ÀLAS: UNA VISIÒN DE LOS 90'S.
A MANERA DE PRESENTACION.
¡Despeja mi camino Miguel! Gritó con todo su júbilo desbordado en saliva rabiosa Azrael, comandante en jefe de los ángeles de la tierra; enorme morador de afiladas alas y grandes fauces, Obstinado en no dejar entrar la escolta celestial que, Dios Nuestro señor y único rey de reyes, había mandado para que prepararan la llegada de su hijo Jesús. Y con ello coronar su presencia de las palabras del maná, del cual Azrael, se había apoderado por completo, al tiempo en sometía a Miguel de un duro golpe de su espalda, en una de sus alas.
Corran, yo lo detendré – Gimió Miguel, sabiendo que todo esfuerzo era vano; pero, no demostrando, ni siquiera por un momento, que su valor y fe desfallecían. Momento en que, como ave asesina, Luzbel, estaba encima de mi capitán Miguel quemando su cabello con bocanadas de fuego que escurrían de sus fauces como vomito impregnado de amarga y brillante bilis.
¡Voy a sacarte la tripas mal nacido! ¡ahora si perro, te voy a traer como pollo rostizado: ensartado y dando vueltas, pinche güero cara de taquero. Tú, Miguelito, bien cocido ... voy a dejarte bien doradito! Gritaba Azrael con todas sus fuerzas haciendo que todo a su alrededor se colapsara.
¡Uriel, no. Regresa! – Gritó desesperada, Rafaela, era ya demasiado tarde, estábamos aniquilado, de eso no quedaba la menor duda: Qué nuestra ordenes decían que nos conserváramos, al menos dos vivos, para servir como custodios de Jesús, también era cierto; qué yo estaba en el suelo mortalmente herido, negro y humeante y que Miguel estaba prácticamente acabado luchando contra dos tremendos contrincantes también lo era; pero, qué controláramos nuestras últimas fuerzas y dejáramos morír a los compañeros por seguír una orden. Era casi imposible, al fin de cuentas... éramos, nosotros cuatro, los que hacíamos el trabajo sucio y de una u otra forma, ya teníamos más manchas que un tigre.
Uriel, que aprendió el fino arte del cabeceo de un gran futbolista brasileño del que fue custodio. De un rápido movimiento giro la cabeza con fuerza lanzando su aureola que acertó directamente en la frente de Lucifer, desprendiendo un chorro de negra sangre sobre sus ojos y llevándolo de espaldas al suelo, dio media vuelta en el aire para tomar impulso y su espada ardiente acertó en una oreja de Azrael, diciéndole con su infantil cara de burla: Con tu geta plana y sin una oreja, eres el mismísimo jarrito de tlaquepaque!
Poco le duro la alegría, Misael, el más joven de los ángeles demonios de la tierra, paso volando a gran velocidad y Uriel apenas tuvo tiempo de moverse un poco para que él, no dejara caer su afilada ala directamente en el cuello del travieso, pero logró atorarlo de su pechera y arrastrarlo hasta azotarlo contra una esfinge de viejas nubes. El golpe fue seco y dañino, Uriel retrocedió, levantó una de sus piernas para apoyarse en el pecho de Misael, éste, creyendo que Uriel había fallado en el intento de encajarle uno de los espolones de sus botas, comenzó a reír mostrando sus colmillos en son de victoria. Tan ocupado estaba en crear un gesto digno de la muerte de un arcángel que no se dio cuenta que Uriel encogió sus alas, giró y apoyando el pie en el pecho del ser maligno pudo liberar su cuello de la ponzoña del ángel de la tierra.
Uriel, apenas tuvo tiempo para levantar su mano izquierda para que su aureola volara hacia él y cubrirse con ella su cuello herido, Misael no tardó más de un segundo en caerle encima de nuevo, pero Uriel lo esperaba y volvió a encoger sus ala para rodar sobre el piso dejando los rastros de la espada de Misael que producían chispas y hacían huecos a su paso, a un momento Uriel desenvolvió sus alas con fuerza y con el impulso cayó sobre él enroscado sus piernas en el cuello de su enemigo, comenzó a apretar fuerte, más fuerte, al tiempo que desenvainaba su espada que brillaba del mismo modo en que lo hacían sus ojos ... con odio, con ese odio que sólo conoce semejante intensidad cuando es provocado por la traición.
Llevado por el mareo que le provocaba su falta de oxigeno se acercó peligrosamente a Azrael que no pudo darse cuenta cuando el travieso descargó la justiciera fuerza de su espada sobre él, que se manchaba con el cuerpo de un Miguel calcinado, negro cual portentoso mulato.
Al fragor de la batalla traté de levantarme, mis alas humeaban, como mi cabello. Sentía el profundo carmesí en mi rostro ( y no precisamente de vergüenza) Rafaela trataba desesperadamente de quitarme la pechera ardiente que marcaba todos sus adornos de filigrana en mi torso desnudo. El penetrante olor a plumas quemadas era una especie de amoniaco que me mantenía despierto.
Rafaela mirando lo desigual de la lucha lanzó su bella espada a Miguel, escena última ... última esperanza, la invocación de nuestro Dios al sabernos incompetentes de realizar con nuestras propias alas, perdón, con nuestras propias manos, la misión que él personalmente nos había encomendado: abrír un surco en la inmensa maldad que crece en mil universos. Miguel, con dos espadas en sus manos formó una destellante cruz, símbolo de nuestra fe. Su claridad cegó a nuestros atacantes para intentar huir, Rafaela comenzó a jalar mi cuerpo dolido buscando donde refugiarlo y ayudar a mis ángeles del cielo.
No llegamos demasiado lejos, frente a nosotros; el abismo y detrás nuestro ángeles-demonios sedientos de venganza y cegados de fe. Recordé las palabras de uno de mis custodios, filosofo de grandes vuelos por el cual no pude hacer demasiado. Cuando un humano es lo inmensamente brillante para dejar sin habla las palabras que el ángel de la guarda manda a su corazón y el ser alado comienza a aprender de él, ya jamás lo pude cuidar y mucho menos llevar por el buen camino que este humano, es lo último que desea. Ya jamás lo puede cuidar de los peligros; especialmente del peligro que significa él para sí mismo.
... Y si miras al abismo un largo tiempo, tal vez el abismo te mire a ti.
¡Arghh, mi brazo! Una ardiente espada cruzó mi hombro dejándome clavado al piso.
¿A dónde me llevas perra?, ¡no ves que ese cuerpecito es mío!
Rafaela me soltó. Extendió sus alas y se trenzó de los largos y negros cabellos de Cassiel que al sacar su daga de piedad, voló al instante tratando de cubrirse de los rápidos reflejos de Rafi, que de un patadón le voló la cuchilla. Fue tan sorpresivo el ataque de Rafaela que ella se quedó totalmente desarmada. Como mirarse a un espejo, sus ojos enfrentados sacaron chispas al cruzarse, dos rizados talles, dos hermosos cuerpos, rodaron por el limite del cielo y la tierra; como dos gallos de pelea tratando de clavarse los espolones de sus botas. Sentí a ambas cerca de mí, yo invertía mis últimas fuerzas en tratar de liberarme.
Miguel luchaba azarosamente con dos contrincantes; con una espada en cada mano: dos espadas, dos alas, dos piernas con espolones... ya que para intentar detener la desmedida codicia del mal, se mejor siempre llegar con dos. Miguel tenía la certeza impuesta en los ojos; Esos ojos de pestañas quemadas y cejas sangrantes; esos ojos claros que marcaban un profundo desprecio a sus enemigos terrestres; una boca delgada de la cual no se percibía bien su tamaño por las aberturas que tenía en ambas comisuras, su sangre era tan espesa que podía sentir su sabor en el aire que respirabas. Miguel era de enorme tamaño; de espaldas anchas con majestuosas alas carcomidas por mil batallas; sus brazos largos y fuertes, como un agresivo y poseso director de orquesta, en terminación de puntas ardientes chocaban con la envidia de los ángeles terrestres... Estos perros, a Miguel le temían, y ¿quién no?, si yo hubiera tenido que enfrentarme a él! me hubiera zurrado!
Sus labios se movían en el recitar de un mudo poema, adivinaba el complejo discurso que emanaba de ellos: oraciones, maldiciones, odio petrificado por aquellos que antes fueron sus hermanos, y ahora, el gran Arcángel Miguel estaba ahí, sin perder la esperanza de enviarlos a todos al infierno con impactos de sus colosales nudillos hambrientos de púrpura intenso.
Le gritaba a Luzbel en el ocaso de sus fuerzas: A ver Cabrón, escupe, escupe todo ese fuego helado con el que acostumbras amenazar cuando tienes miedo.
- No me retes Miguel, recuerda todas las veces que té dejé llorando con un chipote en la cabeza, no me vengas con estupideces ahora...
- ¡Cobarde! eso es lo que eres, cada chichón fue pura y absoluta traición, me caíste tantas veces por la espalda que debería darte vergüenza recordar eso.
Misael, era un peligro verdadero, su poca experiencia compensaba con una furia desmedida y sus jóvenes fuerzas, pero en ocasiones como ésta, parecía como si saliera al recreo.
- Hijoles, Luzbelito, quien iba a decir que le tenías miedo a éste babosote y te escondiste detrás de un árbol para darle de palazos.
Luzbel no pudo contener su odio y con mirada fiera lanzo una enorme bocanada de fuego a Misael que brincó ágilmente y desplegó las alas para que no lo quemara... eso si, sin dejar de reírse de Luzbel.
Pero en verdad que estos eran juegos comparados con la furia tan intensa con la que luchaban mis viejas.
Rafaela, mejor conocida como “La Talachas” era una perrucha, el mismo Miguel le hablaba con mucho cuidado en sus días ( de oración, no mamen) sus ojos negros eran; noche de oscuros mares, termino de conjunción de todos los colores, racimo de maduras uvas, sangre molida que producen unos labios sedientos del final de dos cuerpos que piden más ... mucho más.
Era un agasajo ver a Rafaela dominando a Cassiel que era una Ángela de fastuosas proporciones; de caderas frondosas y senos plenos y erguidos. Ella, con sus dedos imposibilitados a separarse debido a una meta común, hundirse una y mil veces en el vientre de su contrincante. La roja boca de Rafaela se incendiaba, y con ella: toda ella. Sus venas despertaban, cuando Rafaela luchaba o hacía el amor. Azulaba. Ella, a diferencia de Miguel... gritaba, toda clase de injurias que parecían sapos y culebras saliendo de su boca, ya mil veces había sido castigada en el colegio de ángeles guardianes por su discurso arrabalero no propio de un guardián, pero era tan coincidente que la Rafi siempre terminaba cuidando a algún maleante en un barrio pobre y peligroso del mundo ¡qué le vamos a hacer! hablaba con todos los tonos, colores y maldiciones que existían, su carita de niña y su bocaza de camionero.
Y yo, en inútiles esfuerzos luchaba por liberarme... la fuerza de mi diestra calcinada fue nula. En un intento final sujete la espada opresora y comencé a levantar mis alas; respiré.... exhalé, una y otra vez, tratando inútilmente de relajarme. Me di cuenta que en esos momentos lo único que me podría sacar de ahí era mi desesperación y mi furia, así que de nuevo, apreté mis alas, éstas, mal centradas se trababan en el punto en que el ariete incandecente me convertía en uno con el piso. Un nuevo esfuerzo inútil, respiré... inicié de nuevo, y justo cuando la espada se comenzó a ceder los cuerpos movedizos de Rafaela y Cassiel pasaron como una locomotora sobre el mío hundiéndola de nuevo.
¡Me carga la chingada! ¡par de histéricas, vaya a reprimir su homosexualidad a otra parte!
La batalla continuaba también el ámbito masculino, Azrael cada vez más enaltecido por su eminente victoria sobre nosotros, los protectores de Jesús, vociferaba sobre mí y mis vanos instintos por levantarme, no llegó demasiado lejos. Sus pasos sobre sus huellas, se toparon con una muralla alada de cabeza ardiente que amenazaba con crearle un nuevo espacio entre las costillas.
- Qué suerte tuviste Gabrielito, te salvaste por una plumita. Solo me faltó acertarte el golpe final, pero aún mejor. Ahora lo puedes compartir con este atajo de pendejos ... cómo me gustaría que te viera tu jefe, tus mil heroicos ángeles del cielo, cómo me gustaría poner esta imagen en una postal y después pegarla en cada rincón del cielo. Que todos vean las vicisitudes que encontraste en esta tierra por siglos repartida, él me dio el derecho de promulgar la ley con mi palabra, ahora: ¡yo soy la ley! Nadie va a arrebatarme el reino del hombre. Ellos y sus pecados son míos, solo míos.
Él tenía razón. Es un gran guerrero, no duda en desprenderle la cabeza a nadie. Su diestra es diestra, su incendiada arma era veinte ejércitos rabiosos, sus alas eran tan grandes que a su despliegue se obscurecía hasta el sol de medio día ... pero si bien lo respetaba, no le temía.
- Lo único que es tuyo es la pinche madriza que te voy a poner en cuanto me levante, cabrón.
El solamente reía. Yo también.
Uriel llegó ante mí. Y tal como Arturo le arrebató la espada a la piedra, sacó el ariete encandécete con todo y yo. El dolor fue intenso pero el alivio, placentero. En atención a las palabras de Azael, se había levantado una pequeña tregua que no se manifestaba del todo en el encuentro de las dos bellas féminas. Ellas, continuaban jalándose y golpeándose dando rienda suelta a su descomunal odio, que a veces me daba la impresión que no era por el arrebato que le hacía Dios nuestro señor del mundo del hombre los ángeles de la tierra, sino, la confrontación de dos hermosos polos de iguales atributos. Rafaela, con sus largos cabellos rubios que se fundían de claro a oscuro, del centro a la punta; una frente amplia que le daba un contorno pleno a la planicie de sus rasgos de los cuales se levantaba una nariz de copos suaves que conducían a dos obscuros lagos azabaches, que como desbocados corceles te atropellaban en un parpadeo danzante; una boca rosa que parecía demasiado roja para la palidez de su piel; sus alas eran blancas, inmaculadas, el filo de los bordes parejos y brillantes como el milenario sable de un Samurai; la redondez y firmeza de sus hombros sostenían dos senos encantadores que se movían ligeramente cuando extendía sus alas para volar o luchar esgrimiendo su pequeña espada diseñada expresamente para ella por Carbajalarius, el maestro forjador de sables más exquisitos y fuertes de todo el cielo, la espada de Rafaela era ligera como el viento; pero, fuerte como una roca volcánica afilada como un silbante cordel que cruza la oscuridad de un lado a otro sin que lo puedas ver, solo sentir como de un solo movimiento desprende la cabeza de tu cuerpo. Rafaela en uno de sus muchas chambas de custodia, “ sombreo” , es decir, no se le despego un solo momento a una bastonera de universidad gringa y aprendió todos los movimientos que hacia con su bastón, lanzándolo con fuerza atrapándolo de su punto de equilibrio, pasarlo por sus piernas, de una mano a otra, girar con el, caer en “split” para esquivar un ataque y hasta tenía una suerte con Uriel en la que él juntaba las manos y ella se apoyaba en ellas para salir volando y atacar con manos y piernas libre a varios contrincante. Ja, no cabe duda que “la Ra-faga” era de las chidas;
Sus piernas delgadas y fuertes; largas, suaves, bellas; sus rodillas despertaban la forma de sus huesos, como una arma que despedía certeros golpes entre las piernas de sus enemigos masculinos. Era curioso, pero a su edad parecía que el cuerpo de Rafaela seguía floreciendo, despertando el volumen donde las manos ansían posarse, donde la lujuria da nombre a los suspiros y los cielos se asombran de todo lo que podemos hacer.
- Atrás Cassiel, suelta a esa ramerita para que escuche claramente mi advertencia y terminemos con ellos para siempre.
Cassiel retrocedió pero Rafaela, giro en un par de vueltas de carro y de un impulso alcanzó a colocarle un buen arañazo que le cruzo su bello rostro a todo lo largo del mismo y muy cerca de alcanzar uno de sus ojos esmeradas. Ella escupió su ira y una mirada asesina a Rafaela, pero dado el respeto inmenso que le profería a Azael, se quedo inmóvil en un silencioso llanto de rencor mientras que, Rafaela, no dejaba de mirarla con su cara de burla haciéndole su mejor repertorio de gestos.
Así, sabiéndose dueño y señor de la situación Azael tomaba poses de grandilocuencia. Extendía los brazos subiéndolos hasta que las palmas de sus manos se juntaban por encima de su cabeza y sus uñas rechinaban al tocarse una con otras. Una vez unidas, comenzaba a baja ambas frente a su cara hasta llegar a su pecho donde se desprendían para quedar paralelas a sus alas en una curiosa tensión, como si no fuera capaz de relajarlas por más clara que fuera su victoria. Su discurso comenzó con el graznar de cuervos.
- La escarpada noche, obscura danza de atormentadas almas será testigo de la costumbre que a través de los siglos se petrifica en ley, llegué a estas latitudes, siglos ... sabiéndome un extraño en tierra extraña, vuelto un campanario catatónico a las espaldas de ese Dios que ahora ustedes defienden, presto a obedecer las más intrincadas misiones, dispuestos a abrir la senda de la historia del hombre a fuerza de golpe de espada de fuego.
Fui fiel al cargo, los alimente, los enseñe a limpiarse y a multiplicarse, amamante a sus crías, conjugué el verbo, palabra activa, que con el pasar de los siglos se transformaron en ley. Acepté a renunciar al cielo, a mi nube, al colegio de ángeles guardianes donde fui benemérito por esfuerzos y disposición a Dios vuestro señor... mío, ya no... nunca más.
Ahora míralos, ahora si son hombres, la obra máxima de Dios es mía, el costillar por si mismo no valía. Había que limpiar la tierra; purificar el agua; mezclarla con cariño y paciencia, moldearla con fuerza y ternura, como si se fuera un panadero que sazona el pan con el sudor de su cuerpo, por más asqueroso que esto pareciera, es la única forma en que consigan un sabor agradable a nuestro paladar, ser el artesano de las almas mismas; en su mismo espacio. La tierra no se controla desde el cielo...!no señor!
Tu Dios es un miserable usurpador que sólo quiere la gloria terminada sin esfuerzo alguno. ¿Quieres qué me retire? ¿Qué deje todo en manos de su hijo? esto es una gran balanza que si bien él la creo, yo la equilibré. No funciona sin uno o sin otro. ¿Sabes que pasaría si llegara su hijo? ¡Lo harían pedazos! Dios está muy lejos de los hombres y ya no los conoce, ya no son las ovejas que caminaban ciegas hacía donde él los condujera, no, ahora son lobos solitarios y hambrientos que caminan a considerable distancia uno de otro por miedo a recibir una mordida a traición.
Tu Dios, ya no entiende de pecados, de traiciones, de orgullo, de ambiciones... yo si, tanto que ahora yo juzgo cualquier posición, Yo vivo aquí, yo los enseñe a jugar al bien y al mal.
Están acabados Gabriel, nunca debieron haber bajado, nunca debieron retarme, subestimar mis fuerzas y las de mis ejércitos de pecadores que ahora somos todos... y todos lanzamos la primera y la última piedra... ¡Bajen Serafines!
Mil y un retumbos cimbraron el cielo y las nubes, a lo lejos truenos aparecían tan mudos que parecía que escaparan para no ser testigo de lo que estaba próximo a ocurrir, a la invocación de su jefe, ruedas de fuego cual monstruosas serpentinas de vivos colores que semejaban mil rostros que gritaban al sentirse arder, se aprestaban a devorarnos, ahora de pie le respondí, en forma clara y contundente:
- Tú discurso hueco y vacío solo es muestra de la envidia que le tienes a nuestro Dios, y el miedo que me tienes a mí cabrón, no me atacaste sólo, porque sabes que las veces que lo has hecho nunca me has podido vencer. No Azrael, no puede tu espada condenarme a un miedo esclavo ni a un febril servilismo. Solo tengo un jefe al que guío mis pasos, mis acciones dentro y fuera del cielo, la tierra y el infierno. Y si tú les has enseñado todas esas porquerías a los hombres, es razón suficiente para que venga su hijo, a enseñarles la verdad, la paz y el amor. Atrás Arcángeles... dejen que el abismo nos mire a nosotros.
La magia, la salida, el escape. Lanzados cuatro cuerpos de cabeza, cerrando los ojos para no mostrar nuestras lágrimas de abandono, de la perdida del preciado paraíso de nubes donde crecimos, una voz resonaba en mi cabeza:
- Ésta batalla no ha terminado Gabriel, te voy a encontrar así tenga que recorrer toda la tierra.
La noche resplandecía aún en mis manos, en intentos extremos de tendones enroquecidos. Arroyo de sangre carmesí en fauces aceradas, la antorcha encendida de mis horas mancas y descalzas. El ahondar en mis faltas en medio de una nada feroz.
- ¡Prueba de nuevo atormentarme! ¡Te lo exijo! Nunca será fácil lanzar la piedra y esconder la mano cuando una cabeza sangra... cuando el suelo (cielo venido a menos) ha sido despojado de una de sus contadas estrellas.
Desde ahora prepárate para la revancha, ring donde sólo existirán dos contrincantes y tus esbirros infernales solos serán esperanzas disueltas del desesperado grito de auxilio que expirará de tu boca antes de que la llene con el filo de mi espada.
Prepárate para mi vuelta cuando las nubes narren la épica de nuestra continua batalla y de nuevo estés aquí...
¡Por Dios! ¡Teme ese día! Te veré en el infierno Azrael.
La caída fue liguera, amortiguada por un destello de benevolencia, que me aceptaba a regañadientes en ese lugar al cual no pertenecía, un cien mil soplidos compasados y mortales me impedían un estrepitoso viaje chocando una y otra vez con las nubes; cascadas aéreas de libres gotas; más suaves que los hielos; más secas que las aguas, caí y golpeaba... una y otra vez. ¿Cómo voy hacía abajo si estaba en las puertas del infierno?, ¿ó era el cielo? ... tal vez esa combinación entre ambas que se llama: Tierra.
¿Cómo no golpeo mi resquebrajado rostro y mis ensangrentadas alas con las candentes y sólidas rocas incrustadas en el centenar de mil pecados? Con dos piernas, con dos ojos, con dos manos... ya que para intentar satisfacer el deseo insatisfecho del hombre, es mejor siempre llegar con dos: dos espadas, dos alas, dos espolones... dos ojos.
¡Señor gravedad! ¿No es así? ... mucho gusto, mi nombre es Gabriel, soy el sub-comandante de las fuerzas celestiales y ahora ve usted por qué me llaman “el ángel del abismo”, ni mi nombre ni mi cargo realmente importan, lo que realmente vale es lo que dice mi frente. Lea usted: ANUNCIACION. Así es, es por eso que siempre llevo conmigo esta trompeta que de momento prende de mi espalda, en el espacio que dejan mis dos alas, como si fuera un nido de un ave en llamas.
Suenas y renueva los cansados ánimos de quien la escucha. Grita en el compasar de sus notas: Levántate y anda... son sus tonos desgarradores y molestos y asonantes para el verdugo, pero tiernos y compasados para el condenado.
A la caída me doy cuenta de que los segundos matices siempre serán los más confiables. Los más nítidos... sobre todo, los más increíbles, solo se puede dudar de lo que verdaderamente se sabe y, ahora sé que muestro mis cartas con la intención de perder la mano, la pierna, cualquier extremidad que se pueda hornear en las llamas del infierno.
Brindo por mi salvación, por esa teta hermosa; promesa de vida eterna, falacia inexorable de esa inercia que intento inútilmente detener en mi caída, después del golpe ansió una mano sobre mi frente, una mano sobre mi hombro, una mano sobre mi mano ... ansío un haz de luz cubriendo mi cabeza. Saberme vivo en la muerte ajena.
... atisbo frente la cerradura el embudo que a sus limites pinta el capullo del que nunca escapé. Ese lugar tibio y jugoso de mil y un manjares que se me descubre todo sobre mis cinco sentidos inútiles, frente a semejante oscuridad intermitente: una y otra vez ... una y otra vez.
Son siete cuerdas las que forman mi red. Son siete filos los que hielan mi cuello, son siete plumas de esas alas que se van desprendiendo de los siete puntos de mi espalda, son siete las gotas que corren por mi rostro. Son siete los brillantes puntos de luz acerada que me cubren de muerte.
Las ráfagas de aire me despojan de mi pesada armadura templada para resistir los siete infiernos menos el que dejo atrás; ahora son seis. La perfección menos uno. Seis pecados, seis deseos, seis faltas ... todo esto que me sucede es 6, 6 y 6.
Gabriel. Anunciación. Qué cae, y al estar tan cerca del piso: teme. Que mejor muestra de que me convierto en hombre.
martes, 5 de mayo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario