inerte, como si no existiera, como si no sintiera, más bien como sino avanzara.
“Hay Gabriel ¿Cómo nos vamos a ir si no le quitaste las piedras a las llantas?
¡Cámara! Me di cuenta de lo difícil que es tener una doble personalidad.
Al ir al bajando del cerro, ella comenzó a husmear en mi caja de casetes sin dejar de hablar a una velocidad impresionante y leer cada uno de los títulos lanzándolos de nuevo al abismo por elementos gachos, o charros, o churros. Hasta que por fin encontró uno chido. Curiosamente no tenía título, así que sin siquiera preguntar, sacó a Fobia de su mundo feliz por lo que a mi no me quedo otro más que protestar airadamente.
Le valió: Espera, espera ... déjame ver! Sin siquiera decir, al tiro! “ manéjese sobre su propio riesgo”: Alice in Chains.
Ella se quedó estupefacta, parecía que los gemidos y esa enorme guitarra llena de distorsión de bulbo de amplificador viejo la había hipnotizado, miraba el estereo, me miraba ... una y otra vez ... no lo podía creer ... parecía que sabía de quien se trataban.
Es Nirvana ¿no?
¡NO, NO! ¡Por el amor de Dios, no! Creo que siempre me ha afectado esa fijación de mis congéneres (por culpa de los medios de comunicación snobs) de abanderar a Nirvana como:
El sello de nuestros tiempos, el sonido Seattle, como los iniciadores de un genero tan desgeneralizado como es el Grunge, como el resumen de nuestra generación X.
¡Basura! Simplemente porque ellos fueron los más fáciles de comercializar no quiere decir que sean superiores, más idealistas, más nihilistas que todos los demás. Basura, basura. Seattle no es un sonido, es una diversidad de sonidos en un solo espacio geográfico. El Grunge nace antes de Nirvana y vivirá después de la muerte de los mismos o de cualquier otro, lo único que pasaría tras la disolución del mito comercial sería devolverlo al lazo cultural donde existen sus verdaderos seguidores. Grandes perros que se atrevieron a sufrir, a entender, a viajar, a gritar. A hacer música un tanto surrealista a pesar de el mismísimo Breton negó semejante postulado.
Alice in Chains, Pearl Jam, Mudhoney y lo grandiosos Soundgarden no viven a la sombra de nadie, porque nadie los ha sacado, ni los sacará de esas obscuras catacumbas donde encontraron su viejo sonido distorsionado. Justo encima de sus hombros.
¿Me lo prestas?
Yo respiré hondo, la miré con ternura y le dije: creo que no.
Cuando llegamos al sitio donde se impartía el seminario, sentí la mirada de todos los asistentes. Era natural, el Chin y yo éramos los más jóvenes, entonces cualquier tipo de compañía y más de esta naturaleza era una novedad.
Tomamos asiento y me dispuse a viajar, y aún más y más. Las palabras modestas eran alas que pegadas a mi espalda me permitían volar. Surcar el cielo y la nube alcanzar y en el preciso instante de llegar, un “Otro” me enfrentaba se reía de mi y de mis vanos intentos de alcanzarle. Lo miraba a los lejos desplazándose a gran velocidad, tan lejos de mi mano que por esta vez me seducía la idea de alcanzarlo; de revolcarme encima de él; de conocerlo, de sentirlo, de golpearlo y sentir que me golpeara. Aletee con todas mi fuerzas, un sudor frío se apoderaba de mi cuello. Continué. Desenvaine mi espada que se encendió al parpadear de mis ojos y justo al tenerlo a la distancia indicada para acertar el duro golpe ...
Bueno, bueno ... torre de control llamando a Gabriel. Y ella muy interesada escuchaba, sin necesidad alguna de ser encontrada, nunca se sintió perdida por más nueva que fuera la situación, se le podía admirar en su altivo rostro una interrogación, como el inicio de una perspectiva más. Otra sudadera que se estaba probando. Sin saber exactamente como desperté en el suelo fuera de mi silla, sintiendo la mirada inquisidora de todos los presentes.
Durante la ponencia observe al Chin con su clásico ademán de: ¿y ahora qué?, ¿qué onda, o qué?, ¿lo madreamos o qué? a mi solamente me dio risa y los dos nos volvimos a concentrar en las palabras del maestro. Estaba cerca, ambos lo sabíamos. Teníamos que estar listo para la batalla.
Al pasar junto a mi. El maestro Aguerrido me miró y me preguntó: ¿le acertaste el mejor de tus golpes? Negué con un lento movimiento de cabeza y se fue sin decir palabra, dejando tras de si una estela de hoyos negros ( que en otra ponencia, el famoso físico lunático Pepe Paperas nos enseño que no eran hoyos, ni eran negros) en el pecho de la mayoría de los presentes. Ese concepto que maneja el Chin en relación a “la falta” como un agujero en el pecho que te devora por un deseo ( todos los deseos son insatisfechos, porque si lo fueran dejarían de ser deseos) han sido piedra angular del entendimiento de algunos problemas de índole amoroso, que tanto me han servido para jugar al doctor corazón, seducir a una mujer o ganarme una lana. Nosotros también nos despedimos porque la güerita tenía otro compromiso.
El camino de regreso tuvo algunos inconvenientes. Nada que una buena dosis de risa no pudiera resolver (o causar). Salimos más rápido que en chinga y a la hora menos propicia para atravesar de nuevo nuestra contaminada ciudad. Así, todo el conjunto de construcciones que circundan el periférico nos acompañaba en la tranquilidad que implican miles de autos antes y después de nosotros.
Le contaba principalmente de mi; de mi vida, de mi familia, de mis estudios, de una amiga ( que en este caso no era de ella) que había visto por primera vez frente a la puerta de la universidad, y que me había impactado tanto que me sentí Juan Diego en contemplación absoluta de una Virgen. (No lo dijo, pero seguro pensó: ¡ay no mames! Yo esperaba que tomara hacia cualquier lado que la metonimia lo llevara), que antepuse mi chamarra para que quedara su imagen impregnada de las flores de su mirada, que me dispuse inmediatamente a edificar un templo en el mismísimo cerro de Lomas Verdes eterno testigo del milagro. Que me dije a mi mismo (al igual que mi música) estaba preparada exactamente para mi ocasión: morenita, peinada de fleco y unos ojos ... chale, “Lindos son sus ojos” cantando la canción de Acosta con mi melodiosa voz. Le conté de la estúpida forma en que la seguí por toda la universidad, como un naufrago en alta mar, como si vagara en el desierto, como perro sin dueño, como estuve a punto de arrollarla y descubrirme tan ágil como un volador de Papantla ( gracias a mis conocimientos del método de danza moderna de Martha Graham haciendo las formas entre el volante y la palanca).
Como esa, eran un sin fin (la modestia no es mi fuerte) de pendejadas que se me ocurrían. No se si fue la gruesa impresión de la ponencia o por que con este trafico infernal, al güera no iba a llegar a su destino; pero, nos causaba una gracia tal que, cuando le comenté que la Virgen del cerrito de Lomas Verdes tenía novio ( y no precisamente José sino ... Sancho)
Pero jamás me había dicho nada de él y seguía aceptando todos mis detalles y jugando conmigo a ver que numero eran sus curiosos tenis, para lo cual tenía que levantar una de sus piernas entre risas y empujones; le dije a la Güera una de las sabias frases de mi abuelo, que (al igual que la música y ella) estaban preparadas exactamente para la ocasión: “Por que una mujer que tiene novio no se anda “retozando” a medio patio con cualquiera.”
Fue al final de la frase en que entendí la importancia del lenguaje figurado, ya que si la Güera me hubiera dicho en serio: Ay. Ya cállate, ¡ya cállate que quiero ir al baño! Con miles de autos antes y después de nosotros, me hubiera vuelto loco. Como si vagara en el desierto, por una vasinica sin dueño. Justo frente a la feria de Chapultepec (hubiera traído por lo menos una taza de las que dan vueltas).
En fin, después del toreo de Cuatro Caminos todo cambiaba. El transito se volvía mucho más rápido y mi dolor de estomago (de tanto verla reír) era más leve. Me pidió que la llevara a su compromiso y yo acepté sin mayor molestia. Total ... ya no llegaba a ver a la pinche vieja, que estaba menos buena que mi amiga, de ninguna manera. La Güera tenía una sesión terapéutica, una de sus tantas sudaderas que parecía que le quedaba a la perfección.
Al llegar al lugar, miré con atención el cuarto en el que había entrado. Era amplio, de color un tanto pálido sin llegar a considerarlo triste, en las paredes, entre un sinnúmeros de carteles que rezaban toda la gloria de creer en ti mismo, en el camino de la felicidad con fotografías de alpinistas en un amanecer nevado, había algo que yo conocía: Una copia de mis primeros textos llamado: Negro Azulado Arlequín. Mi sorpresa fue mayúscula, y mi pluma tan pocas veces honrada o por lo menos respetada. En ese cuarto sintió: las guirnaldas de olivo en el aceite; la alfombra roja de sangre, la botella de Champaña en la cabeza. Todo eso rendido, ante sus palabras, a sus rimas a sus gruesas groserías. Sin importar realmente cómo, cuando o quién lo hubiera leído, sino que ella lo había puesto. Me sentí, ahora si ... la sudadera que toca su piel; que vibra con sus movimientos; que mitiga su sed con su sudor y conserva su horma, su talla, sus formas. Pero aún así, se la quitaría en cualquier momento en pleno acto de libertad sin ser, ésta; un grillete, por el contrario. El apoyo de experimentar nuevas situaciones sin el temor de volver derrotada y además incomprendida. El solapador que te permite hacer lo que quieras, que puede ser tu sudadera:
“O si quieres también puedo ser tu estación o tu tren, tu mal o tu bien, tu pan o tu vino, tu pecado, tu Dios, tu asesino. O tal vez esa sombra que se tumba a tu lado en la alfombra a la orilla de la chimenea, a esperar que baje la marea ...”
Joaquín Sabina.
CAPITULO 2
¿Quién podría decirme qué tan tarde es?
¿Tú, peregrino incansable de pasos acompasados? Y yo solo escucho: Tic, tac, tic, tac. Y le grito de nuevo desafiante: ¿Qué calcan mis huellas asfixiadas bajos el peso de mi cuerpo del deseo? ¿Dónde mis pies cuarteados como rostro que, dibujado por el mapa de los días aciagos, marcados con sangre, sudor y lágrimas carcome la expresión de mi cansada esperanza? Tic, tac, tic, tac. ¡respóndeme! ¿eres tú el esclavo de la rutina, de los malos días, de la noche hundida en dos palmos, con una división extrema como esa línea transversal que separa un par de nalgas apetecible, que regocijan al bailar, la mirada de una enorme orquesta callejera con su andar; con su desencanto y sus intenciones de tocar; con la fuerza en que dos manos palpan las teclas de un piano; pero, llevadas a la desgracia, terminan como siempre en un solo de trompeta que canta? tic, tac, tic, tac ... una vez más. Entonces ¿eres tú? Sopesando y soportando todos los momentos colgados de tus hombros. Como un indígena que mira desconsolado la majestuosidad de la sierra que lo reta y le dice: “ No vas a poder wey”. El, cansado, pero seguro que si tuviera que bajar la carga la perdería para siempre en el abismo de la nada, en la garganta de esa sierra que devora todas las energías, los sentimientos y todas las miradas hacía lo alto, y entonces, su esposa y dos hijos vestidos de miseria, con un estrepitoso resonar de tripas le reclamarían: ¿ A dónde te llevaste mi tiempo? ¿ a dónde fuiste con el único momento en que fui feliz? ¿ a dónde te fuiste con el último instante en que lo pude haber visto? ¿ a dónde llevaste ese segundo en que realmente conocí el amor? ¡Dónde! Tic, tac, tic, tac, solo respondes y canta la condena de los pasos sin parar, con una expresión hambrienta y llena de espinas, que cual fiero arado recorre incrustado en la tierra , momento a momento, paso a paso, tic, tac, tic, tac, marcan la expresión que ahora, todos ... llevamos, de la cabeza a los pies.
Las horas fueron las que me enseñaron a desenfundar la espada. las horas la encendieron del mango brioso hasta la punta esbelta, le dieron el filo suficiente para hacerse uno con el viento y silbar de jubilo, encontró su hogar en el aire que respiro, llevándolo a mis pulmones en producto oscuro de la combustión que lograban a prenderse toda y esperar al enemigo. Uno, era yo con esa espada. Al amparo de las horas, en practicas eternas, con la guardia alta, la vista fija, la pierna izquierda de frente, liviana y saltarina, mientras que la derecha dura y tensa lista para avanzar y apoyar el golpe; y de pronto, erguirse en recta para sostener sola todo el cuerpo en una intentona sorpresiva de mi zurda armada con el espolón que llevan mis botas directo a la costilla demoniaca.
Calculo la distancia a la que fluye mi enemigo con mi brazo del mismo largo de mi espada, y que en lucha, se multiplican por dos. Estiro mi brazo izquierdo con la daga de piedad y acierto el impacto con la derecha. Siempre calculo el primer golpe para que choquen las flamas y tintinen como cristal. Lo necesito. Es como saludar cortésmente al enemigo. Sentir su fuerza, su habilidad, el odio que despierto a su mirada. Quiero sentir que es mi amante, que después de un cortejo lleno de indirectas y gestos, llenos de farsa, que parecen espontáneos; pero que son de lo más ensayados, la llevo a mi cama desnudándola en el trayecto, viendo como cae la correa que lleva su espada, como cual si fuera un animal dormido. Su túnica blanca yace en el suelo y su prenda más secreta cae cual telón de inicio, dejando mi boca abierta como si estuviera a punto de saborear la voluptuosidad que se ocultaba ante mis ojos desviados. la postro en una nube. Acaricio sus hombros y besos su cuello para que sus alas se relajen y queden en apacible verticalidad. Me dispongo a hacerla mía ... y suenan de nuevo los aceros incendiados, tal como a mi amante, voy a penetrarla y dejar mi espada expuesta al otro lado de su cuerpo. No hay tal diferencia entre amar y odiar, no la hay, poco importa cuan suave o áspero sea el encuentro, siempre te tienes que desnudar para poseer, no puedes amar ni matar cubierto por una túnica por más tenue que esta sea. Llegas desnudo a amor y a la muerte. Solo con tu espada, que a veces descansa sobre tu pecho sostenida por tus manos, y otras veces, cuelga entre tus piernas tan muerta como lo estás tú.
Así que, como dijo mi abuela y dijo bien: “ Cuando el peso es demasiado, es más fácil seguir andando que bajar la carga” ¿cierto? Bueno, la razón, en mi abuela, no era su fuerte, ella era completo corazón y no sabía nada de espadas, más que del machete de mi abuelo, que tuvo el suficiente filo de hacerle quince heridas que la hicieron sangrar toda su vida.
Y el acusado se defiende. Desenfunda sin dejar de entonar su rutinario canto. Tic, tac, tic, tac:¡No lo sé! No me interrogues con esas preguntas que me laceran la frente como látigo ardiente, dotado de mil dientes que se me encajan, uno a uno, en mi pecho, en mis muslos, en mis brazos, en todo lo que soy y, que tal vez, no dejaré de ser ¡Qué no ves que me dañas! ¡qué no ves que me matas! Tic, tac, tic, tac ... y yo. No hecho nada (como es mi costumbre) yo no soy el dueño de las horas, no me pertenecen. No conozco el río en que, a contracorriente nadan para llegar a la muerte. Tic, tac, tic, tac . Yo solo las cargo, las alimento. Les doy descanso y una canción de cuna para que se duerman en mi regazo, pero no me pertenecen; yo no te puedo regalar un instante de vida, un instante de muerte, de felicidad o de amargura. Yo solo soy la nana, la madre es ... la canción del tic, tac reventó de pronto en el más cruel de los llantos, en el más pertinaz de los solos de trompeta. Aun más devastador que mi espada que contra un viento que marca el final de la odisea apagaba sus llamas y volvía, dejando a un lado las penumbras y sonó mi voz ya muy lejos ... muy, muy lejos.
Pues, si eres la nana de ese niño que llora con ese agudo timbre de gato en celo ¡hazlo callar!
¡Cállate ya maldito despertador! Gritó mi inconsciente poco menos huevón que mi consciente y de un instintivo golpe quedó fuera de combate. Solo rodé al otro lado de la cama sintiéndome mimoso y chiqueado. Encogí mi cuerpo por completo y lo apunté en dirección y posición en que el paraíso queda más cerca. Aspiré profundamente a fin de lanzar una tremenda demanda de amor cristalizada en un teta redonda y caliente que pudiera mamar ¡hay no mames! Gritó mi consciente al darse cuenta del des-madre tremendo que traía mi inconsciente.
Poco a poco fui abriendo los ojos, cosa que no conseguí completamente hasta el tercer intento, y solo fue para lograr un contacto visual con la grabadora que estaba a poco centímetros de mi mano; pero, mi inconsciente, en pleno afán de venganza impedía que atinara a golpear el “play” dando madrazo tras madrazo en el buró. Al sentir la fuerza del enemigo, me llevé la mano a la cintura aún buscando mi espada, pero ya no estaba ahí, había sido desarmado sin darme la menor cuenta, ahora solo tenía mi brazo minimizado a uno y sin multiplicación alguna. De nuevo, me armé de valor y me lancé a un tercer intento en el que logré propinarle un certero chingadazo a la gabacha y así, la música me encendió.
Como frotar la lámpara mágica, de la misma forma apareció un genio. El mío me concedió tres deseos que al llegar el alba se esfumaron como un nube que se pinta y se despinta, viendo como aparece apenas el redondo rostro del sol: vivir en los sesentas, meterme toda clase de ácidos y ser negro.
De la nada: Jimi Hendrix. Vestido de colores brillantes y una chaqueta que le bajó la mismísimo General Coster (ya que de sus venas corría sangre india de la más chida) con una guitarra Fender Stratocaster blanca derecha volteada de forma y cuerdas para que la pudiera empuñar un zurdo, en medio de una neblina morada (sin saber si vas hacia arriba o hacia abajo) conectada por un pequeño cordón umbilical redondo a un cielo de amplificadores Marshall Plexi, victima inminente de los “stratocastersazos” que se preparaba a propinarle el master Jimi cuando más prendido estaba (la guitarra de fuego, él, de adrenalina y ácidos) pintados por cascadas sonoras de wha-wha y Univibe (cortesía de Roger Mayer) contando con toda la experiencia (producido por Eddie Kramer).
¡Cámara! No sé por qué Hendrix me recuerda a San Martín de Porres, el famoso “Fray escobas”. Que tantas veces vi personificado en ese grandioso actor que fue René Muñoz, a pesar de ser tan chafa para escribir telenovelas, poniendo cara se santo de pueblo y con lágrimas de cocodrilo se rifaba, lo miraba en la tele de niño, pero lo malo ( o más bien perverso) era cuando mi abuela me llevaba a la iglesia a fuerza y me hacía hincar junto a ella para rezarle al santo de color serio; que según, era muy poderoso en eso de hacer milagros. Yo, por el trajecito que traía solo esperaba que sacara el sable láser, ya que también me recordaba, al no menos maestro: Obi-Wan Kenobi.
Entre dichos milagros que pedía mi abuela, estaban, desde quitarle lo bilioso a mi abuelo, hasta que mis tíos dejarán de tomar. Cualquiera de los dos milagros que se hubieran cumplido sería digno de hacerle un templo más allá del cerro del Tepeyac ¡qué Juan Diego ni que la chingada! Yo también le pedía el mío a Fray Zamorita, pero al igual que los de mi abuela, no se me cumplió (mi abuelo murió de la bilis y mis tíos de la cirrosis) Jamás podré tocar la guitarra como el master Hendrix ... de hecho, nadie podrá.
Me di un buen estirón que hizo que me dolieran las costillas. Miré el reloj y pensé en salir al parque con la patineta de mi hermana. Por más que intentaba hacerle al Michael J. Fox, sintiéndome Martín de “Back to the future” (tocando la guitarra y andando en patineta ¡chale! Los modelos tan pendejos que agarras por falta de una buena imagen paterna) lo único que había logrado es darme unos chingadazos de los chidos en ella, así que opté por embarrarme en la banqueta a las ocho de la mañana sin testigo alguno, a excepción de perros callejeros y corredores panzones al borde del ataque cardiaco.
Me levanté más rápido que en chinga, entré sigilosamente al cuarto de mi hermana, maldiciendo, no solo su sueño de osos pardo invernando, con unos ronquidos que nada le envidiaban a los rugidos de mismísimo rey de jungla, sino también, el ser la princesita más pequeña en ese reino donde el fuero matriarcal rifa. Pero ahí estaba, me agaché por ella justo cuando “la nenita” explotó en ronquidos, el cual parecía el preludio de la más fiera batalla vikinga anunciada por el sonar de un cuerno (y no precisamente de chivo pegado a pared) y dio varias vueltas en la cama de lo más femenina con una charquito de baba que corría de su boquita floreada hasta la fineza de su almohada. Me quedé inmóvil, me recargué sobre la pared pegándome (sin el chivo) lo más que pude a ella, una gota delatora de sudor corrió desde mi rostro hinchado hasta mi playera apestosa. Volvió a roncar y yo ni siquiera respiré. Si ella me encontraba ahí ... lo más seguro es que no lo contaría. Se quedó de nuevo quieta, tomé la patineta y me levanté para darme en la cabeza con la bicicleta que tenía colgada ¡santo madrazo Batman enmascarado de plata! Ese golpe lo tengo bien merecido por pinche envidioso, pero con él, logré responder la pregunta inicial:
¡Tarde, muy tarde! No recordaba que hoy comenzaban las clases en la universidad, en la que yo, era miembro honorario y becado. Faltaban veinte minutos para iniciar la primerassi y yo jugándole al Sport Billy. Salí del cuarto tan sigiloso como entré en una tremenda combinación pecho-tierra, hurtadillas y vueltas de carro que le debo a mi entrenamiento de boina verde.
Entre al baño en completo relajamiento conmigo mismo. Abrí la llave del agua caliente y dejé que el vapor me cubriera por entero, poco a poco vi como las gotas de agua convertidas en vapor fue borrando mi imagen del espejo dejando una silueta muy tenue. Junté mis manos muy por lo bajo, las apreté con fuerza y las fui subiendo lentamente. Cerré los ojos al sentir un alivio en mis espalda como si “eso” se liberara de pronto. “Eso” que se estiraba igual que mis brazos con enorme gozo. Me acerqué al espejo para ver que era “eso” que me bromeaba a mis espaldas, éste seguía cubierto por el vapor del agua hirviente. Con el miedo a cuestas acerque mi mano para limpiar el espejo, lo hice un poco y descubrí algo muy blanco detrás de mi. Un terror helado recorrió mi cuerpo y voltee en el acto, para descubrirlo, pero nada había, ni en mi espalda, ni en la pared, ni en la puerta. Estaba solo, solo yo con esa duda que de pronto, se va convirtiendo en la eterna compañera, decidí que lo mejor era entrar en el agua y esperar que ésta calmara mis nervios.
Después de un baño de avión (las alitas y el motor) busqué la ropa adecuada para tan memorable ocasión. El renacer del conocimiento que me llevaría a esperar la mejor cara del futuro. Tenía que ser sport, sencilla, pero a su vez elegante y bien combinada, algo así como mezclilla, playera blanca y tenis (el uniforme del Guacarock) no fue difícil encontrarlo dado que es prácticamente lo único que tengo en mi averiado closet.
Pero el destino me tenía preparada una jugarreta. Esos tenis que se antojaban tan blancos como mi alucinación, me gritaban lo completos que pertenecían a este mundo con una buena dotación de polvo y mugre de lo más terrenal. Estaban asquerosos. Así que, tuve que usar uno de mis mejores trucos que si alguno de los individuos con quien compartía la casa se hubieran dado cuenta de mis pervertidas acciones, hubiera sido víctima de la más terrible represión, en fin qué, recordando las sabías palabras de mi madre:
“Parece que traes esos tenis pegados, nunca te los quitas, por lo menos métete a bañar con ellos que no ves que están bien mugrosos”
Sin reflexionar más el tema, mojé una toalla (niños no lo intenten en sus casas) y con ella froté con fuerza mi calzado deportivo que nunca pisaron una cancha deportiva, en unos cuantos segundos quedaron relucientes, solo había un pequeño problema que no noté hasta que me los puse: se me pasó el tueste y ¡estaban bien mojados! Así que solo por no ofenderme a mi mismo con un sonoro y bien merecido ¡Gabriel, no eres más que un pobre pendejo! Me los amarré viendo como despedían agua como si fueran fuetes descompuestas, entonces, quedó más que salir en busca de mi desayuno.
El yougurt Alpura es Dios. No solo por la espesa capa que se encuentra justo cuando lo abres y te permite dos opciones: la primera; es darle una buena pasada con la lengua a esa deliciosa leche cortada que se queda en los lados superiores del envase y tapa de aluminio que es aun más espesa que el mismo yougurt, con esto, además de lograr saciar tus reprimidos deseos masoquistas, dado que, regularmente te cortas la lengua en tan grata misión (si, aun Dios se equivoca) ya que el envase no está diseñado para este tipo de perversiones.
La segunda es la más aburrida, pero la más segura de las posibilidades: puedes bajar la espesa leche cortada y revolverla con el resto del yougurt, esperando que, el hecho de llevar la parte especial a la masa total pueda mejorarla por completo, o tal vez, mirar en este par de alternativas que tan viejo te estás volviendo.
Y si bien la naranjada Bonafina no es Dios (dado que Niezsche fue el último politeísta) si tiene un lugar preponderante en el cielo. Su consistencia es ... media. Lo bastante dulce como para empalagarte pero no lo suficiente como para dejarte la boca pegostiosa, y esto, es muy importante.
Al cruzar la cocina noté el claro rastro que dejaban mis huellas sobre el suelo. Imaginé que si yo estuviera perdido en los acertijos del mítico laberinto tendría que andar con cuidado, con mis cinco sentidos bien abiertos, caminando de puntillas con la mano sobre el pomo de la espada. En esas circunstancias la vista me valdría de poco ya que frente a mi solo había una serie de muros pelones, uno exactamente igual al otro, así que debía afilar, tanto o más que mi espada, mi olfato y mi oído. Para oler su pelambre cubierto de sudor amargo o escuchar el remilgar de su difícil respiración, muy cerca, el Minotauro, ese mitad toro y mitad vaca, me podría encontrar de volada con solo paladear en su lengua el perfume de mi miedo o compasar su oído con el fuerte latir de mi corazón. Ahí, solo con mis instintos asesinos ... seguía, aun, en desventaja frente a la bestia, tan solo se me lanzaría y trataría de enfundarme uno de sus pitones justo entre la panza y la barriga, dando fin a mi precaria existencia. Pero, gracias a Dios, y no precisamente al yougurt Alpura, ése solo es mito ... pero, el maestro Aguerrido lo dijo una vez : los mitos, regularmente, no tiene nada de fantásticos.
Mamá – gritó con fuerza mi hermana – Gabriel dejó todo el piso bien mojado y ahora tengo los pies bien mojados (los pleonasmos le valen madre) pinche escuincla delatora, bajó la cabeza y rascó tres veces el suelo con su pezuña afilada, resoplo con fuerza y se me fue encima sin compasión alguna, yo, tome ventaja de su impulso y de un preciso salto hacia el burladero, quedé fuera de peligro, lástima que por su culpa tuve que salir de la cocina sin tragar nada, quedando sin la protección de los Dioses, con la baba en rebanadas de tanto pensar en deidades. Así, seguro en mi cuarto con un hoyo en el estomago, además del perpetuo en el pecho, y escuchando las quejas de mi hermana a mi pobre y adormilada madre, pensé:
Ahora la lista de útiles al morralito del paracaidista israelí que encontré en el mercado de la Lagunilla: cuaderno tabique doscientas hojas profesionales, todo en uno, rallas, cuadro chico, de cuadro grande, hojas blancas para dibujar y hasta unos pinches folders tenía para seguir almacenando postales gratuitas de esas que hay en todos lo cafés de la colonia Condesa. “mi cuatrero” era multidisciplinario, multidinámico y multimamila. Estaba lleno de psicopatologías, de análisis de caso, de fisiología, de neurología, de tests psicológicos ... de poesía, de dibujos de puerquitos, imágenes espaciales y lunas catatónicas a punto de explotar echas con puntos ( esas que desarrollaba en esas clases fatídicas de psicología industrial) y canciones a medio tararear, riffs de guitarras incomprensibles: en ritmo de 7/8 compasado y con “harto sentimiento” TA TA ... RATATA ... TA ... TATA, el nombre del riff: “ Capulina con el culo incendiado”.
Después. Dos plumas una negra y una azul, muy elegante ¿no? es justo decir que nunca encontraba ni la negra ni la azul, así que mejor aviento dos lápices que andaba rodando por la recamara. El lápiz a pesar de su antigüedad tiene su encanto. Es como llevar algo de la naturaleza dentro de tu bolsillo, además de lo mucho que se apetece morderlo, sacarle punta con los dientes, es un “cuchillito de palo” puedes picarle las nalgas a tu compañero sin demasiado peligro a que le duela tanto que se voltee directamente a darte en tu madre ¡Ah, mi lápiz!
Además, un pequeño walk man color negro que me regalaron mis alumnos de la preparatoria abierta donde daba clases para validar mi servicio social, por la celebración del día del maestro. Esta fue la primera vez que recibí algo de todas las manzanas que había regalado en la primaria, de todas las tortas por las que me habían mandado en las secundaria y por todos los pomos con los que soborné a mis profes de ciencias exactas en la preparatoria. En su interior del Walk man, como embarazado, llevando de producto a un feto infernal el sensacional cassete “Badmotorfinger” de Soundgarden que me traía estupefacto y “estupifacto”. Los ritmos de Matt Camerón. Yo medio imbecil para el tiempo me perdía como una monja en una mezquita cuando me sentaba con los audífonos puestos y trataba de seguir al maestro, para nada ... no podía, eran nudos los que hacía dentro de su pequeño set de tambores. Benjamín Hunter Shepherd, con su bajo Fender Precision que casi arrastraba por el piso de tan bajo que lo tocaba, moviéndose como si de pronto, por un haz de luz divino un paralítico recobrara su andar y se levantara de un impulso sin saber bien como usar sus extremidades tanto tiempo atrofiadas. Kim Thayil, un filosofo hindú que tomó una guitarra en plena explosión punk, y, sin el menor reparo en la técnica lograba poderosos riff inimaginables con su Guild SG conectado a una pared de amplis Peavys de transistores, si, auque nadie lo crea, transistores y sonaba: como una aplanadora que anda a toda velocidad encima de miles de tubos pbc. La garganta de Cornell, sin muchas palabras, la creadora de las más agridulces pesadillas.
Sin duda, más que suficiente, pero bueno, no hay que escatimar, uno no tiene la vida comprada, así que también traigo: 88 Elmira St. de Danny Gatton, tremendo maestro de la guitarra norteamericana, que en la cascada que sonidos que producen sus dedos sobre el mastil de Fender Telecaster arreglada y “Customizada” se amalgamaban desde country, redneck, y ritmos tribales hasta jazz, be bop y blues, bueno el maestro hasta se da el lujo de dejarse tirar el tema de “ The Simson” más gringo, me cae que no se puede.
Entró también al morralito verde, mi libro de reciente adquisición: “Diana, o la cazadora Solitaria” del maestro Carlos Fuentes. Llevaba poco tiempo de confrontarme con el autor, fue, para variar, un viernes de cinco a siete en el seminario de fin de análisis al que asisto religiosamente (cualquier interpretación esta plenamente justificada). Esa tarde era hermosa, el sol miraba su brillo en cada uno de los parabrisas de los autos. Mis pasos emocionados en busca de ese saber que se resbalaba por mi boca como el más preciado y dulce néctar, era ya un adicto a él. Yo, como de costumbre llegué un poco retrasado, mi sorpresa fue mayúscula cuando la más hermosa de mis compañeras, una mujer heroicamente sensible que dibujaba en su rostro una dulce media madurez ( y me miró de esa forma ... de esa maldita forma con que te mira una mujer mayor, con ese instinto maternal que me encanta).
Esa mujer inteligente, que a su paso – con su voz – sembraba luces de pasión – su piel dorada por el sol – despojando el deseo de cualquier ocupación – sus piernas en acción.
Las enseñanzas de don Carlos, en su boca eran árboles frutales, ventisca en cascada, luna por nubes acompañada. Sus palabras eran mías, de Fuentes, de mi compañera y de nadie más, en un simbólico triangulo amoroso ( y yo, como cualquier amoroso ... tuve que callar).
Ese era mi equipo, un equipo de supervivencia como para ir a una isla desierta o a una universidad de paga productora total de seres cortados por la misma tijera.
Al salir, me cubrí de esa mañana fría, melancólica, con un tono grisáceo propio del invierno que reinaba. Se podía mirar las gotas de rocío en el pasto cuando me caí en pleno camellón correteando el camión de la Ruta 100 (no me quedé con las ganas del chingadazo y hasta en público) a pesar de que el golpe no fue muy fuerte si lo suficiente para que “me dolieda mi odguyo” (como dijo Guille) y traer las rodillas mojadas todo el día (pies mojados, rodillas mojadas, por orden ascendente solo me faltaba mearme).
Por fin, tomé el pinche camión que por casualidad conducía una de las pocas choferes en el transporte de D.F.; pero que mentaba la madre con ese instinto maternal que me encanta. Saqué mi libro y entre mis manos recordé las palabras del maestro Fuentes en los delgados y coloridos labios de mi compañera: “La mujer es devoradora del tiempo del hombre”.
Intuyendo que lo más preciado que tenemos los hombres para realizar el trueque son solo efímeros momentos, que si bien pasajeros, también de huella eterna. O ¿sería la mejor carnada que tenemos para atraparlas? Sería pues ¿el tiempo, el falo que buscan poseer las mujeres como un cetro con el que pudieran seguir su loca carrera por el poder total? O, el falo, se constituye de todos esos momentos, ¿Es tan solo una representación de poder que va forjando el tiempo? Chale, no lo sé ¡qué novedad! Yo solo sé, que no he cenado ... ni desayunado.
Al llegar a la universidad, el típico mosaico multicolor declarando lo que te esperaría si pretendieras dejar tu futuro en esas manos. Algunos puestos ambulantes para abastecerte de dulces y cigarros sueltos (todos son ricos ejecutivos juniors, ah chingao, pero como se vende los cigarros sueltos) doña Amparo y sus yougurts tremendos (la ruca por cinco varos te dejaba bien nutrido para el tedio de la educación super-pior )
Verdes jardineras que servían como bancas para que nenas bellas se sentaran a enseñar casualmente sus torneadas piernas y gallardos caballeros recargaran sus pies dejando escapar sonoras risas fingidas, todos con sus mejores galas acumuladas en dos meses de ocio vacacional intersemestral, recordando aquel tan viejo y sabio refrán familiar lleno de paternalidad: la primera impresión es la cuenta.
Apagué mi walk man en pleno “Outshined” la canción menos compleja de todo el disquito del Soundgarden que sonaba fresa junto a las demás y busqué mi credencial para entrar, en ésa, que luces la más hipócrita de tus sonrisas y te vuelves uno con le fotógrafo para delinear el más profundo de tus engaños en nombre de tu futuro.
Como ese primer día los pseudo policías se toman muy a pecho su trabajo, además de desquitarse de esos niños ricos como revancha de que ellos no nacieron cómodos, por eso y por muchas cosas más (como cantaba Julio Iglesias) era un hecho que no me iban a dejar entrar ni a madrazo limpio, pensé en esa frase del inmortal “ Palillo” cuando lo agandallaba un policía: si los dos somos pueblo ( era claro que yo no era ningún ejecutivo junior, lo denotaba mi cara de paisano y mi uniforme del guacarock)
Pero no cesé en mi lucha por encontrar la pinche credencial. La busqué en la bolsa de mi panto, en el morral agujereado de balas sauditas, en la bolsa ultra-secreta de mi chamarra de cuero de bisonte (como la del capitán Alatriste) ¡chale! ¿dónde carajos la dejé? Si la traía aquí, no cabe duda que estoy bien ... bien ... viendo un ángel, el paraíso perdido por buscarlo (como dijo Alberti) ... el Santo Grial.
Cabello castaño claro con un moñito como el continente que separa dos océanos. Un delicado fleco a la altura de sus cejas, rodeado por los bordes que, como una cascada parecían dar paso a una menuda nariz por la que resbalaba un desfile de brillos que marcaban sus ligeras curvas para llegar de pronto, a su boca finamente contorneada cual mármol que se decora por un “buenos días” heroico, imparable, dulcemente rimado. Así, la perfecta limítrofe final lo daba su barbilla, una dulce sinfonía.
Y hago un punto y aparte para: Sus ojos. Sus hermosos ojos tristes y sombríos que me pidieron desde el primer momento y sin mirarme que les contara una historia inconclusa para dormir y soñar, y volverse a despertar ... y así, una y otra vez, de goce se puedan llenar. Pero no ocurrió nada. Lo menos que necesitaban esos ojos eran goce en su mirar; sin embargo, las seguí para encontrar su historia, esa historia inconclusa ... nunca supe como entré a la universidad ese día. Nunca.
A prudente distancia, pero muy de cerca. Fui tras ella sin saber exactamente para qué ¿ le iba a hablar? No, soy demasiado cobarde e inseguro ... ¿entonces? Bueno, me queda de camino me dije a mi mismo, pero mi mismo me contestó que no mamara cuando pasamos tres veces por la cafetería, y ahí fue cuando sospeché que era nueva y que no encontraba su salón. Nada más fácil. Solo tenía que alcanzarla y decirle: disculpa ... ¿ qué salón estás buscando?
Apreté el paso orgulloso de mi acertado discurso y justo tres pasos detrás de ella, se detuvo de pronto. Estuve a punto de que el primer contacto con ella fuera arrollarla, chale, giré desesperadamente sobre mi propio eje en una rápida maniobra digna de los mismísimos tigres voladores o el hijo del Santo, caminé a paso redoblado hasta sentirme seguro detrás del muro, miré con el mayor de los cuidados para asegurarme que no se había dado cuenta de nada y continué con la persecución.
Como si por causa de mi acercamiento involuntario se le hubiera aclarado la memoria giró el pasillo y entró certeramente a un salón, yo, cauteloso me asomé y chin ...
Gabriel ¿cómo estás, me andabas buscando?
Era un maestrazo que me había dejado ir toda su sapiencia en semestres anteriores, y ese, si que era un personajazo. Teníamos una comunicación muy estrecha por la sencilla razón de que en pedagogía son pocos los alumnos y también pocos los maestros, así que, nos entendíamos de maravilla en esta isla de los hombres solos. Él era todo un pedagogo de izquierda con la vestimenta clásica del que dice: no me fijo en que me pongo, tengo cosas más importantes en que ocuparme y preocuparme, aun quedan tantos libros que leer, aun quedan tantas botellas que probar, tantas mujeres que besar que, qué demonios me importa a mi lucir a la moda. Chale, tremenda falacia ... al final, la peor pose es la antipose . El, era presa de todas, ya que en pedagogía son muchas las alumnas y también las maestras, que veían en estos gestos de insurrección roja y machista un enemigo enorme para el templo del matriarcado que ellas defendían. Y la cúspide de todos sus pecados: tenía acento de intelectual de Coyoacán en plena ciudad Satélite ... imperdonable. Todavía toleraban más mi “tonito Totonaca como panchito de la Villa de Guadalupe” que su sureña forma de decir: ¿Te caé?
- Bien, gracias profe, aquí comenzando el curso con todo animo de llenarme de saber ... sin que alguien me llegue a dar muerte por saber demasiado.
El me miró con cuidado analizando mis palabras, desconfiaba de mí ya que dado mi “navegar con bandera de pendejo”, cosa que no me costaba ningún trabajo, no me hacía competir por la picota en que él estaba ensartado por todo ese club de amazonas. Me sentí incomodo por la forma en que él, no dejaba de mirarme en su rostro reflejaba una duda: qué querían decir mis palabras; para ser chiste era muy malo y para ser discurso era muy chafa, entonces ¿qué me quiso decir este tipo con pinta de leñador?
- ¿A dónde piensas llegar con ese humor negro? Replicó como única defensa.
- Sabe profe, como dijo Martín Luther King: hoy tuve un sueño ...
Me interrumpí y guardé silencio cuando sentí que me había liberado del yugo de su mirada. Yo, de lo más nervioso busqué entre todas las alumnas a esa que me había permitido volar sin siquiera volver la vista atrás, o hacia abajo ...
- Por qué no entra – me dijo el personajazo- quería comentarle ...
Afiné aun más la mirada para buscarla y la localicé justo frente al escritorio, con su mini cuaderno forma italiana cincuenta hojas lista para tomar clase. La sorpresa fue mayúscula:
Pedagoga, con lo que me gustan las pedagogas. El maestrazo me decía no sé cuantas cosas de Makarenko y su “ pobreza pedalógica” así que puse un poco de atención para, por lo menos contestarle y tener el tiempo suficiente para acercarme junto a él al escritorio y estar aun más cerca de esa mujer. Ella seguía perdida en la contemplación de su mini cuaderno, y al estar lo suficientemente cerca disparé:
- Si profesor, me interesa principalmente las conferencias que el camarada dio en relación a una educación a partir de los conceptos de la revolución, más que sus pobres dotes narrativos – hay, no mames – (el inconsciente seguía haciendo de las suyas).
Fue cuando me di cuenta de que haber estudiado tres años de pedagogía habían servido de algo. Ella me estaba mirando, y yo, me quedé inmóvil. Nos miramos de la manera más profunda en que dos extraños son capaces de mirarse por primera vez. Como si ésta fuera la última tabla raza que pende, en una de sus orilla del barco, y la otra, flota en el aire, donde dos piernas presas, se disponen a caer al no saber volar y, al estirar las manos para recibir a la muerte encontraran otras manos en lo más oscuro de la noche. En medio del abismo; en lo más profundo del mar. A ella, yo la encontré sin buscarla, tan solo tuve que seguirla. Fue justo cuando ella bajo la mirada y me rompió la madre, ella también me buscaba, ella me había encontrado y tampoco sabía bien como había sido.
Sin poder decir o hacer nada más, miré a maestrazo que en mi expresión entendió que algo había cambiando mi vida. Que ahora, por fin había encontrado eso que movilizaba mi humor negro y él solamente miró a la compañera y me despidió con una sonrisa, no de alegría por mi hallazgo, si no de burla, de mofa por saber todo lo que me estaba esperando para achatar la punta afilada de mi humor tétrico y tántrico. Cerré la puerta y me recargué en el pasillo, encendí un cigarro suelto, me puse mis audífono y apreté el “play” para continuar “ Rusty cage” , abrí el libro de Fuentes y me dispuse a esperarla. Obsequiándole mi tiempo para que empezara a devorarlo.
¿Quién podría decirme qué tan tarde es?
¿Tú, peregrino incansable de pasos acompasados? Y yo solo escucho: Tic, tac, tic, tac. Y le grito de nuevo desafiante: ¿Qué calcan mis huellas asfixiadas bajos el peso de mi cuerpo del deseo? ¿Dónde mis pies cuarteados como rostro que, dibujado por el mapa de los días aciagos, marcados con sangre, sudor y lágrimas carcome la expresión de mi cansada esperanza? Tic, tac, tic, tac. ¡respóndeme! ¿eres tú el esclavo de la rutina, de los malos días, de la noche hundida en dos palmos, con una división extrema como esa línea transversal que separa un par de nalgas apetecible, que regocijan al bailar, la mirada de una enorme orquesta callejera con su andar; con su desencanto y sus intenciones de tocar; con la fuerza en que dos manos palpan las teclas de un piano; pero, llevadas a la desgracia, terminan como siempre en un solo de trompeta que canta? tic, tac, tic, tac ... una vez más. Entonces ¿eres tú? Sopesando y soportando todos los momentos colgados de tus hombros. Como un indígena que mira desconsolado la majestuosidad de la sierra que lo reta y le dice: “ No vas a poder wey”. El, cansado, pero seguro que si tuviera que bajar la carga la perdería para siempre en el abismo de la nada, en la garganta de esa sierra que devora todas las energías, los sentimientos y todas las miradas hacía lo alto, y entonces, su esposa y dos hijos vestidos de miseria, con un estrepitoso resonar de tripas le reclamarían: ¿ A dónde te llevaste mi tiempo? ¿ a dónde fuiste con el único momento en que fui feliz? ¿ a dónde te fuiste con el último instante en que lo pude haber visto? ¿ a dónde llevaste ese segundo en que realmente conocí el amor? ¡Dónde! Tic, tac, tic, tac, solo respondes y canta la condena de los pasos sin parar, con una expresión hambrienta y llena de espinas, que cual fiero arado recorre incrustado en la tierra , momento a momento, paso a paso, tic, tac, tic, tac, marcan la expresión que ahora, todos ... llevamos, de la cabeza a los pies.
Las horas fueron las que me enseñaron a desenfundar la espada. las horas la encendieron del mango brioso hasta la punta esbelta, le dieron el filo suficiente para hacerse uno con el viento y silbar de jubilo, encontró su hogar en el aire que respiro, llevándolo a mis pulmones en producto oscuro de la combustión que lograban a prenderse toda y esperar al enemigo. Uno, era yo con esa espada. Al amparo de las horas, en practicas eternas, con la guardia alta, la vista fija, la pierna izquierda de frente, liviana y saltarina, mientras que la derecha dura y tensa lista para avanzar y apoyar el golpe; y de pronto, erguirse en recta para sostener sola todo el cuerpo en una intentona sorpresiva de mi zurda armada con el espolón que llevan mis botas directo a la costilla demoniaca.
Calculo la distancia a la que fluye mi enemigo con mi brazo del mismo largo de mi espada, y que en lucha, se multiplican por dos. Estiro mi brazo izquierdo con la daga de piedad y acierto el impacto con la derecha. Siempre calculo el primer golpe para que choquen las flamas y tintinen como cristal. Lo necesito. Es como saludar cortésmente al enemigo. Sentir su fuerza, su habilidad, el odio que despierto a su mirada. Quiero sentir que es mi amante, que después de un cortejo lleno de indirectas y gestos, llenos de farsa, que parecen espontáneos; pero que son de lo más ensayados, la llevo a mi cama desnudándola en el trayecto, viendo como cae la correa que lleva su espada, como cual si fuera un animal dormido. Su túnica blanca yace en el suelo y su prenda más secreta cae cual telón de inicio, dejando mi boca abierta como si estuviera a punto de saborear la voluptuosidad que se ocultaba ante mis ojos desviados. la postro en una nube. Acaricio sus hombros y besos su cuello para que sus alas se relajen y queden en apacible verticalidad. Me dispongo a hacerla mía ... y suenan de nuevo los aceros incendiados, tal como a mi amante, voy a penetrarla y dejar mi espada expuesta al otro lado de su cuerpo. No hay tal diferencia entre amar y odiar, no la hay, poco importa cuan suave o áspero sea el encuentro, siempre te tienes que desnudar para poseer, no puedes amar ni matar cubierto por una túnica por más tenue que esta sea. Llegas desnudo a amor y a la muerte. Solo con tu espada, que a veces descansa sobre tu pecho sostenida por tus manos, y otras veces, cuelga entre tus piernas tan muerta como lo estás tú.
Así que, como dijo mi abuela y dijo bien: “ Cuando el peso es demasiado, es más fácil seguir andando que bajar la carga” ¿cierto? Bueno, la razón, en mi abuela, no era su fuerte, ella era completo corazón y no sabía nada de espadas, más que del machete de mi abuelo, que tuvo el suficiente filo de hacerle quince heridas que la hicieron sangrar toda su vida.
Y el acusado se defiende. Desenfunda sin dejar de entonar su rutinario canto. Tic, tac, tic, tac:¡No lo sé! No me interrogues con esas preguntas que me laceran la frente como látigo ardiente, dotado de mil dientes que se me encajan, uno a uno, en mi pecho, en mis muslos, en mis brazos, en todo lo que soy y, que tal vez, no dejaré de ser ¡Qué no ves que me dañas! ¡qué no ves que me matas! Tic, tac, tic, tac ... y yo. No hecho nada (como es mi costumbre) yo no soy el dueño de las horas, no me pertenecen. No conozco el río en que, a contracorriente nadan para llegar a la muerte. Tic, tac, tic, tac . Yo solo las cargo, las alimento. Les doy descanso y una canción de cuna para que se duerman en mi regazo, pero no me pertenecen; yo no te puedo regalar un instante de vida, un instante de muerte, de felicidad o de amargura. Yo solo soy la nana, la madre es ... la canción del tic, tac reventó de pronto en el más cruel de los llantos, en el más pertinaz de los solos de trompeta. Aun más devastador que mi espada que contra un viento que marca el final de la odisea apagaba sus llamas y volvía, dejando a un lado las penumbras y sonó mi voz ya muy lejos ... muy, muy lejos.
Pues, si eres la nana de ese niño que llora con ese agudo timbre de gato en celo ¡hazlo callar!
¡Cállate ya maldito despertador! Gritó mi inconsciente poco menos huevón que mi consciente y de un instintivo golpe quedó fuera de combate. Solo rodé al otro lado de la cama sintiéndome mimoso y chiqueado. Encogí mi cuerpo por completo y lo apunté en dirección y posición en que el paraíso queda más cerca. Aspiré profundamente a fin de lanzar una tremenda demanda de amor cristalizada en un teta redonda y caliente que pudiera mamar ¡hay no mames! Gritó mi consciente al darse cuenta del des-madre tremendo que traía mi inconsciente.
Poco a poco fui abriendo los ojos, cosa que no conseguí completamente hasta el tercer intento, y solo fue para lograr un contacto visual con la grabadora que estaba a poco centímetros de mi mano; pero, mi inconsciente, en pleno afán de venganza impedía que atinara a golpear el “play” dando madrazo tras madrazo en el buró. Al sentir la fuerza del enemigo, me llevé la mano a la cintura aún buscando mi espada, pero ya no estaba ahí, había sido desarmado sin darme la menor cuenta, ahora solo tenía mi brazo minimizado a uno y sin multiplicación alguna. De nuevo, me armé de valor y me lancé a un tercer intento en el que logré propinarle un certero chingadazo a la gabacha y así, la música me encendió.
Como frotar la lámpara mágica, de la misma forma apareció un genio. El mío me concedió tres deseos que al llegar el alba se esfumaron como un nube que se pinta y se despinta, viendo como aparece apenas el redondo rostro del sol: vivir en los sesentas, meterme toda clase de ácidos y ser negro.
De la nada: Jimi Hendrix. Vestido de colores brillantes y una chaqueta que le bajó la mismísimo General Coster (ya que de sus venas corría sangre india de la más chida) con una guitarra Fender Stratocaster blanca derecha volteada de forma y cuerdas para que la pudiera empuñar un zurdo, en medio de una neblina morada (sin saber si vas hacia arriba o hacia abajo) conectada por un pequeño cordón umbilical redondo a un cielo de amplificadores Marshall Plexi, victima inminente de los “stratocastersazos” que se preparaba a propinarle el master Jimi cuando más prendido estaba (la guitarra de fuego, él, de adrenalina y ácidos) pintados por cascadas sonoras de wha-wha y Univibe (cortesía de Roger Mayer) contando con toda la experiencia (producido por Eddie Kramer).
¡Cámara! No sé por qué Hendrix me recuerda a San Martín de Porres, el famoso “Fray escobas”. Que tantas veces vi personificado en ese grandioso actor que fue René Muñoz, a pesar de ser tan chafa para escribir telenovelas, poniendo cara se santo de pueblo y con lágrimas de cocodrilo se rifaba, lo miraba en la tele de niño, pero lo malo ( o más bien perverso) era cuando mi abuela me llevaba a la iglesia a fuerza y me hacía hincar junto a ella para rezarle al santo de color serio; que según, era muy poderoso en eso de hacer milagros. Yo, por el trajecito que traía solo esperaba que sacara el sable láser, ya que también me recordaba, al no menos maestro: Obi-Wan Kenobi.
Entre dichos milagros que pedía mi abuela, estaban, desde quitarle lo bilioso a mi abuelo, hasta que mis tíos dejarán de tomar. Cualquiera de los dos milagros que se hubieran cumplido sería digno de hacerle un templo más allá del cerro del Tepeyac ¡qué Juan Diego ni que la chingada! Yo también le pedía el mío a Fray Zamorita, pero al igual que los de mi abuela, no se me cumplió (mi abuelo murió de la bilis y mis tíos de la cirrosis) Jamás podré tocar la guitarra como el master Hendrix ... de hecho, nadie podrá.
Me di un buen estirón que hizo que me dolieran las costillas. Miré el reloj y pensé en salir al parque con la patineta de mi hermana. Por más que intentaba hacerle al Michael J. Fox, sintiéndome Martín de “Back to the future” (tocando la guitarra y andando en patineta ¡chale! Los modelos tan pendejos que agarras por falta de una buena imagen paterna) lo único que había logrado es darme unos chingadazos de los chidos en ella, así que opté por embarrarme en la banqueta a las ocho de la mañana sin testigo alguno, a excepción de perros callejeros y corredores panzones al borde del ataque cardiaco.
Me levanté más rápido que en chinga, entré sigilosamente al cuarto de mi hermana, maldiciendo, no solo su sueño de osos pardo invernando, con unos ronquidos que nada le envidiaban a los rugidos de mismísimo rey de jungla, sino también, el ser la princesita más pequeña en ese reino donde el fuero matriarcal rifa. Pero ahí estaba, me agaché por ella justo cuando “la nenita” explotó en ronquidos, el cual parecía el preludio de la más fiera batalla vikinga anunciada por el sonar de un cuerno (y no precisamente de chivo pegado a pared) y dio varias vueltas en la cama de lo más femenina con una charquito de baba que corría de su boquita floreada hasta la fineza de su almohada. Me quedé inmóvil, me recargué sobre la pared pegándome (sin el chivo) lo más que pude a ella, una gota delatora de sudor corrió desde mi rostro hinchado hasta mi playera apestosa. Volvió a roncar y yo ni siquiera respiré. Si ella me encontraba ahí ... lo más seguro es que no lo contaría. Se quedó de nuevo quieta, tomé la patineta y me levanté para darme en la cabeza con la bicicleta que tenía colgada ¡santo madrazo Batman enmascarado de plata! Ese golpe lo tengo bien merecido por pinche envidioso, pero con él, logré responder la pregunta inicial:
¡Tarde, muy tarde! No recordaba que hoy comenzaban las clases en la universidad, en la que yo, era miembro honorario y becado. Faltaban veinte minutos para iniciar la primerassi y yo jugándole al Sport Billy. Salí del cuarto tan sigiloso como entré en una tremenda combinación pecho-tierra, hurtadillas y vueltas de carro que le debo a mi entrenamiento de boina verde.
Entre al baño en completo relajamiento conmigo mismo. Abrí la llave del agua caliente y dejé que el vapor me cubriera por entero, poco a poco vi como las gotas de agua convertidas en vapor fue borrando mi imagen del espejo dejando una silueta muy tenue. Junté mis manos muy por lo bajo, las apreté con fuerza y las fui subiendo lentamente. Cerré los ojos al sentir un alivio en mis espalda como si “eso” se liberara de pronto. “Eso” que se estiraba igual que mis brazos con enorme gozo. Me acerqué al espejo para ver que era “eso” que me bromeaba a mis espaldas, éste seguía cubierto por el vapor del agua hirviente. Con el miedo a cuestas acerque mi mano para limpiar el espejo, lo hice un poco y descubrí algo muy blanco detrás de mi. Un terror helado recorrió mi cuerpo y voltee en el acto, para descubrirlo, pero nada había, ni en mi espalda, ni en la pared, ni en la puerta. Estaba solo, solo yo con esa duda que de pronto, se va convirtiendo en la eterna compañera, decidí que lo mejor era entrar en el agua y esperar que ésta calmara mis nervios.
Después de un baño de avión (las alitas y el motor) busqué la ropa adecuada para tan memorable ocasión. El renacer del conocimiento que me llevaría a esperar la mejor cara del futuro. Tenía que ser sport, sencilla, pero a su vez elegante y bien combinada, algo así como mezclilla, playera blanca y tenis (el uniforme del Guacarock) no fue difícil encontrarlo dado que es prácticamente lo único que tengo en mi averiado closet.
Pero el destino me tenía preparada una jugarreta. Esos tenis que se antojaban tan blancos como mi alucinación, me gritaban lo completos que pertenecían a este mundo con una buena dotación de polvo y mugre de lo más terrenal. Estaban asquerosos. Así que, tuve que usar uno de mis mejores trucos que si alguno de los individuos con quien compartía la casa se hubieran dado cuenta de mis pervertidas acciones, hubiera sido víctima de la más terrible represión, en fin qué, recordando las sabías palabras de mi madre:
“Parece que traes esos tenis pegados, nunca te los quitas, por lo menos métete a bañar con ellos que no ves que están bien mugrosos”
Sin reflexionar más el tema, mojé una toalla (niños no lo intenten en sus casas) y con ella froté con fuerza mi calzado deportivo que nunca pisaron una cancha deportiva, en unos cuantos segundos quedaron relucientes, solo había un pequeño problema que no noté hasta que me los puse: se me pasó el tueste y ¡estaban bien mojados! Así que solo por no ofenderme a mi mismo con un sonoro y bien merecido ¡Gabriel, no eres más que un pobre pendejo! Me los amarré viendo como despedían agua como si fueran fuetes descompuestas, entonces, quedó más que salir en busca de mi desayuno.
El yougurt Alpura es Dios. No solo por la espesa capa que se encuentra justo cuando lo abres y te permite dos opciones: la primera; es darle una buena pasada con la lengua a esa deliciosa leche cortada que se queda en los lados superiores del envase y tapa de aluminio que es aun más espesa que el mismo yougurt, con esto, además de lograr saciar tus reprimidos deseos masoquistas, dado que, regularmente te cortas la lengua en tan grata misión (si, aun Dios se equivoca) ya que el envase no está diseñado para este tipo de perversiones.
La segunda es la más aburrida, pero la más segura de las posibilidades: puedes bajar la espesa leche cortada y revolverla con el resto del yougurt, esperando que, el hecho de llevar la parte especial a la masa total pueda mejorarla por completo, o tal vez, mirar en este par de alternativas que tan viejo te estás volviendo.
Y si bien la naranjada Bonafina no es Dios (dado que Niezsche fue el último politeísta) si tiene un lugar preponderante en el cielo. Su consistencia es ... media. Lo bastante dulce como para empalagarte pero no lo suficiente como para dejarte la boca pegostiosa, y esto, es muy importante.
Al cruzar la cocina noté el claro rastro que dejaban mis huellas sobre el suelo. Imaginé que si yo estuviera perdido en los acertijos del mítico laberinto tendría que andar con cuidado, con mis cinco sentidos bien abiertos, caminando de puntillas con la mano sobre el pomo de la espada. En esas circunstancias la vista me valdría de poco ya que frente a mi solo había una serie de muros pelones, uno exactamente igual al otro, así que debía afilar, tanto o más que mi espada, mi olfato y mi oído. Para oler su pelambre cubierto de sudor amargo o escuchar el remilgar de su difícil respiración, muy cerca, el Minotauro, ese mitad toro y mitad vaca, me podría encontrar de volada con solo paladear en su lengua el perfume de mi miedo o compasar su oído con el fuerte latir de mi corazón. Ahí, solo con mis instintos asesinos ... seguía, aun, en desventaja frente a la bestia, tan solo se me lanzaría y trataría de enfundarme uno de sus pitones justo entre la panza y la barriga, dando fin a mi precaria existencia. Pero, gracias a Dios, y no precisamente al yougurt Alpura, ése solo es mito ... pero, el maestro Aguerrido lo dijo una vez : los mitos, regularmente, no tiene nada de fantásticos.
Mamá – gritó con fuerza mi hermana – Gabriel dejó todo el piso bien mojado y ahora tengo los pies bien mojados (los pleonasmos le valen madre) pinche escuincla delatora, bajó la cabeza y rascó tres veces el suelo con su pezuña afilada, resoplo con fuerza y se me fue encima sin compasión alguna, yo, tome ventaja de su impulso y de un preciso salto hacia el burladero, quedé fuera de peligro, lástima que por su culpa tuve que salir de la cocina sin tragar nada, quedando sin la protección de los Dioses, con la baba en rebanadas de tanto pensar en deidades. Así, seguro en mi cuarto con un hoyo en el estomago, además del perpetuo en el pecho, y escuchando las quejas de mi hermana a mi pobre y adormilada madre, pensé:
Ahora la lista de útiles al morralito del paracaidista israelí que encontré en el mercado de la Lagunilla: cuaderno tabique doscientas hojas profesionales, todo en uno, rallas, cuadro chico, de cuadro grande, hojas blancas para dibujar y hasta unos pinches folders tenía para seguir almacenando postales gratuitas de esas que hay en todos lo cafés de la colonia Condesa. “mi cuatrero” era multidisciplinario, multidinámico y multimamila. Estaba lleno de psicopatologías, de análisis de caso, de fisiología, de neurología, de tests psicológicos ... de poesía, de dibujos de puerquitos, imágenes espaciales y lunas catatónicas a punto de explotar echas con puntos ( esas que desarrollaba en esas clases fatídicas de psicología industrial) y canciones a medio tararear, riffs de guitarras incomprensibles: en ritmo de 7/8 compasado y con “harto sentimiento” TA TA ... RATATA ... TA ... TATA, el nombre del riff: “ Capulina con el culo incendiado”.
Después. Dos plumas una negra y una azul, muy elegante ¿no? es justo decir que nunca encontraba ni la negra ni la azul, así que mejor aviento dos lápices que andaba rodando por la recamara. El lápiz a pesar de su antigüedad tiene su encanto. Es como llevar algo de la naturaleza dentro de tu bolsillo, además de lo mucho que se apetece morderlo, sacarle punta con los dientes, es un “cuchillito de palo” puedes picarle las nalgas a tu compañero sin demasiado peligro a que le duela tanto que se voltee directamente a darte en tu madre ¡Ah, mi lápiz!
Además, un pequeño walk man color negro que me regalaron mis alumnos de la preparatoria abierta donde daba clases para validar mi servicio social, por la celebración del día del maestro. Esta fue la primera vez que recibí algo de todas las manzanas que había regalado en la primaria, de todas las tortas por las que me habían mandado en las secundaria y por todos los pomos con los que soborné a mis profes de ciencias exactas en la preparatoria. En su interior del Walk man, como embarazado, llevando de producto a un feto infernal el sensacional cassete “Badmotorfinger” de Soundgarden que me traía estupefacto y “estupifacto”. Los ritmos de Matt Camerón. Yo medio imbecil para el tiempo me perdía como una monja en una mezquita cuando me sentaba con los audífonos puestos y trataba de seguir al maestro, para nada ... no podía, eran nudos los que hacía dentro de su pequeño set de tambores. Benjamín Hunter Shepherd, con su bajo Fender Precision que casi arrastraba por el piso de tan bajo que lo tocaba, moviéndose como si de pronto, por un haz de luz divino un paralítico recobrara su andar y se levantara de un impulso sin saber bien como usar sus extremidades tanto tiempo atrofiadas. Kim Thayil, un filosofo hindú que tomó una guitarra en plena explosión punk, y, sin el menor reparo en la técnica lograba poderosos riff inimaginables con su Guild SG conectado a una pared de amplis Peavys de transistores, si, auque nadie lo crea, transistores y sonaba: como una aplanadora que anda a toda velocidad encima de miles de tubos pbc. La garganta de Cornell, sin muchas palabras, la creadora de las más agridulces pesadillas.
Sin duda, más que suficiente, pero bueno, no hay que escatimar, uno no tiene la vida comprada, así que también traigo: 88 Elmira St. de Danny Gatton, tremendo maestro de la guitarra norteamericana, que en la cascada que sonidos que producen sus dedos sobre el mastil de Fender Telecaster arreglada y “Customizada” se amalgamaban desde country, redneck, y ritmos tribales hasta jazz, be bop y blues, bueno el maestro hasta se da el lujo de dejarse tirar el tema de “ The Simson” más gringo, me cae que no se puede.
Entró también al morralito verde, mi libro de reciente adquisición: “Diana, o la cazadora Solitaria” del maestro Carlos Fuentes. Llevaba poco tiempo de confrontarme con el autor, fue, para variar, un viernes de cinco a siete en el seminario de fin de análisis al que asisto religiosamente (cualquier interpretación esta plenamente justificada). Esa tarde era hermosa, el sol miraba su brillo en cada uno de los parabrisas de los autos. Mis pasos emocionados en busca de ese saber que se resbalaba por mi boca como el más preciado y dulce néctar, era ya un adicto a él. Yo, como de costumbre llegué un poco retrasado, mi sorpresa fue mayúscula cuando la más hermosa de mis compañeras, una mujer heroicamente sensible que dibujaba en su rostro una dulce media madurez ( y me miró de esa forma ... de esa maldita forma con que te mira una mujer mayor, con ese instinto maternal que me encanta).
Esa mujer inteligente, que a su paso – con su voz – sembraba luces de pasión – su piel dorada por el sol – despojando el deseo de cualquier ocupación – sus piernas en acción.
Las enseñanzas de don Carlos, en su boca eran árboles frutales, ventisca en cascada, luna por nubes acompañada. Sus palabras eran mías, de Fuentes, de mi compañera y de nadie más, en un simbólico triangulo amoroso ( y yo, como cualquier amoroso ... tuve que callar).
Ese era mi equipo, un equipo de supervivencia como para ir a una isla desierta o a una universidad de paga productora total de seres cortados por la misma tijera.
Al salir, me cubrí de esa mañana fría, melancólica, con un tono grisáceo propio del invierno que reinaba. Se podía mirar las gotas de rocío en el pasto cuando me caí en pleno camellón correteando el camión de la Ruta 100 (no me quedé con las ganas del chingadazo y hasta en público) a pesar de que el golpe no fue muy fuerte si lo suficiente para que “me dolieda mi odguyo” (como dijo Guille) y traer las rodillas mojadas todo el día (pies mojados, rodillas mojadas, por orden ascendente solo me faltaba mearme).
Por fin, tomé el pinche camión que por casualidad conducía una de las pocas choferes en el transporte de D.F.; pero que mentaba la madre con ese instinto maternal que me encanta. Saqué mi libro y entre mis manos recordé las palabras del maestro Fuentes en los delgados y coloridos labios de mi compañera: “La mujer es devoradora del tiempo del hombre”.
Intuyendo que lo más preciado que tenemos los hombres para realizar el trueque son solo efímeros momentos, que si bien pasajeros, también de huella eterna. O ¿sería la mejor carnada que tenemos para atraparlas? Sería pues ¿el tiempo, el falo que buscan poseer las mujeres como un cetro con el que pudieran seguir su loca carrera por el poder total? O, el falo, se constituye de todos esos momentos, ¿Es tan solo una representación de poder que va forjando el tiempo? Chale, no lo sé ¡qué novedad! Yo solo sé, que no he cenado ... ni desayunado.
Al llegar a la universidad, el típico mosaico multicolor declarando lo que te esperaría si pretendieras dejar tu futuro en esas manos. Algunos puestos ambulantes para abastecerte de dulces y cigarros sueltos (todos son ricos ejecutivos juniors, ah chingao, pero como se vende los cigarros sueltos) doña Amparo y sus yougurts tremendos (la ruca por cinco varos te dejaba bien nutrido para el tedio de la educación super-pior )
Verdes jardineras que servían como bancas para que nenas bellas se sentaran a enseñar casualmente sus torneadas piernas y gallardos caballeros recargaran sus pies dejando escapar sonoras risas fingidas, todos con sus mejores galas acumuladas en dos meses de ocio vacacional intersemestral, recordando aquel tan viejo y sabio refrán familiar lleno de paternalidad: la primera impresión es la cuenta.
Apagué mi walk man en pleno “Outshined” la canción menos compleja de todo el disquito del Soundgarden que sonaba fresa junto a las demás y busqué mi credencial para entrar, en ésa, que luces la más hipócrita de tus sonrisas y te vuelves uno con le fotógrafo para delinear el más profundo de tus engaños en nombre de tu futuro.
Como ese primer día los pseudo policías se toman muy a pecho su trabajo, además de desquitarse de esos niños ricos como revancha de que ellos no nacieron cómodos, por eso y por muchas cosas más (como cantaba Julio Iglesias) era un hecho que no me iban a dejar entrar ni a madrazo limpio, pensé en esa frase del inmortal “ Palillo” cuando lo agandallaba un policía: si los dos somos pueblo ( era claro que yo no era ningún ejecutivo junior, lo denotaba mi cara de paisano y mi uniforme del guacarock)
Pero no cesé en mi lucha por encontrar la pinche credencial. La busqué en la bolsa de mi panto, en el morral agujereado de balas sauditas, en la bolsa ultra-secreta de mi chamarra de cuero de bisonte (como la del capitán Alatriste) ¡chale! ¿dónde carajos la dejé? Si la traía aquí, no cabe duda que estoy bien ... bien ... viendo un ángel, el paraíso perdido por buscarlo (como dijo Alberti) ... el Santo Grial.
Cabello castaño claro con un moñito como el continente que separa dos océanos. Un delicado fleco a la altura de sus cejas, rodeado por los bordes que, como una cascada parecían dar paso a una menuda nariz por la que resbalaba un desfile de brillos que marcaban sus ligeras curvas para llegar de pronto, a su boca finamente contorneada cual mármol que se decora por un “buenos días” heroico, imparable, dulcemente rimado. Así, la perfecta limítrofe final lo daba su barbilla, una dulce sinfonía.
Y hago un punto y aparte para: Sus ojos. Sus hermosos ojos tristes y sombríos que me pidieron desde el primer momento y sin mirarme que les contara una historia inconclusa para dormir y soñar, y volverse a despertar ... y así, una y otra vez, de goce se puedan llenar. Pero no ocurrió nada. Lo menos que necesitaban esos ojos eran goce en su mirar; sin embargo, las seguí para encontrar su historia, esa historia inconclusa ... nunca supe como entré a la universidad ese día. Nunca.
A prudente distancia, pero muy de cerca. Fui tras ella sin saber exactamente para qué ¿ le iba a hablar? No, soy demasiado cobarde e inseguro ... ¿entonces? Bueno, me queda de camino me dije a mi mismo, pero mi mismo me contestó que no mamara cuando pasamos tres veces por la cafetería, y ahí fue cuando sospeché que era nueva y que no encontraba su salón. Nada más fácil. Solo tenía que alcanzarla y decirle: disculpa ... ¿ qué salón estás buscando?
Apreté el paso orgulloso de mi acertado discurso y justo tres pasos detrás de ella, se detuvo de pronto. Estuve a punto de que el primer contacto con ella fuera arrollarla, chale, giré desesperadamente sobre mi propio eje en una rápida maniobra digna de los mismísimos tigres voladores o el hijo del Santo, caminé a paso redoblado hasta sentirme seguro detrás del muro, miré con el mayor de los cuidados para asegurarme que no se había dado cuenta de nada y continué con la persecución.
Como si por causa de mi acercamiento involuntario se le hubiera aclarado la memoria giró el pasillo y entró certeramente a un salón, yo, cauteloso me asomé y chin ...
Gabriel ¿cómo estás, me andabas buscando?
Era un maestrazo que me había dejado ir toda su sapiencia en semestres anteriores, y ese, si que era un personajazo. Teníamos una comunicación muy estrecha por la sencilla razón de que en pedagogía son pocos los alumnos y también pocos los maestros, así que, nos entendíamos de maravilla en esta isla de los hombres solos. Él era todo un pedagogo de izquierda con la vestimenta clásica del que dice: no me fijo en que me pongo, tengo cosas más importantes en que ocuparme y preocuparme, aun quedan tantos libros que leer, aun quedan tantas botellas que probar, tantas mujeres que besar que, qué demonios me importa a mi lucir a la moda. Chale, tremenda falacia ... al final, la peor pose es la antipose . El, era presa de todas, ya que en pedagogía son muchas las alumnas y también las maestras, que veían en estos gestos de insurrección roja y machista un enemigo enorme para el templo del matriarcado que ellas defendían. Y la cúspide de todos sus pecados: tenía acento de intelectual de Coyoacán en plena ciudad Satélite ... imperdonable. Todavía toleraban más mi “tonito Totonaca como panchito de la Villa de Guadalupe” que su sureña forma de decir: ¿Te caé?
- Bien, gracias profe, aquí comenzando el curso con todo animo de llenarme de saber ... sin que alguien me llegue a dar muerte por saber demasiado.
El me miró con cuidado analizando mis palabras, desconfiaba de mí ya que dado mi “navegar con bandera de pendejo”, cosa que no me costaba ningún trabajo, no me hacía competir por la picota en que él estaba ensartado por todo ese club de amazonas. Me sentí incomodo por la forma en que él, no dejaba de mirarme en su rostro reflejaba una duda: qué querían decir mis palabras; para ser chiste era muy malo y para ser discurso era muy chafa, entonces ¿qué me quiso decir este tipo con pinta de leñador?
- ¿A dónde piensas llegar con ese humor negro? Replicó como única defensa.
- Sabe profe, como dijo Martín Luther King: hoy tuve un sueño ...
Me interrumpí y guardé silencio cuando sentí que me había liberado del yugo de su mirada. Yo, de lo más nervioso busqué entre todas las alumnas a esa que me había permitido volar sin siquiera volver la vista atrás, o hacia abajo ...
- Por qué no entra – me dijo el personajazo- quería comentarle ...
Afiné aun más la mirada para buscarla y la localicé justo frente al escritorio, con su mini cuaderno forma italiana cincuenta hojas lista para tomar clase. La sorpresa fue mayúscula:
Pedagoga, con lo que me gustan las pedagogas. El maestrazo me decía no sé cuantas cosas de Makarenko y su “ pobreza pedalógica” así que puse un poco de atención para, por lo menos contestarle y tener el tiempo suficiente para acercarme junto a él al escritorio y estar aun más cerca de esa mujer. Ella seguía perdida en la contemplación de su mini cuaderno, y al estar lo suficientemente cerca disparé:
- Si profesor, me interesa principalmente las conferencias que el camarada dio en relación a una educación a partir de los conceptos de la revolución, más que sus pobres dotes narrativos – hay, no mames – (el inconsciente seguía haciendo de las suyas).
Fue cuando me di cuenta de que haber estudiado tres años de pedagogía habían servido de algo. Ella me estaba mirando, y yo, me quedé inmóvil. Nos miramos de la manera más profunda en que dos extraños son capaces de mirarse por primera vez. Como si ésta fuera la última tabla raza que pende, en una de sus orilla del barco, y la otra, flota en el aire, donde dos piernas presas, se disponen a caer al no saber volar y, al estirar las manos para recibir a la muerte encontraran otras manos en lo más oscuro de la noche. En medio del abismo; en lo más profundo del mar. A ella, yo la encontré sin buscarla, tan solo tuve que seguirla. Fue justo cuando ella bajo la mirada y me rompió la madre, ella también me buscaba, ella me había encontrado y tampoco sabía bien como había sido.
Sin poder decir o hacer nada más, miré a maestrazo que en mi expresión entendió que algo había cambiando mi vida. Que ahora, por fin había encontrado eso que movilizaba mi humor negro y él solamente miró a la compañera y me despidió con una sonrisa, no de alegría por mi hallazgo, si no de burla, de mofa por saber todo lo que me estaba esperando para achatar la punta afilada de mi humor tétrico y tántrico. Cerré la puerta y me recargué en el pasillo, encendí un cigarro suelto, me puse mis audífono y apreté el “play” para continuar “ Rusty cage” , abrí el libro de Fuentes y me dispuse a esperarla. Obsequiándole mi tiempo para que empezara a devorarlo.
CAPITULO 3
No se si esa imagen prodigiosa de ires y venires, donde no sabes, que tan vas o que tan vienes era por la construcción de otro cuarto en la parte alta de la casa o por la maldita depresión que tenía. Ya eran varios días que pasaba la noche en vela mirando como se dibujaban dragones en el techo sobre una espesa oscuridad. Con esto, se hacía realidad uno de los sueños de mi niñez; parecerme al llanero solitario ( no solo porque por esos días andaba tan solo como cualquier perro, sino por las tremendas ojeras que me cargaba) también, mi dieta diaria había dado un cambio radical. Ejecutaba solamente yogurt alpura (que si bien es Dios, no llena todas las expectativas nutricionales y qué ¿Dios las llena?) y naranjada Bonafina ( que si bien tiene un lugar preponderante en el cielo, no es leche por más que mames, así que no mames) esta fijación se la debo a mi padre, que no me permitía comer estos dos sublimes productos en mi cantidad necesaria, así que, ahora, que ni siquiera veo la sombra de mi progenitor, me doy gusto resolviendo mi fijación infantil a mi manera.
Mis depresiones son de lo más corrientes y estereotipadas, sacadas de las mejores telenovelas en las que México tiene una tremenda tradición de ser el más grande mercado de lágrimas de importación. Todo el mundo llora al compás de nuestras historias que ni siquiera el mismísimo Nietzsche se imaginó en su eterno retorno, nosotros al grito de la eterna cenicienta vemos como, una y otra vez, sin casi ninguna variación; la muchacha pobre se pasa por el arco a la malvada madrastra para darse un tremendo revolcón con un galanete de pinta refinada pero, medio pendejo. Bajo ese influjo es que yo vivo mi historia rota en mil pedazos. En pocas palabras: ando mal; Trabajo mal; estudio mal y voy por este inhóspito mundo con cara de “quiere llorar, quiere llorar”. También conocido en el bajo mundo como: “ojo de Remi” o “en peligro que se te salga la de Cepillín”.
Me cuelgo un letrero imaginario solicitando quién me venga a consolar; pero, es tan imaginario, que nunca se convierte en real y pasa directamente al sin-bolico ( en decir: sin los suficientes huevos para enfrentarlo yo solo) Soy un cobarde. Si, que gano con negarlo. Soy un cobarde, que no vive su tristeza con dignidad. Arrastro mi jeta en una total búsqueda de compasión y demandando amor (aunque todas las demandas, son demandas de amor) sin dejar de ser ese niño caprichoso del que mi madre cuenta; con una sonrisa de orgullo al saber el daño que me causa, en reuniones familiares o a una nueva noviecita, la forma en que me rifaba mis más excéntricos numeritos como bailarín de “break dance”, por los caprichos que regularmente terminaban en un ahogo, que no estaba preparado en el show, como castigo de mi tremendo berrinche por un: “Shanto” (forma en que pronunciaba Santo, el nombre del gran luchador simbolizado en una figura inmóvil de plástico) y, si bien no dejo de andar por ahí causando lástimas, evito todo, cuanto me pueda sacar de este penoso lapso.
Los bluses se vuelven aún más densos y melancólicos. Me transportan a una balsa en que los únicos pasajeros son: Gabriel. Gabriel nonato (la mejor postura según Cioran) suspendido en el aires amenazando, a cada paso, con caernos encima. Mimoso y chiqueado; Gabriel joven, que dado la ataduras que aprisionan sus manos a lo remos tiene la condena de: sobre sus hombros – todo – el mayúsculo esfuerzo- nada- de sacarlos de la mierda- solo; Gabriel viejo, que utiliza sus últimas fuerzas para golpear- y en cada impacto mostrar, el rencor incesante de lo que no será jamás. Por último, como un lastre, Gabriel muerto sumergido en el desecho jalado por una cuerda sin encontrar un más allá.
Todos en una elocuente discusión: ¿quién no lo hizo? ¿ quién lo hizo mal? ¿quién lo va a hacer peor? Lo malo de este proceso de renovación (así le llamo para no sentir tanta vergüenza de ser tan chillón, inmaduro y bueno para nada) se torna cada vez más largo y sinuoso. Ahora mismo, estoy tirado junto a una cama de un cuarto descuartizado. Escuchando por sexta vez “Polvo en los ojos” de los ángeles bluseros de Real de Catorces; pero, como regresar la canción me extraía cruelmente de mi tristeza, decidí grabar toda la cinta de un casete con esa canción. Una y otra vez, un lamento que rompe el silencio; un suspiro que recorre continentes para llegar al extrañado corazón; una comparsa que se escucha triunfante sobre los inconmensurables ruidos, de una ciudad negra y perdida ... como una esperanza de volver a volver (el estoma-cake).
El casete terminó. Y yo, y mi pesado cuerpo nos levantamos para darle vuelta. No al primer intento, ni al segundo ... tal vez hasta el tercer. Poco importa en realidad, perecía que la escena no cambiaba al correr de los minutos. Fue cuando entró en juego el ring del teléfono, que dio un corte transversal a esta imagen perpetua y elástica, como los largos pergaminos sobre los escribía sin parar Jack Kerouac.
Me acerqué al aparato con la precaución, con la que un gato de Angora se agazapa a una tremenda rata de coladera del mercado de la Merced. Lo miré, y él, no dejaba de gritarme con toda la fuerza que es capaz un reclamo femenino que eriza, a cualquiera, la piel. Acerqué mi mano lentamente al aparato, la detuve cuando estuve muy cerca de él. Tuve miedo. Realmente tuve miedo (soy un coyón al cuadrado), en el estado en que me encontraba, solo estaba buscando un pretexto para acabar con todo y, temía, que ese pretexto llegara encapsulado en ese cable ondulado para que explotara con frenesí cuando más cerca estuviera mi cabeza ... Yo, el pobre poeta vestido de leñador grunge. Me acercaba peligrosamente a tomar el revólver con una sola bala, y jugar a hacer tacos de tripa doradita en el comal, que tengo encima de mis hombros.
¡Cobarde jamás! Grité con las patas temblándome como gelatina de viejita que se pone a vender afuera de los hospitales del Seguro social. fue la mentira, que se untó en mi pecho cuando levanté el teléfono de un solo impulso, tan dos veces cobarde. Escuche una voz, y por más femenina que esta fuera, el ardiente pedazo de plomo no atravesó mis sienes, llegando directamente al comensal, con cebolla, cilantro y poca salsa.
- Con Gabriel por favor ...
- Con Gabriel nonato, Gabriel joven, Gabriel viejo o Gabriel muerto. Todos están en casa.
- ¿Eres tú verdad, chistoso?
- No
- Perdón ¿quién habla?
- Nadie (fui sincero, voltee y mire en el espejo, solo el cablecito ondulado y un audicular rojo espantoso se miraban flotando)
- Si. Eres tú, no te hagas ... ¿qué te parece si vienes a mi casa?
- No queyo (dijo mi primita)
- Ándale. No nos vemos desde hace como un mes. Ya olvida a esa pinche vieja, hasta yo estoy más buena que ella (eso si que era bastante cierto, mi amiguita tenía unas piernas de lo más apetecibles y una mirada cautivadora)
- No es eso. Lo que pasa es que tengo mucha hueva y, ya sabes que, donde manda capitán que se chingue el marinero.
- Órale wey, no te cotices, mira que he pensado tanto en ti que yo creo que ya te debes estar desgastando.
- Mira, yo que pensé que mi último descenso en los hoyos del cinturón obedecía a una baja de carbohidratos de la naranjada Bonafina.
- Pues no. Se debe a una sobre exposición de tu dignidad por todo el suelo que pisa esa pinche mona que ya te tomó la medida. Anda Gabriel, ten un poco de dignidad y ven por mi, te juro que, te la voy a sacar a chupetones si es preciso.
- Glup (demasiado pervertido para dejarlo ir) bueno, pero no tengo dinero.
- Nunca tienes wey, anda no tardes.
Solté el teléfono sin saber a ciencia cierta lo que había hecho; pero, cualquier cosa que hubiera sido, hecho estaba y tenía que apechugar, ya no había vuelta de hoja. Estaba en camino a salir de mi depresión y una voz muy lejana me decía, lo correcto que había sido mi decisión y la forma en que, en poco tiempo, iba a estar recorriendo su cuerpo con mis torpes manos dolidas en la parte más desierta del estacionamiento de plaza Satélite. Pero, aún, un soslayo de esa tristeza que me había nublado la vista durante tantos días, continuaba como un telón que cubría mis sentidos para que no se llenaran del goce qué estaban a punto de recibir. Tenía miedo de enfrentar al goce. Era demasiado pesado para hacerle frente con las pocas armas que tenía en mis manos. Lo sabía, él tan bien como yo, y a distancias miraba sus ojos secos y apagados, la sonrisa de triunfo que ya se dibujaba en su rostro marcado de mil batallas, el goce cuando se le teme, corre tras de ti sin que logres huir.
Me dedique el resto del tiempo a grabar mi casete estrella y al terminar salí en busca de mi amiga con el estomago vacío. Me subí al coche y metí en el estéreo la llave que me abriría las puertas al país de los recuerdos ingratos: dos enamorados en un coche, mirándose sin mirarse, en una total desconexión física, pero sus almas libres e inocentes que jugaban a perderse la una en la otra, una y otra vez ... desnudas, mudas, almas descoloridas, francas y sedientas.
Escribiendo poéticamente el manifiesto de sus esperanzas, de su momentáneo porvenir.
- Gabriel ¿ por qué me amas?
Difícil pregunta, tuve que descender hasta los mismísimos infiernos para traer las palabras de “Luzbel” en voz del “ Emisario” Arturo Huizar: “no, no me pidas explicación, en el amor no hay condición, solo entrega ternura y calor”
Ella me miró dudosa, con una sonrisa de: hay, no mames. (esta bien visto que no le gusta la música de Luzbel) yo estiré mi mano y tocando suavemente sus mejillas me acerqué y le dije en un nuevo y sincero intento:
- Porque amarte, para mí es: Perdonarme.
" FUE EL AMOR O POLVO EN LOS OJOS, ESA NOCHE YO NO HACIA
NADA"
Era la misma pregunta que yo también me hacía una y otra vez ¿ qué me había llevado a creer tanto en alguien? O ¿ por qué creer en mí a partir de alguien? Era racionalmente ilógico, pero sentimentalmente, la más deliciosa de las falacias.
“VOLABA HABLANDO CON LAS NUBES BLANCAS, EN LOS LINDEROS DE UNA LUNA MAS”
Lo curioso es que llevaba ese mismo camino que tomé varias veces para construir este tipo de recuerdos. El domicilio al que me encaminaba estaba muy cerca del que realmente quería ir. Al llegar a la casa de mi amiga ( que estaba más buena que esa pinche vieja) bajé del coche con desgano y justo frente a mi, a lo lejos, alcancé a mirar el conjunto de departamentos en que tan solo ella ( la pinche vieja que estaba menos buena que mi amiga)
Vivía. Los recuerdos me invadieron, me cegaron, traté de tocar el timbre como un naufrago que busca desesperadamente de alcanzar un tronco en el fiero oleaje que lo retira cada vez más lejos.
Ilumina mi camino de vuelta a ti; derrocha la magia compasada de las fuerzas. Detén la línea que corre de tus manos a mi abismo como cuerda floja de cruel destino. Inciertas flores que corren por inciertos ríos. Fulgurantes trapecios que hierven en los soles de tu mirada cruda, péndulo en que se funden mis dedos, que al tocar me queman y sin soltarlos me enseñan a volar evocando la ligereza de un ángel guardián.
Solo dime que no estoy solo. Perversamente ajeno de los perfumes de tus lirios, del dulce sabor de tus manzanas tersas y de colores llenas ... solo dime que el tiempo no vuela, que esta detenido por hombros firmes de momentos tiernos, o por dos húmedas serpientes que salen hambrientas de sus cuevas perladas y se satisfacen, una a la otra, en el tribal baile del deseo.
Devela la conmemorativa placa del acecho, el repiquetear de campanas de iglesias valientes de fe y arcángeles cegados por ardientes eclipses, de esos soles que anoche fueron míos, y que, apenados se pierden en marchas escarlatas con el solo afán de no verme más. Ya nunca más.
Te necesito, en el resplandor de mis primeros llantos, en la fuente serena de mi musito canto, en mis compasados pasos de silencios ahogados, en la charla perpetua con mis miedos cansados, en el efímero momento en que dos labios, dos manos, dos pechos se juntaron en el fuego ardiendo de piel impregnados.
Y escucho ... al candor de la batalla entre los dos, a mi corazón que suplica: baja la guardia, guarda la espada, deja de una vez que pedazos me haga. En la dispar contienda solo soy un traidor que merece morir por la espalda ... soy el espía que mandó ella a franquear las líneas que corren de tus manos a mi abismo y prometen, solo si soy bueno ... matarme.
" NUMERE LAS ESTRELLAS NUEVAS, NO NOTE QUE UNA SE APAGABA "
Volví al coche, subí el volumen, y me fui directo a esos edificios dejando que las
penumbras de la noche cubrieran mi huida. Sin una conciencia plena saludé al policía de la
reja y dado que me conocía entre fácilmente. La parte difícil era llegar a su departamento
sin tocar el timbre de la puerta para que me abrieran la puerta automática de la entrada, después de saber quien eras. Al mirar su ventana recordé pasajes de lo más reveladores, cuando yo le decía lo difícil que iba a ser traerle serenata hasta el último piso o cuando me dijo que debería estar con ella cuando soplara el viento para que pudiera transformar sus lamentos en letras para ella. Chale, quiere llorar ... quieres llorar. La respuesta llegó inmediatamente, uno de sus vecinos con bolsas del supermercado. Me ofrecí a ayudarlo y ya estaba adentro, sin tener que tocar y prevenirla para que levantara la guardia.
" DIME QUE TE AMO LA NOCHE, QUE NO DUDASTE NI DOS MINUTOS "
Después de dejar las bolsas en el tercer piso, corrí con todas mis fuerzas escalera arriba, con una desesperación tal que cuando llegué frente a su puerta estaba tan emocionado que toqué el timbre, sin levantar, yo mismo la guardia, y justo cuando lo oí desperté, listo para recibir lo golpes en mi cara.
- ¿Qué chingados hago aquí?
"QUE UNA FLOR SIGUIO TU SOMBRA, QUE SOÑASTE CUANDO NIÑA "
En una total " regresión " quise salir corriendo, giré hacía todas partes buscando
por donde, pero no había forma de hacerlo sin ser descubierto, oí sonar la puerta que se
abría ¡ en la madre!, efectivamente , su madre. Yo me puse firmes.
- ¡Gabriel!
A un volumen lo suficientemente fuerte para que la nena se pegara a las cuerdas, esta se asomó de la cocina con los ojos saltados como si hubiera visto a un muerto, el silencio y la tensión hizo presa del ambiente y fue cuando:
-¿ Me llamo señora?
No por favor, si era el mismísimo " Ciro Peraloca" con anteojos de botella y
perfectamente bien peinado ( nada mas le faltaba el huesito de limón ) con un suéter
blanco " Chamise Lacoste " ( el del "cocodrilito") unos pantalones de pinzas cafés y unos
mocasines negros. Era claro que mi sucesor era todo un "nerd" y se llamaba igual que yo.
( chale)
Estuve a punto de soltar una risa fingida ( como esas de los ejecutivos jr. de la universidad)
pero el rostro impávido de su madre me suplicaba no hacer nada que pudiera afectar la nueva relación de su hija.
- Hola - dije sonriendo - solo venía a recoger el diccionario de psicoanálisis que te había
prestado ( mentira ese diccionario era de ella pero no se me ocurrió otra cosa )
" FUE EL VIVIR A MIL POR HORA, FUE ESA FORMA DE CRUZAR EL FUEGO."
Su madre, al fin madre.
-Mira hijo (¡ hijo! si a mi siempre me decía de que...) es su compañero de la universidad y
se llama igual que tú . Mucho gusto - dijo - yo solo le sonreí con una mueca que pretendía ser peligrosa.
-Toma - me dijo ella dándome el pesado libro, con tanta fuerza que casi me saca el “aigre”- tengo otros en el coche que te quiero dar. De camino a abajo me preguntó - ¿por qué haces esto? -
" VIDA MIA ¿QUE DIA ES HOY?, ANDO SORDO, MUDO Y TRISTE RECORDANDO TU LUZ.
-No lo sé, no se como llegue aquí... tal vez solo quería despedirme.
-Ya lo habíamos hecho,¿ no?
-Sí, pero no así - la abrasé fuertemente, ella no respondió al abrazo y comenzó a
llorar diciéndome:
-Creo que nunca me amaste lo suficiente para perdonarte.
Se fue dejándome con el diccionario en las manos temblorosas . Al llegar a la entrada de su
edificio. Se detuvo. Se limpió las lágrimas, volteó. Me miró con el polvo de sus ojos,
camino hacia mí. Yo al ver que regresaba sentí que la vida aún era buena. Que tal vez ese
abrazo proyectó todo mi sentir : Que mi alma - a la suya - con ese abrazo - a su oído -cantó
la sonata eterna del más puro silencio, justo ese que se crea antes del beso más, más
profundo; cuando dos manos persignan tu cuerpo con caricias excelsas, atrevidas. Un
suspiro en tu oído como flores en cascada, se reflejan en tu piel llegando el alba, en un
despertar unidos, sinceramente desnudos, vueltos niños, inocentes al solo pronunciar las
palabras:
“ O tal vez no te perdonas el haberme amado tanto."
Me dijo al momento que me arrebataba el diccionario con fuerza dejándome la chamarra
hundida en sus lágrimas. Me subí al coche, y como quien sube a un tobogán me dejé llevar
al más recóndito escondrijo de la noche, desvirtuando mis reglas doradas de la depresión.
Toque el timbre y :
- ¿Y a donde vamos?
- ¡ Gabriel eres un descarado!
- Realmente no sabes cuanto.
- Pues resulta que estoy esperando a alguien que realmente quiere salir conmigo, él es todo un caballero aunque se llama igual ...
En ese preciso momento, a mis espaldas, escuché una voz que decía en tono “fresa” tal y como el de ella:
-¡ Buenas noches, que onda!¿ nos vamos?.
¡ No, no otra vez y en el mismo día! pero era verdad. ¡ Voltee la cara y cámara! Me sentí
en Los Ángeles California en 1989. si era la imagen más propia y perfecta del Glam Rock: cabello tan largo y arreglado que mi hermana hubiera dado lo que fuera con tal de tenerlo igual de brillante y sedoso, con sus obligados rayitos de cada lado en una simetría casi perfecta; una playera que mostraba los tatuajes multicolores de sus brazos, su cinturón tenía una hebilla de “Harley Davidson” con un grabado de motocicleta más grande que la que había dejado en la mera puerta de la casa, un reluciente pantalón negro de piel con los logos de “Poison” y “Ratt”, y el gran final, unas botas de piel de no se que chingados envultas en cadenas y aunque usted no lo crea: espuelas, si me cae ¡espuelas! ... chale.
- Tú eres el que toca en " Excalibur ".
- No - le dije desafiante - Yo no soy nadie.
Sin decir una palabra más, salí de el patio de su casa mientras oía los gritos de mi "tocayo” : Te crees muy neto con tu pinche ropa de leñador verdad pendejo, sino eres más que un tipo desequilibrado. No te doy en la madre porque está la familia de esta chava en la casa, pero te voy a buscar en la universidad ¡vas a ver! - ¿Para que esperar tanto? - me dije a mi mismo, cuando volví hacia la puerta, y “el guapo” se quitaba la chamarra. Lo medí, bien sabía que las espuelas de sus botas podrían ser peligrosas; pero, en mi tierra no comemos piñas y sabía que los casquillos de las mías lo podrían dejar sin rodillas al primer impacto, justo cuando iba a valer madres. Salio ... su madre.
Ambos disimulamos, sonrisas y saludos, la pobre de mi amiguita apenas y le corría la sangre por la cara ya que estaba pálida de la impresión, al despedirme, abracé a mi contrincante y le dije, muy quedó.
- ya sabes donde encontrarme.
- Arderás en el infierno.
Sonreí, qué más podía hacer frente a esa frase.
De salida, pensaba y no entendía la ofensa que pudo desatar la histeria de las señoritas ( se preguntaran cual de las dos ), no creo haber sido ofensivo, además, que mi contrincante
no salió a hacerme tragar mis palabras, teníamos todo el camellón de avenida Lomas Verdes para redimir nuestra diferencias ¡ah que me importa! tenía cosas mucho más difíciles y dolorosas que afrontar, muy en el fondo hubiera deseado que la señorita Glam de verdad me hubiera dado un buen par de madrazos a ver si así me calmaba.
" DEJASTE CARTAS Y NUDOS DE NOSTALGIA, PIENSO EN TU ALMA CORRIENDO CALLE ABAJO ".
Volví a donde me encontraba pero ahora en la barra de un Vips. Con un aromático café
que ni siquiera lo probé ( el café en la mayoría de las casas mexicanas es muy malo, pero en el Vips ¡Puta madre!) ¿Qué necesitaba? ¿un lugar tranquilo dónde perderme fuera de todo este sentimiento que resonaba en mi cabeza como los niños cantores de Viena? ¿ un enorme río dónde pudiera lanzar mis penas como rocas haciendo " patitos" sobre el agua? ¿unas caricias infames y contadas de una mujer extraña en un hotel de cero estrellas viendo como se consumen los últimos pesos de mi bolsa? o por lo menos un cantinero filósofo que
escuchara mi penar mientras terminaba de secar los vasos diciéndome con sus voz aterciopelada:" Hey, no te claves, no es la primera ni la ultima."
Pedí la cuenta y salí en busca de mi casa destruida, hecha pedazos, vuelta a existir
en manos de ese albañil que parecía " Cachirulo ". Al llegar, el gran Raúl me esperaba
pues tenía una fiesta gigantesca.
-¡Hey, tenemos que ir!, es en casa del " Apache ", ya sabes la crema y nata del
movimiento.
No dejó de insistirme, una y otra vez ya que mi hermano no podía ir porque tenía
otro compromiso con su chava. Así que más inclinado por contarle mi aventura que por la
dichosa fiesta ( no era nada que me sacara de esta pinche depresión ) me subí a su coche y
sentí como me tragaba el asiento justo cuando él tomaba el periférico a gran velocidad.
Le conté todo con el máximo lujo de detalle, haciendo hincapié en Frases y situaciones especificas.
" Escuchando por sexta vez " Polvo en los ojos "
" Nadie, ( realmente así me sentía ) "
"¿ Gabriel, ¿por qué me amas? "
" Por que amarte, es para mi. Perdonarme "
" Me fui directo a los edificios, dejando que las penumbras de la noche cubrieran mi huida."
"¿ Qué chingados hago aquí ?"
" ... o tal vez, no te perdonas el haberme amado tanto"
" Gabriel eres un descarado!!!"
“arderás en el infierno”
Yo repetía compulsivamente cada una de estas frases, mi amigo me miraba como se mira a
un extraño; como se mira un mundo lejano, como se mira la muerte de tajo. Volteo admirado hacia el toca-cintas, igual de extrañando, sin saber realmente lo que pasaba. era la tercera vez que escuchábamos la misma canción.
" QUE NO ESTABA EL AGUA HELADA, QUE REISTE PARA TI."
-Chale wey, ya deja en paz al pinche Cioran.
-" En este momento, me siento mal. Este acontecimiento, crucial para mi, es inexistente,
inconcebible para el resto de los seres. Salvo para Dios, si es que esta palabra tiene algún significado."
- No mames wey - reclamó el Gran Rul - a mi, no me apantallas con las pinches citas que te aprendes recitándolas como si fuera el " Padre nuestro ".
Al llegar a la fiesta lejísimos ( que realmente era una pinche fiestota ) le dije a el gran Rul :
Ya vamonos. Pude ver a muchos de mis amigos en su ambiente natural, y observándolos
comprendí lo "divino" que me he de ver visto haciendo todas mi pendejadas: Uno de ellos
saliendo hasta el " gorro " demasiado temprano para una fiesta de tal magnitud ( ¿como
trago tanto alcohol en tan poco tiempo? ); un compañero de depresión bien loco gritando el
nombre de su amada y amenazado lanzarse sino volvía con el inmediatamente, mientras
ella fajaba con otro compañero ya sin depresión pero también bien loco; una recien-amiga
que bailaba intensamente, con unos movimientos exquisitos, llenos de vida, de sensualidad
extremadamente tentadores con un individuo con pinta de " yupi ", pero al parecer la
hacía muy feliz. Yo le dije a mi amigo: Ya vámonos wey, por favor. El se perdió y yo me
quede recargado en la pared.
Fue entonces que todo ocurrió tan rápido como un relámpago, en un solo instante líneas
paralelas se cruzaron. Diferentes dimensiones despertaron y yo, ahí, simplemente, ahí,
contemplando: Se armaron los madrazos entre dos de las agrupaciones más importantes
del rock pesado mexicano, las greñas se veían volar, la confusión reino totalmente: no
podías unirte a uno u otro bando," todos somos pueblo " dijo Palillo¿ que habrá causado tal
desavenencia?: Una mujer con la mirada perdida ( dijo el maestro Jaime López ), pero
que mujer. El gran Rul, le llamaba:" Los ojos mas hermosos del metal mexicano ".
Y como la casa estaba en lo más alto de el Desierto de los Leones, un chavo no se quedo con las ganas de un chingadazo y hasta con publico, se lanzó vertiginosamente sobre la
Cerca de alambre convirtiéndose en la sumatoria de: el niño héroe y el zorro del desierto de los Leones, mientras que otros lo buscaban entre risas y empujones.
Y el gran final:
-Hola,¿ cómo te llamas?
¡ Puta madre!!! ( no, así no ), lo que oían mis ojos no concordaban con lo que
miraban mis oídos, me estaba hablando una chava increíble: Que " tenía en el rostro los
colores de Francia. ( como dijo el maestro Guiallaume Apollinaire ). Los ojos azules,
blancos los dientes y muy rojos los labios ". Una mujer :" profunda ": Profundos ojos,
profundos labios, sobretodo, profunda inclinación de su cara al observarme. Como si
mirara: Un niño asustado, como si mirara una casa en ruinas, como si mirara una guitarra
abandonada, como si mirara un ángel que arde en los infiernos, como si mirara un pendejo depresivo vestido de leñador y con cara de " quiere llorar ".
-Gabriel.
-¿Como el arcángel ?
si pero mi amigos me llaman: Nadie.
- No, creo que no hay ningún Arcángel que se llame nadie ...
ella se rió, increíble, le simpatizaba ... a pesar de todo.
- ¿y, por qué estas tan triste ? me dijo ella sin poner atención a la forma en que mi alma salía y entraba a mi cuerpo una y otra vez. Sonreí, incline mi cara en el mismo ángulo que la suya, y me asomé a sus ojos como si fueran dos ventanas abiertas que penosamente tratan de resguardar la inmensidad del cielo. Solamente escuche la voz del gran Rul que decía, a mis espaldas:
-Creo que ya no te quieres ir. ¿verdad?
" QUE NADABAS Y FLOTABAS, QUE LLEGASTE A SALVO AL FIN. "
No se si esa imagen prodigiosa de ires y venires, donde no sabes, que tan vas o que tan vienes era por la construcción de otro cuarto en la parte alta de la casa o por la maldita depresión que tenía. Ya eran varios días que pasaba la noche en vela mirando como se dibujaban dragones en el techo sobre una espesa oscuridad. Con esto, se hacía realidad uno de los sueños de mi niñez; parecerme al llanero solitario ( no solo porque por esos días andaba tan solo como cualquier perro, sino por las tremendas ojeras que me cargaba) también, mi dieta diaria había dado un cambio radical. Ejecutaba solamente yogurt alpura (que si bien es Dios, no llena todas las expectativas nutricionales y qué ¿Dios las llena?) y naranjada Bonafina ( que si bien tiene un lugar preponderante en el cielo, no es leche por más que mames, así que no mames) esta fijación se la debo a mi padre, que no me permitía comer estos dos sublimes productos en mi cantidad necesaria, así que, ahora, que ni siquiera veo la sombra de mi progenitor, me doy gusto resolviendo mi fijación infantil a mi manera.
Mis depresiones son de lo más corrientes y estereotipadas, sacadas de las mejores telenovelas en las que México tiene una tremenda tradición de ser el más grande mercado de lágrimas de importación. Todo el mundo llora al compás de nuestras historias que ni siquiera el mismísimo Nietzsche se imaginó en su eterno retorno, nosotros al grito de la eterna cenicienta vemos como, una y otra vez, sin casi ninguna variación; la muchacha pobre se pasa por el arco a la malvada madrastra para darse un tremendo revolcón con un galanete de pinta refinada pero, medio pendejo. Bajo ese influjo es que yo vivo mi historia rota en mil pedazos. En pocas palabras: ando mal; Trabajo mal; estudio mal y voy por este inhóspito mundo con cara de “quiere llorar, quiere llorar”. También conocido en el bajo mundo como: “ojo de Remi” o “en peligro que se te salga la de Cepillín”.
Me cuelgo un letrero imaginario solicitando quién me venga a consolar; pero, es tan imaginario, que nunca se convierte en real y pasa directamente al sin-bolico ( en decir: sin los suficientes huevos para enfrentarlo yo solo) Soy un cobarde. Si, que gano con negarlo. Soy un cobarde, que no vive su tristeza con dignidad. Arrastro mi jeta en una total búsqueda de compasión y demandando amor (aunque todas las demandas, son demandas de amor) sin dejar de ser ese niño caprichoso del que mi madre cuenta; con una sonrisa de orgullo al saber el daño que me causa, en reuniones familiares o a una nueva noviecita, la forma en que me rifaba mis más excéntricos numeritos como bailarín de “break dance”, por los caprichos que regularmente terminaban en un ahogo, que no estaba preparado en el show, como castigo de mi tremendo berrinche por un: “Shanto” (forma en que pronunciaba Santo, el nombre del gran luchador simbolizado en una figura inmóvil de plástico) y, si bien no dejo de andar por ahí causando lástimas, evito todo, cuanto me pueda sacar de este penoso lapso.
Los bluses se vuelven aún más densos y melancólicos. Me transportan a una balsa en que los únicos pasajeros son: Gabriel. Gabriel nonato (la mejor postura según Cioran) suspendido en el aires amenazando, a cada paso, con caernos encima. Mimoso y chiqueado; Gabriel joven, que dado la ataduras que aprisionan sus manos a lo remos tiene la condena de: sobre sus hombros – todo – el mayúsculo esfuerzo- nada- de sacarlos de la mierda- solo; Gabriel viejo, que utiliza sus últimas fuerzas para golpear- y en cada impacto mostrar, el rencor incesante de lo que no será jamás. Por último, como un lastre, Gabriel muerto sumergido en el desecho jalado por una cuerda sin encontrar un más allá.
Todos en una elocuente discusión: ¿quién no lo hizo? ¿ quién lo hizo mal? ¿quién lo va a hacer peor? Lo malo de este proceso de renovación (así le llamo para no sentir tanta vergüenza de ser tan chillón, inmaduro y bueno para nada) se torna cada vez más largo y sinuoso. Ahora mismo, estoy tirado junto a una cama de un cuarto descuartizado. Escuchando por sexta vez “Polvo en los ojos” de los ángeles bluseros de Real de Catorces; pero, como regresar la canción me extraía cruelmente de mi tristeza, decidí grabar toda la cinta de un casete con esa canción. Una y otra vez, un lamento que rompe el silencio; un suspiro que recorre continentes para llegar al extrañado corazón; una comparsa que se escucha triunfante sobre los inconmensurables ruidos, de una ciudad negra y perdida ... como una esperanza de volver a volver (el estoma-cake).
El casete terminó. Y yo, y mi pesado cuerpo nos levantamos para darle vuelta. No al primer intento, ni al segundo ... tal vez hasta el tercer. Poco importa en realidad, perecía que la escena no cambiaba al correr de los minutos. Fue cuando entró en juego el ring del teléfono, que dio un corte transversal a esta imagen perpetua y elástica, como los largos pergaminos sobre los escribía sin parar Jack Kerouac.
Me acerqué al aparato con la precaución, con la que un gato de Angora se agazapa a una tremenda rata de coladera del mercado de la Merced. Lo miré, y él, no dejaba de gritarme con toda la fuerza que es capaz un reclamo femenino que eriza, a cualquiera, la piel. Acerqué mi mano lentamente al aparato, la detuve cuando estuve muy cerca de él. Tuve miedo. Realmente tuve miedo (soy un coyón al cuadrado), en el estado en que me encontraba, solo estaba buscando un pretexto para acabar con todo y, temía, que ese pretexto llegara encapsulado en ese cable ondulado para que explotara con frenesí cuando más cerca estuviera mi cabeza ... Yo, el pobre poeta vestido de leñador grunge. Me acercaba peligrosamente a tomar el revólver con una sola bala, y jugar a hacer tacos de tripa doradita en el comal, que tengo encima de mis hombros.
¡Cobarde jamás! Grité con las patas temblándome como gelatina de viejita que se pone a vender afuera de los hospitales del Seguro social. fue la mentira, que se untó en mi pecho cuando levanté el teléfono de un solo impulso, tan dos veces cobarde. Escuche una voz, y por más femenina que esta fuera, el ardiente pedazo de plomo no atravesó mis sienes, llegando directamente al comensal, con cebolla, cilantro y poca salsa.
- Con Gabriel por favor ...
- Con Gabriel nonato, Gabriel joven, Gabriel viejo o Gabriel muerto. Todos están en casa.
- ¿Eres tú verdad, chistoso?
- No
- Perdón ¿quién habla?
- Nadie (fui sincero, voltee y mire en el espejo, solo el cablecito ondulado y un audicular rojo espantoso se miraban flotando)
- Si. Eres tú, no te hagas ... ¿qué te parece si vienes a mi casa?
- No queyo (dijo mi primita)
- Ándale. No nos vemos desde hace como un mes. Ya olvida a esa pinche vieja, hasta yo estoy más buena que ella (eso si que era bastante cierto, mi amiguita tenía unas piernas de lo más apetecibles y una mirada cautivadora)
- No es eso. Lo que pasa es que tengo mucha hueva y, ya sabes que, donde manda capitán que se chingue el marinero.
- Órale wey, no te cotices, mira que he pensado tanto en ti que yo creo que ya te debes estar desgastando.
- Mira, yo que pensé que mi último descenso en los hoyos del cinturón obedecía a una baja de carbohidratos de la naranjada Bonafina.
- Pues no. Se debe a una sobre exposición de tu dignidad por todo el suelo que pisa esa pinche mona que ya te tomó la medida. Anda Gabriel, ten un poco de dignidad y ven por mi, te juro que, te la voy a sacar a chupetones si es preciso.
- Glup (demasiado pervertido para dejarlo ir) bueno, pero no tengo dinero.
- Nunca tienes wey, anda no tardes.
Solté el teléfono sin saber a ciencia cierta lo que había hecho; pero, cualquier cosa que hubiera sido, hecho estaba y tenía que apechugar, ya no había vuelta de hoja. Estaba en camino a salir de mi depresión y una voz muy lejana me decía, lo correcto que había sido mi decisión y la forma en que, en poco tiempo, iba a estar recorriendo su cuerpo con mis torpes manos dolidas en la parte más desierta del estacionamiento de plaza Satélite. Pero, aún, un soslayo de esa tristeza que me había nublado la vista durante tantos días, continuaba como un telón que cubría mis sentidos para que no se llenaran del goce qué estaban a punto de recibir. Tenía miedo de enfrentar al goce. Era demasiado pesado para hacerle frente con las pocas armas que tenía en mis manos. Lo sabía, él tan bien como yo, y a distancias miraba sus ojos secos y apagados, la sonrisa de triunfo que ya se dibujaba en su rostro marcado de mil batallas, el goce cuando se le teme, corre tras de ti sin que logres huir.
Me dedique el resto del tiempo a grabar mi casete estrella y al terminar salí en busca de mi amiga con el estomago vacío. Me subí al coche y metí en el estéreo la llave que me abriría las puertas al país de los recuerdos ingratos: dos enamorados en un coche, mirándose sin mirarse, en una total desconexión física, pero sus almas libres e inocentes que jugaban a perderse la una en la otra, una y otra vez ... desnudas, mudas, almas descoloridas, francas y sedientas.
Escribiendo poéticamente el manifiesto de sus esperanzas, de su momentáneo porvenir.
- Gabriel ¿ por qué me amas?
Difícil pregunta, tuve que descender hasta los mismísimos infiernos para traer las palabras de “Luzbel” en voz del “ Emisario” Arturo Huizar: “no, no me pidas explicación, en el amor no hay condición, solo entrega ternura y calor”
Ella me miró dudosa, con una sonrisa de: hay, no mames. (esta bien visto que no le gusta la música de Luzbel) yo estiré mi mano y tocando suavemente sus mejillas me acerqué y le dije en un nuevo y sincero intento:
- Porque amarte, para mí es: Perdonarme.
" FUE EL AMOR O POLVO EN LOS OJOS, ESA NOCHE YO NO HACIA
NADA"
Era la misma pregunta que yo también me hacía una y otra vez ¿ qué me había llevado a creer tanto en alguien? O ¿ por qué creer en mí a partir de alguien? Era racionalmente ilógico, pero sentimentalmente, la más deliciosa de las falacias.
“VOLABA HABLANDO CON LAS NUBES BLANCAS, EN LOS LINDEROS DE UNA LUNA MAS”
Lo curioso es que llevaba ese mismo camino que tomé varias veces para construir este tipo de recuerdos. El domicilio al que me encaminaba estaba muy cerca del que realmente quería ir. Al llegar a la casa de mi amiga ( que estaba más buena que esa pinche vieja) bajé del coche con desgano y justo frente a mi, a lo lejos, alcancé a mirar el conjunto de departamentos en que tan solo ella ( la pinche vieja que estaba menos buena que mi amiga)
Vivía. Los recuerdos me invadieron, me cegaron, traté de tocar el timbre como un naufrago que busca desesperadamente de alcanzar un tronco en el fiero oleaje que lo retira cada vez más lejos.
Ilumina mi camino de vuelta a ti; derrocha la magia compasada de las fuerzas. Detén la línea que corre de tus manos a mi abismo como cuerda floja de cruel destino. Inciertas flores que corren por inciertos ríos. Fulgurantes trapecios que hierven en los soles de tu mirada cruda, péndulo en que se funden mis dedos, que al tocar me queman y sin soltarlos me enseñan a volar evocando la ligereza de un ángel guardián.
Solo dime que no estoy solo. Perversamente ajeno de los perfumes de tus lirios, del dulce sabor de tus manzanas tersas y de colores llenas ... solo dime que el tiempo no vuela, que esta detenido por hombros firmes de momentos tiernos, o por dos húmedas serpientes que salen hambrientas de sus cuevas perladas y se satisfacen, una a la otra, en el tribal baile del deseo.
Devela la conmemorativa placa del acecho, el repiquetear de campanas de iglesias valientes de fe y arcángeles cegados por ardientes eclipses, de esos soles que anoche fueron míos, y que, apenados se pierden en marchas escarlatas con el solo afán de no verme más. Ya nunca más.
Te necesito, en el resplandor de mis primeros llantos, en la fuente serena de mi musito canto, en mis compasados pasos de silencios ahogados, en la charla perpetua con mis miedos cansados, en el efímero momento en que dos labios, dos manos, dos pechos se juntaron en el fuego ardiendo de piel impregnados.
Y escucho ... al candor de la batalla entre los dos, a mi corazón que suplica: baja la guardia, guarda la espada, deja de una vez que pedazos me haga. En la dispar contienda solo soy un traidor que merece morir por la espalda ... soy el espía que mandó ella a franquear las líneas que corren de tus manos a mi abismo y prometen, solo si soy bueno ... matarme.
" NUMERE LAS ESTRELLAS NUEVAS, NO NOTE QUE UNA SE APAGABA "
Volví al coche, subí el volumen, y me fui directo a esos edificios dejando que las
penumbras de la noche cubrieran mi huida. Sin una conciencia plena saludé al policía de la
reja y dado que me conocía entre fácilmente. La parte difícil era llegar a su departamento
sin tocar el timbre de la puerta para que me abrieran la puerta automática de la entrada, después de saber quien eras. Al mirar su ventana recordé pasajes de lo más reveladores, cuando yo le decía lo difícil que iba a ser traerle serenata hasta el último piso o cuando me dijo que debería estar con ella cuando soplara el viento para que pudiera transformar sus lamentos en letras para ella. Chale, quiere llorar ... quieres llorar. La respuesta llegó inmediatamente, uno de sus vecinos con bolsas del supermercado. Me ofrecí a ayudarlo y ya estaba adentro, sin tener que tocar y prevenirla para que levantara la guardia.
" DIME QUE TE AMO LA NOCHE, QUE NO DUDASTE NI DOS MINUTOS "
Después de dejar las bolsas en el tercer piso, corrí con todas mis fuerzas escalera arriba, con una desesperación tal que cuando llegué frente a su puerta estaba tan emocionado que toqué el timbre, sin levantar, yo mismo la guardia, y justo cuando lo oí desperté, listo para recibir lo golpes en mi cara.
- ¿Qué chingados hago aquí?
"QUE UNA FLOR SIGUIO TU SOMBRA, QUE SOÑASTE CUANDO NIÑA "
En una total " regresión " quise salir corriendo, giré hacía todas partes buscando
por donde, pero no había forma de hacerlo sin ser descubierto, oí sonar la puerta que se
abría ¡ en la madre!, efectivamente , su madre. Yo me puse firmes.
- ¡Gabriel!
A un volumen lo suficientemente fuerte para que la nena se pegara a las cuerdas, esta se asomó de la cocina con los ojos saltados como si hubiera visto a un muerto, el silencio y la tensión hizo presa del ambiente y fue cuando:
-¿ Me llamo señora?
No por favor, si era el mismísimo " Ciro Peraloca" con anteojos de botella y
perfectamente bien peinado ( nada mas le faltaba el huesito de limón ) con un suéter
blanco " Chamise Lacoste " ( el del "cocodrilito") unos pantalones de pinzas cafés y unos
mocasines negros. Era claro que mi sucesor era todo un "nerd" y se llamaba igual que yo.
( chale)
Estuve a punto de soltar una risa fingida ( como esas de los ejecutivos jr. de la universidad)
pero el rostro impávido de su madre me suplicaba no hacer nada que pudiera afectar la nueva relación de su hija.
- Hola - dije sonriendo - solo venía a recoger el diccionario de psicoanálisis que te había
prestado ( mentira ese diccionario era de ella pero no se me ocurrió otra cosa )
" FUE EL VIVIR A MIL POR HORA, FUE ESA FORMA DE CRUZAR EL FUEGO."
Su madre, al fin madre.
-Mira hijo (¡ hijo! si a mi siempre me decía de que...) es su compañero de la universidad y
se llama igual que tú . Mucho gusto - dijo - yo solo le sonreí con una mueca que pretendía ser peligrosa.
-Toma - me dijo ella dándome el pesado libro, con tanta fuerza que casi me saca el “aigre”- tengo otros en el coche que te quiero dar. De camino a abajo me preguntó - ¿por qué haces esto? -
" VIDA MIA ¿QUE DIA ES HOY?, ANDO SORDO, MUDO Y TRISTE RECORDANDO TU LUZ.
-No lo sé, no se como llegue aquí... tal vez solo quería despedirme.
-Ya lo habíamos hecho,¿ no?
-Sí, pero no así - la abrasé fuertemente, ella no respondió al abrazo y comenzó a
llorar diciéndome:
-Creo que nunca me amaste lo suficiente para perdonarte.
Se fue dejándome con el diccionario en las manos temblorosas . Al llegar a la entrada de su
edificio. Se detuvo. Se limpió las lágrimas, volteó. Me miró con el polvo de sus ojos,
camino hacia mí. Yo al ver que regresaba sentí que la vida aún era buena. Que tal vez ese
abrazo proyectó todo mi sentir : Que mi alma - a la suya - con ese abrazo - a su oído -cantó
la sonata eterna del más puro silencio, justo ese que se crea antes del beso más, más
profundo; cuando dos manos persignan tu cuerpo con caricias excelsas, atrevidas. Un
suspiro en tu oído como flores en cascada, se reflejan en tu piel llegando el alba, en un
despertar unidos, sinceramente desnudos, vueltos niños, inocentes al solo pronunciar las
palabras:
“ O tal vez no te perdonas el haberme amado tanto."
Me dijo al momento que me arrebataba el diccionario con fuerza dejándome la chamarra
hundida en sus lágrimas. Me subí al coche, y como quien sube a un tobogán me dejé llevar
al más recóndito escondrijo de la noche, desvirtuando mis reglas doradas de la depresión.
Toque el timbre y :
- ¿Y a donde vamos?
- ¡ Gabriel eres un descarado!
- Realmente no sabes cuanto.
- Pues resulta que estoy esperando a alguien que realmente quiere salir conmigo, él es todo un caballero aunque se llama igual ...
En ese preciso momento, a mis espaldas, escuché una voz que decía en tono “fresa” tal y como el de ella:
-¡ Buenas noches, que onda!¿ nos vamos?.
¡ No, no otra vez y en el mismo día! pero era verdad. ¡ Voltee la cara y cámara! Me sentí
en Los Ángeles California en 1989. si era la imagen más propia y perfecta del Glam Rock: cabello tan largo y arreglado que mi hermana hubiera dado lo que fuera con tal de tenerlo igual de brillante y sedoso, con sus obligados rayitos de cada lado en una simetría casi perfecta; una playera que mostraba los tatuajes multicolores de sus brazos, su cinturón tenía una hebilla de “Harley Davidson” con un grabado de motocicleta más grande que la que había dejado en la mera puerta de la casa, un reluciente pantalón negro de piel con los logos de “Poison” y “Ratt”, y el gran final, unas botas de piel de no se que chingados envultas en cadenas y aunque usted no lo crea: espuelas, si me cae ¡espuelas! ... chale.
- Tú eres el que toca en " Excalibur ".
- No - le dije desafiante - Yo no soy nadie.
Sin decir una palabra más, salí de el patio de su casa mientras oía los gritos de mi "tocayo” : Te crees muy neto con tu pinche ropa de leñador verdad pendejo, sino eres más que un tipo desequilibrado. No te doy en la madre porque está la familia de esta chava en la casa, pero te voy a buscar en la universidad ¡vas a ver! - ¿Para que esperar tanto? - me dije a mi mismo, cuando volví hacia la puerta, y “el guapo” se quitaba la chamarra. Lo medí, bien sabía que las espuelas de sus botas podrían ser peligrosas; pero, en mi tierra no comemos piñas y sabía que los casquillos de las mías lo podrían dejar sin rodillas al primer impacto, justo cuando iba a valer madres. Salio ... su madre.
Ambos disimulamos, sonrisas y saludos, la pobre de mi amiguita apenas y le corría la sangre por la cara ya que estaba pálida de la impresión, al despedirme, abracé a mi contrincante y le dije, muy quedó.
- ya sabes donde encontrarme.
- Arderás en el infierno.
Sonreí, qué más podía hacer frente a esa frase.
De salida, pensaba y no entendía la ofensa que pudo desatar la histeria de las señoritas ( se preguntaran cual de las dos ), no creo haber sido ofensivo, además, que mi contrincante
no salió a hacerme tragar mis palabras, teníamos todo el camellón de avenida Lomas Verdes para redimir nuestra diferencias ¡ah que me importa! tenía cosas mucho más difíciles y dolorosas que afrontar, muy en el fondo hubiera deseado que la señorita Glam de verdad me hubiera dado un buen par de madrazos a ver si así me calmaba.
" DEJASTE CARTAS Y NUDOS DE NOSTALGIA, PIENSO EN TU ALMA CORRIENDO CALLE ABAJO ".
Volví a donde me encontraba pero ahora en la barra de un Vips. Con un aromático café
que ni siquiera lo probé ( el café en la mayoría de las casas mexicanas es muy malo, pero en el Vips ¡Puta madre!) ¿Qué necesitaba? ¿un lugar tranquilo dónde perderme fuera de todo este sentimiento que resonaba en mi cabeza como los niños cantores de Viena? ¿ un enorme río dónde pudiera lanzar mis penas como rocas haciendo " patitos" sobre el agua? ¿unas caricias infames y contadas de una mujer extraña en un hotel de cero estrellas viendo como se consumen los últimos pesos de mi bolsa? o por lo menos un cantinero filósofo que
escuchara mi penar mientras terminaba de secar los vasos diciéndome con sus voz aterciopelada:" Hey, no te claves, no es la primera ni la ultima."
Pedí la cuenta y salí en busca de mi casa destruida, hecha pedazos, vuelta a existir
en manos de ese albañil que parecía " Cachirulo ". Al llegar, el gran Raúl me esperaba
pues tenía una fiesta gigantesca.
-¡Hey, tenemos que ir!, es en casa del " Apache ", ya sabes la crema y nata del
movimiento.
No dejó de insistirme, una y otra vez ya que mi hermano no podía ir porque tenía
otro compromiso con su chava. Así que más inclinado por contarle mi aventura que por la
dichosa fiesta ( no era nada que me sacara de esta pinche depresión ) me subí a su coche y
sentí como me tragaba el asiento justo cuando él tomaba el periférico a gran velocidad.
Le conté todo con el máximo lujo de detalle, haciendo hincapié en Frases y situaciones especificas.
" Escuchando por sexta vez " Polvo en los ojos "
" Nadie, ( realmente así me sentía ) "
"¿ Gabriel, ¿por qué me amas? "
" Por que amarte, es para mi. Perdonarme "
" Me fui directo a los edificios, dejando que las penumbras de la noche cubrieran mi huida."
"¿ Qué chingados hago aquí ?"
" ... o tal vez, no te perdonas el haberme amado tanto"
" Gabriel eres un descarado!!!"
“arderás en el infierno”
Yo repetía compulsivamente cada una de estas frases, mi amigo me miraba como se mira a
un extraño; como se mira un mundo lejano, como se mira la muerte de tajo. Volteo admirado hacia el toca-cintas, igual de extrañando, sin saber realmente lo que pasaba. era la tercera vez que escuchábamos la misma canción.
" QUE NO ESTABA EL AGUA HELADA, QUE REISTE PARA TI."
-Chale wey, ya deja en paz al pinche Cioran.
-" En este momento, me siento mal. Este acontecimiento, crucial para mi, es inexistente,
inconcebible para el resto de los seres. Salvo para Dios, si es que esta palabra tiene algún significado."
- No mames wey - reclamó el Gran Rul - a mi, no me apantallas con las pinches citas que te aprendes recitándolas como si fuera el " Padre nuestro ".
Al llegar a la fiesta lejísimos ( que realmente era una pinche fiestota ) le dije a el gran Rul :
Ya vamonos. Pude ver a muchos de mis amigos en su ambiente natural, y observándolos
comprendí lo "divino" que me he de ver visto haciendo todas mi pendejadas: Uno de ellos
saliendo hasta el " gorro " demasiado temprano para una fiesta de tal magnitud ( ¿como
trago tanto alcohol en tan poco tiempo? ); un compañero de depresión bien loco gritando el
nombre de su amada y amenazado lanzarse sino volvía con el inmediatamente, mientras
ella fajaba con otro compañero ya sin depresión pero también bien loco; una recien-amiga
que bailaba intensamente, con unos movimientos exquisitos, llenos de vida, de sensualidad
extremadamente tentadores con un individuo con pinta de " yupi ", pero al parecer la
hacía muy feliz. Yo le dije a mi amigo: Ya vámonos wey, por favor. El se perdió y yo me
quede recargado en la pared.
Fue entonces que todo ocurrió tan rápido como un relámpago, en un solo instante líneas
paralelas se cruzaron. Diferentes dimensiones despertaron y yo, ahí, simplemente, ahí,
contemplando: Se armaron los madrazos entre dos de las agrupaciones más importantes
del rock pesado mexicano, las greñas se veían volar, la confusión reino totalmente: no
podías unirte a uno u otro bando," todos somos pueblo " dijo Palillo¿ que habrá causado tal
desavenencia?: Una mujer con la mirada perdida ( dijo el maestro Jaime López ), pero
que mujer. El gran Rul, le llamaba:" Los ojos mas hermosos del metal mexicano ".
Y como la casa estaba en lo más alto de el Desierto de los Leones, un chavo no se quedo con las ganas de un chingadazo y hasta con publico, se lanzó vertiginosamente sobre la
Cerca de alambre convirtiéndose en la sumatoria de: el niño héroe y el zorro del desierto de los Leones, mientras que otros lo buscaban entre risas y empujones.
Y el gran final:
-Hola,¿ cómo te llamas?
¡ Puta madre!!! ( no, así no ), lo que oían mis ojos no concordaban con lo que
miraban mis oídos, me estaba hablando una chava increíble: Que " tenía en el rostro los
colores de Francia. ( como dijo el maestro Guiallaume Apollinaire ). Los ojos azules,
blancos los dientes y muy rojos los labios ". Una mujer :" profunda ": Profundos ojos,
profundos labios, sobretodo, profunda inclinación de su cara al observarme. Como si
mirara: Un niño asustado, como si mirara una casa en ruinas, como si mirara una guitarra
abandonada, como si mirara un ángel que arde en los infiernos, como si mirara un pendejo depresivo vestido de leñador y con cara de " quiere llorar ".
-Gabriel.
-¿Como el arcángel ?
si pero mi amigos me llaman: Nadie.
- No, creo que no hay ningún Arcángel que se llame nadie ...
ella se rió, increíble, le simpatizaba ... a pesar de todo.
- ¿y, por qué estas tan triste ? me dijo ella sin poner atención a la forma en que mi alma salía y entraba a mi cuerpo una y otra vez. Sonreí, incline mi cara en el mismo ángulo que la suya, y me asomé a sus ojos como si fueran dos ventanas abiertas que penosamente tratan de resguardar la inmensidad del cielo. Solamente escuche la voz del gran Rul que decía, a mis espaldas:
-Creo que ya no te quieres ir. ¿verdad?
" QUE NADABAS Y FLOTABAS, QUE LLEGASTE A SALVO AL FIN. "
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