martes, 5 de mayo de 2009

CAPITULO 4.

El tedio musical estaba al límite. No hay mucho que escuchar si no las últimas reminiscencias de esos ochentas melosos y pachangueros con su Hard rock de caras bonitas y ropa llamativa o el estruendoso Trash metal, más gacho pero más sincero. Para mi y mi banda de feos, con un sonido que por más que queríamos adaptarlo a esas dos olas musicales, siempre nos salía raro y deforme, Este era todo un dilema.

Una de dos: Eres muy fresa o muy “muerte y destrucción” (como les llamábamos a los seguidores del Trash o Death metal) ; pero, para nosotros, chale. Ni para un lado ni para otro: con caras de perro, de movimientos toscos y descompasados; vestidos de negro y de sonido duro pero dedicando nuestra música a la mujer y tocando baladitas babosas; rolas rápidas y cursis con preformans de payasos o vaqueros con un toque de infantilismo prohibido. De nuevo; una de dos: Eres una maquina de sexo o un adorador de Satanás. Así que nosotros, no veníamos al caso como siempre. Solo queda nutrir la inspiración musical con tres piedras angulares del movimiento Mexicano que están olvidados en el subterráneo:

Real de Catorce, sin duda mi banda favorita. Con ese Blues sublime, sazonado con todo tipo de sincopados ritmos y complejas estructuras armónicas. Furia, coraje y un sentimiento poético muy por encima de lo que, antes de conocerlos, me movía las entrañas. Escuchar al Real, era llorar, constreñirse el pecho en un total desconsuelo, desamparar un suspiro para siempre, saludar el paso de las olas, de las rocas sabiendo que ninguna de ellas volverá. Lanzar la moneda dando la contienda con el merenguero por perdida. Ese era el Real: Tan real, tan simbólico, tan imaginario.

Huizar, la más candente cascada de pasiones y humor. El más bello rescate-hundimiento de mis peores depresiones; de mis amores perdidos o inexistentes. La parte exacta donde vuelvo a encontrarme con la parte sacra (como dijo Bataille) de mi ser. Ir a una misa pagana. Escuchar al “maemese Arcrudo” era soñar; soñar en una ciencia sin verdad, en una guerra si crueldad, un beso sin amar. Todo era tan importante, tan insoportable y por momentos tan esquivable que, como dijo en una de sus presentaciones en “Rockotitlan” (el lugar del Rock) ¡chinge a su madre el mundo! justo lo que quería gritarle a todos en ese momento y no me atrevía.

Sergio Arau y los mismísimos ángeles. México, México ... ra, ra, ra. La idolatría de un país, nuestro país, que me regaló la primera vez que vi a los mismísimos ángeles: Luchadores en el pancracio, albures en cada boca, dibujos en cada pared. Frida, José Guadalupe. Todo, todos esos objetos, situaciones y personas con los que había nacido pero que nunca imaginé que me confrontaran como sujetos (de deseo, por supuesto) escucharlos era cantar un Son, el Son del corazón en un chido rock and roll, ese era Sergio. Sin duda alguna que mi grupo, Excalibur, aprendió poesía de Real de Catorce; aprendió de su alma con Huizar y a reír con los Mismísimos Ángeles.

-Gabriel, ¿me acompañas a la cafetería?

Brinqué bruscamente por el grito de mi compañera rayando la hoja en que escribía rollos duros y
profundos a falta de profesor. Me disponía a mandarla a la chingada cuando mire lo curiosa que
se veía con ese vestido blanco y almidonado (sin ningún tipo de albur.) y sus huaraches chundos como recién salida de algún pueblo de los altos de Jalisco.( tal vez me recordaba a mi Madrecita
santa enmascarada de plata que es de esas latitudes. Nota edt. de Edipo.)


-¿No quieres un yougurt? ( sin ningún tipo de albur) no has desayunado nada y estás fume y fume. - Si, me recordaba a mi mama.

El único que se fue a chingar, y eso por vía sublimación fui yo, pero un tremendo yougurth de doña Amparo. Mi provinciana salió prendida de mi brazo, como albañil y sirvienta en la Alameda central (solo le faltaba irse comiendo un elote con crema y queso) sin duda esa jalisquilla era hermosa, con unos ojos deslumbrantes, una piel en plena lozanía de sus diecinueve años, una curiosa voz por los alambres que cuidaban el buen ordenamiento de sus dientes. Somos el uno para el otro, tenía una cínica agudeza mental capaz de llevarme la delantera en chistes y ocurrencias, es discreta y nada celosa con mis amigas, además me invita a desayunar porque su papá tiene toda la lana por un palenque en Jalisco, del cual es el flamante dueño. Chale ¿qué más podía pedir yo?

Caminamos juntos, apoyándonos el uno en el otro. Observando en ojos ajenos como si fueran propios la inmensa diferencia que corre de un sexo a otro, con ella sabía lo indecible, me sentía presa de la trampa. Vivía la fuerza de la seducción sobre el poder, o lo que yo consideraba mi poder. Ella, iba y venía en un compasado juego de olas en alta mar, dejando que creyera lo que yo quisiera, aún: que yo era.

Llegamos a lo de doña Amparo ( como dicen los argentinos) o llegamos donde doña Amparo (como dicen los venezolanos) o, llegamos donde estaba doña Amparo ( como decimos los mexicanos) por tres pesos esta “ñora” te servía en un tremendo vaso que parecía el cuerno de la abundancia: cerca de medio litro de yougurth de cualquier sabor a tu elección, en mi caso siempre encontraba de mi favorito, o sea, natural ( no es que sea muy sano, pero me empalago hasta con el chamoy) después iniciaba el recubrimiento que consistía en todo tipo de semillas entre las que destacaban: avena, germen de trigo, salvado de trigo, tortillas de trigo (perdón) cacahuates de a montón, granola y si te apendejabas te dejaba caer un tremendo chorro de miel de abeja bautizada con agua no muy bendita que digamos y un asqueroso puño de chochitos según la ruca para que le diera sabor al caldo ... Chale.

Regresamos al salón y la clase estaba a punto de comenzar, la maestra estaba en la puerta esperando, esperanzada a la esperanza y solo llegue yo y solo.

- huy, creo que te veo adentro – me dijo mi compañera adelantándose.

- Gabriel ¿ puedo hablar un momento contigo?

En la madre, pensé que no se atrevería delante de todo el salón; pero así fue, parecía que su
Histeria estaba muy por encima de su ética profesional.



- Si, claro ¿gusta un poco? – le dije estirando una cucharada de yougurth de doña Amparo a la altura de su boca. Con esta acción estuvimos en empate ya que ella también se salió de balance y se puso nerviosa. Nos miramos fijamente, como dos niños que se descubren de repente, su voz hecha canción, como un trino divino encendió mi corazón.

- Quiero que por favor me digas ¿por qué me escribiste esa " composición "?( sí, que
tenía miedo llamarlo por su nombre)

- En ese poema propuse mis palabras como la revancha de su cabello, espero no haber sido grosero.

- No, es muy bonito solo que realmente me extrañó.

Fueron sus manos cómplice de los daños, perpetua interrogación de sus actos.
Fueron sus dedos suaves bordes filosos los múltiples asesinos de mis ojos.
Ya que al cortar su cabello ... se quedaron solos, solos sin ningún gozo.

Al recordar estás palabras me perdí en la contemplación absoluta de su boca. Torneada y bien formada, tenuemente coloreada por el artificio de sus manos. Junto a ella, como su compañero; su patiño, su pareja, su rival ... su hermoso lunar. Solitaria luz. Como aquella que dicen que se mira fijamente cuando uno muere. Ella más consciente ( pues al fin de cuentas era la maestra), se
percató de la mirada de mis compañeros, y despertándome bravamente dijo:

-¡ Entra ya y cierra la puerta!

Que no me gustó nada ya que parecía esa clásica actitud gringa de película: cuando
después de un momento de vertiginosa acción, el héroe le dice " cariñosamente " a su
compañero: ¡Get out a here!

Tomé asiento y me dispuse a escuchar la clase. En su forma, nunca en su contenido. Ella
era la forma y, lo que tenía que decir de la psicología humanista; no me interesaba. Recordé la primera vez que la vi. Esos fatídicos primeros días de clase , toda ella, entrando de repente. Menguando el desorden de mis compañeros, sorprendiéndome dibujando “cochinitos" en el pizarrón, con las manos en el gis. Le sonreí entregándole el pedazo de cal, como si fuera una estafeta para continuar el tiznamiento total del pizarrón.

Mudos y ajenos, tan diferentes. Ella tan refinada con esos rasgos y color de las razas
Puras. Su cabello delicadamente claro y rizado, elegante de un gusto infinito y una sonrisa
amplia y gustosa. Por momentos era mía porque quería serlo, como ahora que al cortar su\mi
cabello :" Patrimonio escolar de la universidad " su caída me inspiraba vengativas palabras de suplica, plasmadas en un corto poema causante de todo este problema. Pero aun ahí, justo ahí. una asfixiaste melancolía pugnaba por salir, por reventar frente a mis ojos, por resonar como
enormes campanas en mis oídos, por impregnarse en lo más recóndito de mi cuerpo, por tomarme de la mano y conducirme. Ahí, justo ahí. donde los ángeles temen andar, donde los
duendes suelen habitar.

Preguntas, preguntas y más preguntas:¿la invitación será para mi ? ¿ solo yo entenderé el
mensaje cubierto por una inmensa cantidad de sonrisas? … ¿y si lo alcanzo? ¿Que demonios
haré con él? ¿ Que le podría yo ofrecer? Le diría: tus secretos están bien resguardado en este
individuo cínico y torpe.

Será cierto que todas esas diferencia garantizaran una futura relación mediante la cual
despertaré cada día tratando de: ¿reducirlas o aumentarlas? Vaya hasta donde me hace viajar
esa mujer. Día a día, como si yo tuviera el tiempo en mis manos, como si yo fuera capaz de descifrar sus apariencias dejando a un lado las mías. Dejar que nuestras manos se acerquen lo suficiente para desenmascararnos.

Descubrirnos gritando nuestras mejores mentiras. Tener el suficiente valor de creer en
Ellas, de intercambiarlas como si fueran estampas coloridas, imágenes celestiales, fotos
borrosas; un par de teporochos ingiriendo de la misma botella de alcohol barato, ofendiéndose en caso de que cualquiera de los dos limpiara la punta para tomar de ella.

Mudos, ajenos y juntos. Entrelazados en dos niveles que, más que castrantes; concomitantes. Yo
muy viejo para se alumno y ella muy joven para ser maestra. Cada clase, cada día, cada vez que se despedía, lo hacia con su ya consabida sonrisa (muy cursi pero así era) guardando sus cosas en un espléndido portafolio café claro de piel, al saberse contemplada me decía con la mirada ...¡ven! y con su sonrisa: ¡ no te atrevas a acercarte!

Al salir del hechizo, volvía a la fatídica realidad; aburridas clases, agotador trabajo y preocupación por una "tocada" que iba dar mi grupo. Con ella se afirmaban todos los atributos de nuestra deforme música. En un reducido cuarto de la casa de nuestro cantante. El gran Rul, cuatro músicos (ja, hasta creen) en una comunión de sudor, risas y un escándalo de la chingada. Era la segunda etapa de la banda y estrenábamos unos instrumentos muy chidos, gracias a la venta de miles de tacos de canasta y cortesía de mi madre ( patrocinadora oficial de la banda.) una enorme batería de mi hermano y yo una hermosa guitarra Fender Stratocaster, pero esto en vez de alivianar la carga, a cada momento, la hacia mas pesada.

- Chale wey, con esa guitarrota y suenas tan feo.

- ¿Para qué quieres doble bombo si no lo sabes tocar?

- Cállense ya pinches envidiosos - reclamábamos defendiendo el poco orgullo que aun
nos quedaba, en fin, que teníamos cosas mas importantes en que preocuparnos.

-Vas a ver wey, en "Rocko" la de viejas chidas que van a caer. - dijo El gran Rul con su largo cabello que casi le cubría completamente el rostro mientras realizaba sus mejores poses de Paul Stanley.- 'Orita; siempre dices lo mismo y siempre salimos de a perros.- rezongue yo tratando de ecualizar mi pinche sonido medio punk y medio zumbido (como tocino en un viejo comal ardiente)


-No, ahora si ¡no ves que vamos a tocar en jueves!

-Hay en la madre, no si puro estelar. - conteste dándole sus chingadazos al amplificado
que tenia un corto.

- huy culero, me cae que tienes problemas de actitud.

Yo por eso llevo a mi vieja y su wey – interrumpió el chaparro con su simpático tono de voz.

- ¿A chinga ¿cómo es eso?

- Si, es mi vieja pero no lo sabe su wey. Ni mi vieja, bueno; pero van a ir.

- Hay que chistoso.

Otra cosa que estrenábamos era un par de canciones. Una, se llamaba “Carolina” un
solo nombre para las respectivas viejas del Yuyo y El gran Rul. Tan diferentes ambas, pero bien lindas y simpáticas por igual. Ellos no se preocuparían por chavas hoy; pero uno. Chale. A esa edad en que sientes que se te va el tren, veinte años y sin vieja, las amigas ya no te satisfacen, necesitas alguien que te confirme tu postura cada día, alguien a quien (como estos dos weyes), dedicar tus canciones.

-Oiga miss ¿no le gustaría acompañarnos a una fiestita que vamos a tener por el inicio de
clases? - pregunté con una cara de "quiere llorar" dos meses después de que empezaran el
semestre.

- Ah gracias, lo que pasa en que no circula mi coche y tengo que dar clases en la tarde.

- Si gusta, pues ... vamos un rato y cuando usted guste yo la traigo de regreso - dudó ... bueno no es que yo pensara que iba a saltar de gusto, pero podría hacer un esfuerzo por sus alumnos

- No lo sé, no debería ...

- Por favor miss, realmente nos agradaría que fuera, además yo como chofer soy de los
chidos, discreto, elegante, amable - fue cuando le ganó la risa y me miró de esa forma... esa
maldita forma en que te mira una mujer mayor con ese instinto maternal que me encanta.

- Esta bien pero solo un rato.

- Bájale wey - me gritó el chaparro - como si tocaras tan chulo.

- ¿A poco estoy muy fuerte?, no que me faltaba distorsión,


- Va otra vez, pero cuadrados weyes ... unos, dos. Tres- gritó el Yuyo golpeando las
baquetas al ritmo.

La verdad yo volaba con mi nueva lira, y si no sonaba todo lo bien que debía, no solo era
por el guitarrista chafa en él que estaba colgada, también por el ropero de transistores en que
estaba conectada. Mi pedal de distorsión "RAT" realmente crujía como una rata: fuerte y
agudo, sin ninguna esperanza de un poco de graves para redondear el cuerpo del sonido, con
esto nuestra música sonaba aún más rara.

- No, no mames, con sentimiento, no toques tan rápido el requinto. Deja que fluya.

Y yo que mas hubiera querido, pero no podía. Por alguna razón si tocaba mas lento me
descuadraba y perdía el tono. En un serio recordatorio al aforismo: "si quieres tocar rápido bien,
comienza tocándolo lento...bien.", pero por más que se los decía no me creían.

- Es que no puedo.

-No te hagas pendejo, lo que quieres es que todos digan: "hay en la madre este wey toca
bien cabrón". Era extraño ver como en medida de que transcurría el tiempo de ensayo los
instrumentos se comenzaban a escuchar menos fuerte y el cuarto se volvía más pequeño. Los
edificios aledaños nos volvían humildes, ellos grandes e imponentes como serenos jueces nos
escuchaban y nos recordaban lo minúsculo que éramos (A pesar de estar en la azotea). Al
terminar nuestro repertorio salíamos del mini-horno para descansar un rato, nos sentíamos
agotados por el ritmo diario de practicas; pero no lo suficiente como para dejar de decir
pendejadas.

- Oye wey, y ahora que le vas a dedicar su canción a Carolina, y todo el desmadre, te
imaginas que se encontrara ahí mismo “la vieja de tus sueños”.

- Chale, no había pensado en eso.

- Si wey, que tú estuvieras ahí poniendo tu carota de pendejo : "ah, esta canción se la
quiero dedicar ...", y ella te mirara serenamente, casi inapreciablemente; discreta, esperando el
momento de decirte:

- ¿Gabriel, me puedes dar un refresco por favor?.

- Claro miss ¿qué más le ofrezco?


- No ya nada gracias. Siéntate.

En la madre. Me acerqué, tome una silla, y justo cuando iba dejar ir un: "no sabe que
gusto me da poder platicar un rato con usted, porque ..."

- Gabriel ya se acabaron los hielos.

- ¿y a mi qué ...?

- Qué a ti te tocaba traerlos.

- Chale - pensé -, no me tardo - le dije.

Ella me miró conteniendo, por su postura de maestra, las ganas de seguirme a correr por los pasillos del supermercado, jalando sin cuidado alguno el carrito, mientras gritábamos con ganas: ahí va el golpe ... al tiro. Yo, le contesté la mirada, diciéndole, que, ya nada de eso me importaba si pudiera estar, eternamente a su lado.

Al salir de la casa, observé toda la comitiva que me esperaba para ir al supermercado
Incluyendo a la anfitriona de la fiesta.

- Chale chiquita y tú ¿adonde vas?

- A acompañarte.

- Bueno, si van todos ustedes al super ¿por qué no traen el hielo y me deja de joder?
Que no ven que estoy ocupado, chingao.

- No vamos rápido (lo peor de todo es que te aferras).

Ya por no discutír, salí más rápido que en chinga, bajando las avenidas a gran velocidad, todos muy emocionados por las pericias de mis actos y yo solamente pensando que jamás tendría una oportunidad semejante. La ansiedad me invadía, me oprimía el pecho y sin dejarme respirar,
pensaba un sin fin de argumentos para que se fijara en mi, pero todos me parecían tan inmaduros
que más y más me sentía morir ¿Por que estas tan nervioso? me preguntó mi compañera pequeña
anfitriona que viajaba (en todos los sentidos la palabra) junto de mi.

- No, no estoy nervioso.

Fue cuando me percaté que su falda estaba más arriba de medio muslo, sus piernas eran
realmente ... desbordantes. También entendí la pregunta ya que ella atribuía mi ansiedad a sus
finas ancas y no a mi imperiosa necesidad de regresar. Simultáneamente mire en su cara la sonrisa maliciosa que ampara el alcohol en una niña de dieciocho años. fingí no notar los dobleces de su falda pero; no logre mi cometido dado que, poco a poco, iba acercando su pierna a la palanca y obviamente. El coche no era automático.

Su piel: fresca y dulce, gritó mi mano como un relámpago que a su paso encuentra un
árbol forjando capas de fuego. Fue de nuevo un encuentro desigual, di-símbolo, disonante; pero
al alunizar mis dedos en su rodilla supe que era mía, ella me sonrío tímidamente, bajó la
mirada encontrando mi mano, suspiró y supe que solo tenia dos caminos: huir o continuar el
ascenso.

Al regresar del super note que, mi pequeña compañera se subía en el asiento de atrás.
entre rápidamente a la casa , miré hacia todas partes. Mi miss se había ido.

- !Aguas wey ..., no vayas a soltarme el bafle!, ¡al tiro!. ¡ espérate, espérate...!. bájalo que ya
me cansé. Eran tres pisos de la estrecha casa del cantante y nosotros hasta el techo, con unos
bafles tamaño familiar que difícilmente bajábamos con el tiempo justo para llegar a la prueba
de sonido.

- Chale wey, tanta chinga y falta que no vaya nadie.

- No wey, no hay bronca no ves que tocamos en jueves.

-¡Y dale con eso. Y dale...!

Fatalmente cansados, sudorosos y salados llegamos a "Rockotitlan" (el lugar del
rock) ¡que antro! ¿cuantas veces había visto tocar a mis héroes aquí? José Cruz con su armónica
en tremenda posición fetal desafiando la pasión; Arturo Huizar girando sobre su propio eje
listo para alcanzar el infierno; Sergio Arau llorando por los suelos el cruel desamor. Y que
decir de los grandes maestros de la dama de seis cuerdas en una tremenda orgía de agudos,
medios y graves (realmente graves.), palabras, deseos y muerte.

Cuantas famosas Stratocasters habían desfilado por ahí. La Strato cabezona negra del
maestro José Iglesias, que fue adquirida bajo el estigma de dos calamidades: el hurto de su
guitarra Gibson y la eternamente defectuosa maquinaria de la cabeza, que solo se calmó con la colocación de candados y palanca de tremolo, por el mago de la laudería: Carlos Cargañan; pero,
el tono que esta lirota era increíblemente caliente como los bulbos de su ampli ruso que quemaban mis oídos con ese vertiginoso blues en cascada.

La Strato japonesa del maestro César Calderón, que fue recibida bajo un buen augurio:
primer premio del concurso de Fender al mejor guitarrista de México. un verdadero rockero de
esta generación, fusionando todos los estilos en boga. Tremolazos, arpegios neoclásicos, two hand tapping, todo aderezado con la firmeza de su presencia, que en escena, parecía un tótem apache, inmóvil, listo para ser adorado.

El maestro Salvador de la Fuente, compañero de mil batallas del querido Arau, también
esgrimía una pesada Stratocaster, peladita y de madera, para mostrar su sólido estilo menos virtuoso y más primitivo; pero, por demás poderoso. Como el golpe certero de un cavernicola a su presa. No había cuartel ni toma de prisioneros cuando el maestro se rifaba. Puro descontón.

Pero, los tres tenía algo bien en común. Una seriedad a toda prueba, un asco por el “estrellismo” (no así por el dinero) un apasionamiento total por su instrumento. Introvertidos, solo sus manos, cual coyote herido aullaban de dolor, de un dolor que como el mío , hurgaba sin parar dentro del pecho.

-Miss, siento mucho no haberla regresado a la universidad como le había prometido; pero ....

-No te preocupes me trajo tu compañera (esa jalisquilla era un amor.), te quería esperar
pero tenía que dar clase.

- Es una lastima que no hubiera podido platicar con usted un rato.

- ¿Por qué siempre me hablas de usted? casi somos de la misma edad.

- Es que me da miedo sentirme demasiado cerca de ti - ¿yo dije eso?

Me lleva la chingada, ¿que hago?, chale, chale, -pensaba al saberme totalmente colorado ( solo
me faltaban las antenitas de vinil ya que el chipote chillón ya lo traía de fabrica ) y las manos y
piernas temblando sin control. De repente miré como sus mejillas pintaban dos manzanas, sus
dientes blancos salían a tomar el sol. Así. Me miró, dándose cuenta de mi temblor, estiró la mano y acarició mi cara sin prisa alguna, con suavidad tocó mi boca y luego, la llevo hasta la suya como si, lo poco que quedara de ella entre sus dedos, fuera lo siempre había esperado. Me sonrió en son de despedida, todo estaba dicho entre los dos sin palabra alguna, con ese dulce beso, que, ni siquiera fue un beso. Salió del salón, yo aun inmerso en mi sorpresa, en un espeso sueño de todo tipo de mentadas y algodones de azúcar escuche a mi compañera que me decía:

-¿ Que crees que me pregunto la miss?, ¿qué si tenias novia? ... yo le contesté, que era yo.

Esta canción habla de dos historias - repetía el Gran Rul sin sus poses de Paul Stanley en crudos
lamentos- Que no tuvieran relación si no fuera porque una le pasó a nuestro baterista, y otra a
nuestro vocalista. - mientras yo trataba desesperadamente de ecualizar un Marshall, si un
hermoso Marshall antiguo todo de bulbos.

Fue justo ahí que me di cuenta que las fallas de mi lira solo eran por el guitarrista chafa en
que estaba colgada.- La historia de nuestro baterista tuvo un final feliz – continuó el Gran Rul - pero, la de nuestro vocalista no fue tan feliz. Pero algo bueno tuvieron estas dos historias y fue esta canción, por cierto, esto es un estreno.

A lo lejos escuche las baquetas de Yuyo y contando: dos , tres, cuatro. Subí la palanca a
la pastilla del cuello ( la cuerda que aprieta no es tan dura ) . Al momento que pisaba mi viejo
Distorsionador "Rat" para que se callara. Fue cuando, no se como, escuche unos acordes
punteados hermosos, llenos de cadencia y tiempo. Fui feliz, no había gente en el antro; no
había montones de viejas buenas pero, yo era feliz. La voz de mi compañero, como un
lamento, seccionaba compases, suplicaba la vuelta a un pasado ( " al amor como una lampara
de inagotable aceite " Sabines ) a la cruda realidad en la que nunca, nunca volveríamos a ser esos niños perdidos y héroes. A la señal, instintivamente baje la palanca a la pastilla aguda del puente ( "crear con mis palabras un puente indestructible " Benedetti.) pise la "rata" que chillo
enfurecida, yo brinque para que no me mordiera, una y otra vez. Fui libre, mire a mi banda, a
mis hermanos en esa tribal danza invocando la lluvia de nuestra juventud, revoloteando nuestros largos cabellos al compás de una música preparada perfectamente para nuestra ocasión. A un momento acordado paramos, y a la voz del tambor desfilamos como soldaditos de plomo de cara a nuestro futuro, armados de guitarras. Felices y libres.

Epilogo:

La tarde caía de pronto. Lejos de mi mano diestra que sostenía un cigarro a medio fumar. Los
recuerdos de unos labios muertos de miedo que se acercaban a los temblorosos míos, en la
más pura combinación de desconcierto y deseo. El instante en que mis manos fueros fuentes de
coloridos paisajes, que delinean las gotas que suben y caen sobre las caderas frondosas
cubiertas por un lino cálido y picante que se encajaban en mis palmas haciendo aún mas
hondas las líneas de mi destino. Explorando a ciegas el ansia loca de poseer el cuerpo del delito,
tantas veces en mi imaginación planeado y otras tantas más soñado. El consumo natural del
tabaco por una llamas quedas, perfumaban las ventiscas rojas de ese otoño que me cobijaba en
sus brazos como unos días antes lo había hecho ella. El perfume albergado atrás de sus oídos y
en sus muñecas me pintaban los instintos mediante los que yo había seguido su rastro, para volver a ser esa imagen en el espejo y el suelo por los que transitan sus pasos ... mis pensamientos se cubrían del velo de su piel vuelto recuerdo recorrido, sin, que en mi, dejara fatiga alguna. Las formas escondidas en la oscuridad, que se escapan como peces en el río, congelaban todas mis venas para contrarrestar el incandescente oleaje de mi sangre, recorriendo a toda velocidad los inhóspitos caminos para llegar ese instante, en que fuimos uno, solamente uno.

- Hola gabriel... ¿ en qué piensas?

- En una mujer vestida de nube - contesté mirando esos ojos frescos, llenos del paisaje de
esos pueblos agaveros tan lejanos del espacio en que me yergo, pero que al estar en ella
dentro, tan cerca como estirar mi mano y tomar la suya. Me llevo a la boca todo de si, para
decirle – claro, no tan hermosa como tú.-

- ¡claro que no cabrón ! y deja de compararme, toma , te traje un regalo...

- Pearl Jam... ¿ y éstos quién son?

- Pues escúchalos, tal vez te suene conocidos, son muy buenos ... tiene un sonido medio blues, medio punk, medio viejo... muy raro, seguro te va a gustar.

- Gracia Jalisca, espero que si un día tengo que enamorarme ... sea ti.

Ella, bajó la mirada convencida de que todas mis palabras, eran vanas y huecas. En un
agradecimiento que cuando se siente una pasión dentro del pecho, como la que ella sentía es
totalmente insultante, dolorosa y fuera de lugar. Yo solamente pude aspirar del cigarro que
ahora llegaba a la “sección amarilla” y tomar su rostro de piel inmaculada. Levantarlo, para que
sus ojos, de nuevo, me recriminaran esa nada en que nos perdíamos. Yo, la miré. La miré de esa
forma, de esa maldita forma en que se mira a alguien que se quiere desesperadamente amar,
para ser amado y de una buena vez terminar esta obsesiva carrera contra ... la estupidez de no
poderse detenerse. Era inútil, parece que jamás lo voy a lograr. Mire el cassete, la portada era
roja con una buena cantidad de brazos que se juntaban de las manos en lo más alto de ellos. Las
letras desgarradas dictaban la nueva forma en que iba a mirar la música en los primeros años de una década.

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