Capitulo 1
Viernes impetuoso, viernes. Preludio del saber, compromiso con el “no querer saber”. Lleno de deseos vueltos navajas punzantes. Que te ciegan con su brillo mortal; De simbolismos que se revelan; que te incumben, que te son: Insoportables. Y de mujer, mujer incógnita prohibida (dijo Lacan ) continente negro ( dijo Freud). Mujer, el sueño hecho realidad pero al final de cuentas ... irrealizable.
Del viernes de cinco a siete de la tarde, puedo hilvanar millones de historias forjadas a partir de varios enfrentamientos con un espejo, demasiado cruel para ser cierto; demasiado cierto para ser eterno. Simplemente me sumergía en una pecera para descubrir en los vaivenes de unas aguas heladas, contundentes olas que golpeaban mi frente, que me obligaban a cerrar los ojos como el des-mensurado costo de contemplar un océano de bravas aguas. Escuchaba, saboreaba, aspiraba y tocaba fantasmas que nunca sabré a ciencia cierta (en el sentido mas estricto de la palabra) dónde estaban.
Son los acostumbrado seminario referente al fin de análisis. A partir de la basta óptica psicoanalítica, se cuestiona todo lo que el inmenso y brillante mundo de nuestro ponente contiene: Filosofía, lingüística, antropología, literatura o ciencias que parecen tan dispares con las anteriormente mencionadas, como las matemáticas o la astronomía. Todas ellas se daban cita para organizarle una fiesta de bienvenida a la verdad que regularmente nunca llegaba.
Él. Un tipo de una carga emotiva fuera de cualquier contexto que yo estuviera acostumbrado a llamar: Maestro. Cabello largo bien atado por la parte trasera y un bigote espeso ( que realmente investiga). El. Usa estas señas como artículos de su batalla diaria en ésta selva de asfalto moderna, dice: “Como en las tribus primitivas que pintaban líneas en su cuerpo para ir a la guerra, hay que mostrarle falos al enemigo para castrarlo”.
Gusta de vestir, elegantes trajes hechos a la medida que compasaba con botas de minero, mucho antes de que llegara esta moda. A veces redondeaba el “look” con un sombrero propio de los mejores “ Bluesmans” del Misisipi, y una forma de hablar que imitaba la música de estos inolvidables hombres de color: Pausada, bien delineada, melancólicamente cadenciosa, pero siempre clara y fuerte. De pronto, alegre, cínica y cómica, hasta agresiva.
El. Era el maestro Molesto Aguerrido.
El último de los viernes tuvo una particularidad. Me iba a acompañar una hermosa amiga de gran estatura y chispeantes ojos; boca roja y cabello de oro; piernas largas y tierno rostro. En fin, mi Güera, mi pequeña Güerita. Esta niña (que es una niña por más que se empeñe en negarlo) desplegaba su bandera en pos de los mejores colores. Podía pasar de nena consentida de papá guiando una pequeña motocicleta color amarillo, a una mujer fiera y desbordante de ajustado vestido negro y zapatos altos, toda una mujer de mundo. Un día era toda un hippie de “El sapo cancionero” (Peña snob de Ciudad Satélite) y al otro día ya estaba lista de ponerse el mejor “look” de leñadora para quitarme mi cinta de “Pearl Jam” y mover la cabeza a ritmo de los cinco de Seattle !Chale con la Güerita! se probó todas las sudaderas y cuando ya no le quedó más que probarse, se confeccionó la propia.
Y yo ¿ qué diablos hacía en su vida? Pues creo que caí de rebote. Que fui una sudadera demasiado incomoda; demasiado corriente; demasiado gacha. Pero, que le latía. Como esos jeans rotos que te quiere siempre tirar tu madre; pero que te aferras a quedarte con ellos, porque, bueno. Representan tu identidad momentánea fuera del consumismo (el fascismo de nuestra época, según, Pasolini) la forma en que eres; según tú: joven y rebelde.
La vida de mi Güerita tenía muchos ángulos comenzando por el de su casa. Vivía en lo que realmente se conoce como la punta del cerro.
“El día que haya una revolución en este país, la gente pobre va a bajar de los cinturones de miseria que están en la alta periferia que cubres el valle de México, lista a saquear lo que hay abajo, sin imaginar siquiera lo que hay detrás de éstas puertas”
Era la forma en que su padre, explicaba la razón de vivir tan alejados de la mano de Dios. Este señor, alto y rubio, alemán de nacimiento que tenía un curioso acento en su castellano, era todo un personaje. Tenía unos rollos de reencarnación y curación con colores muy espesos, le latía andar en un tractorcito con sobrero de paja a mínima velocidad o en una moto con un brillante casco negro como alma que se lleva el diablo. Andaba con ganas de hacerme un regresión pero como que al final ... nos dio hueva, y mejor nos pusimos a chulear.
Para mi pequeño coche que apenas y se podía mover era un suplico visitar a la Güerita. Se ponía como perro que va a ser llevado con el veterinario, así que después de bajar a menor velocidad aun que el tractorcito del señor, lo puse en la zona más planita que encontré y lo aseguré con dos tabiques grandes, para que no se me fuera a ir de hocico. Fue entonces que comencé a tocar. Como la casa era de estilo colonial solo había una pinche campanita con un alambre que le jalabas cuatro veces y sonaba una, y ahí te tenía la pinche campanita jalelé y jalelé y ni madres que sonaba.
Continuaba el proceso de contraseña a puerta cerrada:
- ¿Quén?
- Buenas tardes ¿se encuentra la Güerita?
- ¿parte quén?
- De Gabriel.
- ¿Cuál Gabriel?
No se si la pinche gatita igualada estaba esperando mis títulos nobiliarios, para presentarme en la sala golpeando su bastón en el piso y tabores a su espalda: TA, TA, TAAAAN. ¡ Sir Gabriel Raleigth de Wiston! Así que le contesté con toda honestidad:
“Si sientes curiosidad por mis progenitores sepa que Lautreamont fue mi padre y Alicia en el país de las maravillas fue mi madre” respondí a la chacha, tan gacha, parafraseando a Robert Irwin. Y, en franca revancha de lo antes dicho, se tardó una eternidad siendo yo, tan noble invitado, victima de la famulita rencorosa e inculta de la literatura contemporánea inglesa.
Dentro, la linda casa y el noble taller que había a un lado, era de un total toque colonial. Apoyada en una exquisita sensación de arduo trabajo en los que se conjugaban y emanaban olores típicos de las actividades que ahí se desarrollan, una curiosa combinación de Thiner, piedra caliza y sobaco de artesano, que pigmentaban las reproducciones de arte precolombino de los lugareños: ídolos de piedra de diferentes culturas entre los que destacaban los Aztecas, como los que puedes comprar en la ciudadela o en las tiendas de las pirámides de Teotihuacan.
Su morada era hermosa. En ella, se conjugaba por igual la pureza de blancas paredes con el folklore de tabique rojo, un sin fin de flores que chisporroteaban frescas y anhelantes de un suspiro; de perfumar de colores las calladas voces que se intuían, estaban alrededor. Y ella, ahí. Esperando esperanzada a la esperanza y el único que llego fui yo (pero ahora no tan tarde)
Me saludó a lo lejos haciendo revolotear su mano, y con el dedo índice y pulgar me dijo que la esperara un ratito. Se metió rápidamente a su casa. Así trascurrieron unos momentos en los que entendí a lo que se refería su papá con: Detrás de estas puertas. A lo lejos escuché sus zapatitos de hippie cantando por toda la escalera. Como siempre su saludo fue apoyándose en mis hombros y con un tierno y fugaz beso en la mejilla. Luego, me invitó un café, cosa que no me dio mucho gusto dado que en la mayoría de las casas mexicanas el café es muy malo, pero me lo chingué, yo no tomo café, ni tengo la menor idea de cómo se en otras partes del mundo.
Llegamos a la cocina que me hizo recordar las famosas tiendas de raya de las haciendas del nuestro antiguo México. Y es que, no se si era realmente que vivía tan lejos o esa extra “modita” de comprar a medio mayoreo en tiendas recién entradas al país; pero, había un sin fin de productos aún empacados. Salió al dominio de la mesa una azucarera muy mona y el tan mentado café soluble. Ella comenzó a calentar el agua y se le quemó (que mamada ... no en serio, se veía que la cocina no era su fuerte)
Así, sirvió dos tazas sacando dos cajetillas de cigarros (una roja y una blanca) dos cucharas, dos miradas; tal como dijo el poeta: “Y fueron dos, ya que sabías de mi voraz apetito, porque para saciar mi hambre de ti, necesito dos: dos ojos; dos labios; dos senos; dos piernas; dos palabras) el ambiente era melancólico y solitario, como un cuadro impresionista francés. El otoño adornaba con sus sonrojadas mejillas y los primeros embates del invierno se dejaban sentir.
Era en este punto. Enlazado al momento perfecto, que se fundían puntualmente todos los colores, que en su bandera, de nuevo quería postrar. De la manera más natural, jugó a brincar la banca y sentarse torpemente con las piernas un poco abiertas, como una pequeña criatura que goza los últimos momentos de diversión ante el tedio que implica para algunos niños sentarse a comer (ése ... nunca fue mi caso).
Inmediatamente comenzó a mover los hombros casi inapreciablemente. Como si una bella sonata brotara de su estomago; como si dentro de ella alguien abriera una cajita de música. Extendió sus largas manos, volvió suya la azucarera mona como si un pulpo atrapara a su presa con sus ventosas en un presto ataque mortal, el juego fue lento y pausado pero; sin detenerse un solo instante. Con la experiencia de una mujer madura, casi una anciana, que conoce la fina rutina del oropel de la sobre mesa por todos los espléndidos lugares que ha visitado y la ha tratado como lo que es: una reina.
Y el gran final. Me miró fieramente. Me sonrió tenuemente; sacó un cigarro con su tan acostumbrada agresiva gracia y lo colocó justo en el filo de sus labios, en el equilibrio perfecto entre el no tirarlo y el no chuparlo. De un rápido y violento movimiento reclinó la cara y clavó sus manos en sus rubios cabellos lanzándolo hacia atrás. Prendió el encendedor del que broto una llama enorme, capaz de incendiar la más fría de las miradas. Acercó el cigarro a prudente distancia y luego aspiró fuertemente como si quisiera llevarse todo el aire para que yo no pudiera respirar, y al soltarlo, en una espesa nube de humo me proyecto sus sensual imagen interior como una cascabel que tintinea sus avisos mortales.
Algo buscaba, era claro. Me miraba intensa, llena de precarias luces intermitentes. Descompasados los sueños que lucían rojos como el fuego que sostenía en sus manos; como mirarse en un espejo, las llamas se contoneaban en su rostro como si se tratara de una bailarina exótica a la que todos gritan: tubo ...tubo ...tubo. Y ella solo contestaba: cuernos ... cuernos ... cuernos. Paso a mi lado revoloteando sus brazos muy cerca de mi cara, mi reacción de automática defensa fue demasiado lenta para el vuelo de su aguijón.
Esa tarde yo no me senté; no tomé café y tampoco fumé.
Así, hablábamos principalmente de ella: de su vida; de su familia; de sus estudios; de sus amigos ( que en algunos casos también eran los míos); pero siempre tuve la impresión que, en sus palabras, había una pregunta inmersa.
¿Así debo hacerlo?
¿Crees que voy bien?
¿Debo volver a intentarlo?
Y en mi silencio también había una respuesta inmersa, preferí, en ese momento, ceder mis cínicas frases a alguien que las sabe todas, un individuo sencillamente vicioso y viciosamente sencillo: “pongamos que hablo de Joaquín”:
“ Que consejos voy darte si ni siquiera se cuidar de mi” pero como: “no soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan por vicio”, a veces, solo decía: “si lo que quieres es vivir cien años, no pruebes los licores del placer, si eres alérgico a los desengaños, olvídate de esa mujer”.
Al mirar que casi terminaba el café le recordé que nos aguardaba un largo recorrido (íbamos al otro lado de la ciudad), así se levantó apresuradamente y me pidió que la esperara. Yo guardé los cigarros y salí a la puerta. Las actividades en el taller habían finalizado y ya se había disipado del ambiente el aroma a thiner y sudor en una nube de polvo que poco a poco se iba apagando con la tarde. Ella llegó con un delicado suéter amarillo y su cabello en la más intensa de las represiones. Yo le supliqué: desátalo no lo aprisiones. No ves que no puede respirar, no ves que no lo dejas bailar a su compás ... ¡qué no ves que lo matas! Pero le valió y salió con los ojos de chinita de tan fuerte que se apretó el peinado (chale)
¡Más cigarros! ¿Qué los vas a usar de tarjeta de presentación?
Abordamos el carro y al encenderlo, le sonreí. Bajé el cristal de la puerta, saqué mi codo, contonee mi cabeza a un ritmo totalmente preparado para la ocasión. Era yo y una copiloto rubia, dueño de la situación, triunfador en el mundo de la realidad, cualquier yupie me hubiera envidiado. En cambio, yo ... me sentía, raro ... inerte, como si no existiera, como si no sintiera, más bien como sino avanzara.
“Hay Gabriel ¿Cómo nos vamos a ir si no le quitaste las piedras a las llantas?
¡Cámara! Me di cuenta de lo difícil que es tener una doble personalidad.
Al ir al bajando del cerro, ella comenzó a husmear en mi caja de casetes sin dejar de hablar a una velocidad impresionante y leer cada uno de los títulos lanzándolos de nuevo al abismo por elementos gachos, o charros, o churros. Hasta que por fin encontró uno chido. Curiosamente no tenía título, así que sin siquiera preguntar, sacó a Fobia de su mundo feliz por lo que a mi no me quedo otro más que protestar airadamente.
Le valió: Espera, espera ... déjame ver! Sin siquiera decir, al tiro! “ manéjese sobre su propio riesgo”: Alice in Chains.
Ella se quedó estupefacta, parecía que los gemidos y esa enorme guitarra llena de distorsión de bulbo de amplificador viejo la había hipnotizado, miraba el estereo, me miraba ... una y otra vez ... no lo podía creer ... parecía que sabía de quien se trataban.
Es Nirvana ¿no?
¡NO, NO! ¡Por el amor de Dios, no! Creo que siempre me ha afectado esa fijación de mis congéneres (por culpa de los medios de comunicación snobs) de abanderar a Nirvana como:
El sello de nuestros tiempos, el sonido Seattle, como los iniciadores de un genero tan desgeneralizado como es el Grunge, como el resumen de nuestra generación X.
¡Basura! Simplemente porque ellos fueron los más fáciles de comercializar no quiere decir que sean superiores, más idealistas, más nihilistas que todos los demás. Basura, basura. Seattle no es un sonido, es una diversidad de sonidos en un solo espacio geográfico. El Grunge nace antes de Nirvana y vivirá después de la muerte de los mismos o de cualquier otro, lo único que pasaría tras la disolución del mito comercial sería devolverlo al lazo cultural donde existen sus verdaderos seguidores. Grandes perros que se atrevieron a sufrir, a entender, a viajar, a gritar. A hacer música un tanto surrealista a pesar de el mismísimo Breton negó semejante postulado.
Alice in Chains, Pearl Jam, Mudhoney y lo grandiosos Soundgarden no viven a la sombra de nadie, porque nadie los ha sacado, ni los sacará de esas obscuras catacumbas donde encontraron su viejo sonido distorsionado. Justo encima de sus hombros.
¿Me lo prestas?
Yo respiré hondo, la miré con ternura y le dije: creo que no.
Cuando llegamos al sitio donde se impartía el seminario, sentí la mirada de todos los asistentes. Era natural, el Chin y yo éramos los más jóvenes, entonces cualquier tipo de compañía y más de esta naturaleza era una novedad.
Tomamos asiento y me dispuse a viajar, y aún más y más. Las palabras modestas eran alas que pegadas a mi espalda me permitían volar. Surcar el cielo y la nube alcanzar y en el preciso instante de llegar, un “Otro” me enfrentaba se reía de mi y de mis vanos intentos de alcanzarle. Lo miraba a los lejos desplazándose a gran velocidad, tan lejos de mi mano que por esta vez me seducía la idea de alcanzarlo; de revolcarme encima de él; de conocerlo, de sentirlo, de golpearlo y sentir que me golpeara. Aletee con todas mi fuerzas, un sudor frío se apoderaba de mi cuello. Continué. Desenvaine mi espada que se encendió al parpadear de mis ojos y justo al tenerlo a la distancia indicada para acertar el duro golpe ...
Bueno, bueno ... torre de control llamando a Gabriel. Y ella muy interesada escuchaba, sin necesidad alguna de ser encontrada, nunca se sintió perdida por más nueva que fuera la situación, se le podía admirar en su altivo rostro una interrogación, como el inicio de una perspectiva más. Otra sudadera que se estaba probando. Sin saber exactamente como desperté en el suelo fuera de mi silla, sintiendo la mirada inquisidora de todos los presentes.
Durante la ponencia observe al Chin con su clásico ademán de: ¿y ahora qué?, ¿qué onda, o qué?, ¿lo madreamos o qué? a mi solamente me dio risa y los dos nos volvimos a concentrar en las palabras del maestro. Estaba cerca, ambos lo sabíamos. Teníamos que estar listo para la batalla.
Al pasar junto a mi. El maestro Aguerrido me miró y me preguntó: ¿le acertaste el mejor de tus golpes? Negué con un lento movimiento de cabeza y se fue sin decir palabra, dejando tras de si una estela de hoyos negros ( que en otra ponencia, el famoso físico lunático Pepe Paperas nos enseño que no eran hoyos, ni eran negros) en el pecho de la mayoría de los presentes. Ese concepto que maneja el Chin en relación a “la falta” como un agujero en el pecho que te devora por un deseo ( todos los deseos son insatisfechos, porque si lo fueran dejarían de ser deseos) han sido piedra angular del entendimiento de algunos problemas de índole amoroso, que tanto me han servido para jugar al doctor corazón, seducir a una mujer o ganarme una lana. Nosotros también nos despedimos porque la güerita tenía otro compromiso.
El camino de regreso tuvo algunos inconvenientes. Nada que una buena dosis de risa no pudiera resolver (o causar). Salimos más rápido que en chinga y a la hora menos propicia para atravesar de nuevo nuestra contaminada ciudad. Así, todo el conjunto de construcciones que circundan el periférico nos acompañaba en la tranquilidad que implican miles de autos antes y después de nosotros.
Le contaba principalmente de mi; de mi vida, de mi familia, de mis estudios, de una amiga ( que en este caso no era de ella) que había visto por primera vez frente a la puerta de la universidad, y que me había impactado tanto que me sentí Juan Diego en contemplación absoluta de una Virgen. (No lo dijo, pero seguro pensó: ¡ay no mames! Yo esperaba que tomara hacia cualquier lado que la metonimia lo llevara), que antepuse mi chamarra para que quedara su imagen impregnada de las flores de su mirada, que me dispuse inmediatamente a edificar un templo en el mismísimo cerro de Lomas Verdes eterno testigo del milagro. Que me dije a mi mismo (al igual que mi música) estaba preparada exactamente para mi ocasión: morenita, peinada de fleco y unos ojos ... chale, “Lindos son sus ojos” cantando la canción de Acosta con mi melodiosa voz. Le conté de la estúpida forma en que la seguí por toda la universidad, como un naufrago en alta mar, como si vagara en el desierto, como perro sin dueño, como estuve a punto de arrollarla y descubrirme tan ágil como un volador de Papantla ( gracias a mis conocimientos del método de danza moderna de Martha Graham haciendo las formas entre el volante y la palanca).
Como esa, eran un sin fin (la modestia no es mi fuerte) de pendejadas que se me ocurrían. No se si fue la gruesa impresión de la ponencia o por que con este trafico infernal, al güera no iba a llegar a su destino; pero, nos causaba una gracia tal que, cuando le comenté que la Virgen del cerrito de Lomas Verdes tenía novio ( y no precisamente José sino ... Sancho)
Pero jamás me había dicho nada de él y seguía aceptando todos mis detalles y jugando conmigo a ver que numero eran sus curiosos tenis, para lo cual tenía que levantar una de sus piernas entre risas y empujones; le dije a la Güera una de las sabias frases de mi abuelo, que (al igual que la música y ella) estaban preparadas exactamente para la ocasión: “Por que una mujer que tiene novio no se anda “retozando” a medio patio con cualquiera.”
Fue al final de la frase en que entendí la importancia del lenguaje figurado, ya que si la Güera me hubiera dicho en serio: Ay. Ya cállate, ¡ya cállate que quiero ir al baño! Con miles de autos antes y después de nosotros, me hubiera vuelto loco. Como si vagara en el desierto, por una vasinica sin dueño. Justo frente a la feria de Chapultepec (hubiera traído por lo menos una taza de las que dan vueltas).
En fin, después del toreo de Cuatro Caminos todo cambiaba. El transito se volvía mucho más rápido y mi dolor de estomago (de tanto verla reír) era más leve. Me pidió que la llevara a su compromiso y yo acepté sin mayor molestia. Total ... ya no llegaba a ver a la pinche vieja, que estaba menos buena que mi amiga, de ninguna manera. La Güera tenía una sesión terapéutica, una de sus tantas sudaderas que parecía que le quedaba a la perfección.
Al llegar al lugar, miré con atención el cuarto en el que había entrado. Era amplio, de color un tanto pálido sin llegar a considerarlo triste, en las paredes, entre un sinnúmeros de carteles que rezaban toda la gloria de creer en ti mismo, en el camino de la felicidad con fotografías de alpinistas en un amanecer nevado, había algo que yo conocía: Una copia de mis primeros textos llamado: Negro Azulado Arlequín. Mi sorpresa fue mayúscula, y mi pluma tan pocas veces honrada o por lo menos respetada. En ese cuarto sintió: las guirnaldas de olivo en el aceite; la alfombra roja de sangre, la botella de Champaña en la cabeza. Todo eso rendido, ante sus palabras, a sus rimas a sus gruesas groserías. Sin importar realmente cómo, cuando o quién lo hubiera leído, sino que ella lo había puesto. Me sentí, ahora si ... la sudadera que toca su piel; que vibra con sus movimientos; que mitiga su sed con su sudor y conserva su horma, su talla, sus formas. Pero aún así, se la quitaría en cualquier momento en pleno acto de libertad sin ser, ésta; un grillete, por el contrario. El apoyo de experimentar nuevas situaciones sin el temor de volver derrotada y además incomprendida. El solapador que te permite hacer lo que quieras, que puede ser tu sudadera:
“O si quieres también puedo ser tu estación o tu tren, tu mal o tu bien, tu pan o tu vino, tu pecado, tu Dios, tu asesino. O tal vez esa sombra que se tumba a tu lado en la alfombra a la orilla de la chimenea, a esperar que baje la marea ...”
Joaquín Sabina.
martes, 5 de mayo de 2009
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HASTA AQUI VAMOS BIEN MI QUERIDO ARCÁNGEL
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